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¡El que viene también es strike!

Cuentan los antiguos, que por la zona de Pons actuaba un umpire con características especiales. Impartía justicia detrás del pitcher y lo hacía a lo Durango Kid con revólver a la cintura, por dentro de la camisa.

Una tarde bien caliente se celebró aquel desafío entre un equipo Minas de Matahambre –no el de lujo– y Pons. El partido avanzó reñido, sin carreras y se fue a extrainnings. Los mineros llenaron las bases en el comienzo del décimo, cuando el cuarto madero tenía su turno al bate; apuestas milenarias. Cervezas, pan con lechón, ron y sangre que hervía.

Si el umpire era hombre de respeto, también lo era el bateador. Se veían las caras frente a frente por vez primera. El pelotero sabía que su principal rival no era el pitcher.

Primer lanzamiento:

– ¡STRIKE!

La bola por el suelo. El toletero se separó del home, contó hasta diez, limpió los spikes y regresó a su puesto. Entonces fue cuando abrió bien las piernas y adoptó su posición favorita, la del jonrón decisivo.

–No tiene nada en la bola. -Se dijo a sí mismo, mientras la expectación crecía. Se vislumbraba una lucha tenaz. Algunos imaginaron el final.

Segundo lanzamiento:

– ¡STRIKE! -Curva que poco faltó para golpearlo. Y ya no pudo más:

–Ampaya ¿usted está ciego, o se hace el ciego? ¿No ve por dónde pasan esas pelotas?

El juez permaneció imperturbable y el enfurecido volvió a la carga.

–Lo que tiene que hacer es dejar el juego para que otro "ampayée", usted no sabe lo que está haciendo.

Con la calma más grande del mundo, el armado avanzó despacio hacia home. El bateador, madero en mano, fue a su encuentro. Silencio sepulcral. Entonces fue cuando abrió la camisa y sacó el colt 45 del "año de la cotorra". Frente a frente, todo presumía un duelo desigual bate-revólver. Así las cosas, visto el caso y por comprobar el hecho, el “dictadorcito” le espetó a toda voz y en pleno rostro:

–Esa fue strike y la que viene también es strike. ¿Qué te parece? Si no quieres poncharte, tírale.

Volvieron a sus posiciones, las gradas subieron de tono. El lanzamiento no pudo ser peor, mas el aterrorizado bateador le hizo swing, convencido que no le llegaba ni con dos bates.

¿Habría disparado? Dicen que en el terreno no sucedió nada nuevo, hasta que los mineros, conscientes de que nunca podrían ganar contra aquel rival, se dieron por perdidos. Allí no cabía la frase "París bien vale una misa". Ningún juego de pelota vale la vida.

Otra cosa fueron las gradas, cuando llegó el momento de pagar los apostadores, ¡qué bronca! Volaron botellas, sillas, hasta pedazos de carne asada. Todavía se comenta el gaznatón que recibió Juanillo Algarabía, quien perdió tres pesos.

¿Imaginación? ¿Otros cuentos similares? Eso qué importa, la disfruté y disfruto con placer. Si Florencia se inventó una historia que no tuvo cuando el Renacimiento, por qué no crear esta menos trascendente, pero más simpática.