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Complejidades a incertidumbres en las elecciones de noviembre en Estados Unidos

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Los frecuentes “escándalos” que envuelven a la administración de Donald Trump pueden importar en el voto de los indecisos, muchos menos que en el pasado, hay una enorme polarización en los EE.UU.

I. Panorama

Próximas las elecciones que se celebran a mitad del mandato presidencial, el ambiente político en los Estados Unidos está dominado por el impacto de crisis multifacéticas, entre ellas la del sistema político - electoral “bipartidista” que desde hace más de 160 años controla los órganos de poder del país.

De ese estado de cosas, el presidente Donald Trump no es el causante, sino la consecuencia, pero en las actuales circunstancias es él quien fija la agenda y el eje alrededor del cual aparentemente se mueven los acontecimientos.

La atención de los interesados en la política electoral en los Estados Unidos está centrada en la posibilidad de que el Partido Republicano pierda la mayoría en ambas cámaras del Congreso federal en las próximas elecciones del 6 de noviembre de 2018. Si los demócratas conquistan la mayoría de los escaños en el Congreso (aunque solo sea en la Cámara de Representantes, que según los comentaristas es el resultado favorable con más posibilidades a obtener por los demócratas), tendrán la capacidad durante los últimos dos años del mandato presidencial de Donald Trump de entorpecer las iniciativas legislativas de éste o de los republicanos o de hacer avanzar las propias, especialmente en asuntos trascendentes de importancia inmediata como serían la aprobación de los presupuestos anuales del Gobierno federal, la reforma migratoria, las modificaciones en el sistema de seguros médicos (Obamacare), la fijación del salario mínimo y hasta de un eventual juicio de imputación (“impeachment”) contra Trump, lo cual es muy improbable porque requeriría que los demócratas logren la mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. Por último, este tipo de resultados sería una señal de debilitamiento de las posibilidades de Trump con vistas a su reelección en 2020.

Unos consideran que en los resultados de esta próximas elecciones influirán los bajos porcentajes de aceptación por su gestión presidencial que alcanza Trump en las encuestas de opinión pública, mientras que otros opinan que prevalecerá en favor del Presidente el rumbo favorable que se reflejan en algunos de los indicadores económicos, particularmente en cuanto al crecimiento del Producto Interno Bruto, los índices de empleo y el sólido apoyo que tiene el actual mandatario entre las bases republicanas y conservadoras que votaron por él en las elecciones del 2016.

Pero en realidad estas valoraciones son engañosamente triviales porque se basan en la apreciación tendenciosa mediática y no profundizan en los efectos de un conjunto de situaciones críticas que en distintos campos han ido afectando crecientemente a la sociedad norteamericana y frustrado la euforia con que el país se internó en la década final del pasado siglo con la proclamada victoria en la Guerra Fría, prevaleciendo en esas circunstancias en muchos el criterio de que Estados Unidos se ubicaba como la potencia unipolar a nivel mundial y que estábamos abocados al “fin de la Historia”. No por gusto Trump ha empleado como lema de su campaña electoral y de su gestión presidencial: “Recuperar la Grandeza de los Estados Unidos” (“Make América Great Again"), que ahora lo ha transformado en “Mantener la Grandeza de los Estados Unidos (“Keep America Great”).

La “sabiduría convencional” es que el partido político del presidente titular está prácticamente condenado a ser castigado en las urnas en las llamadas “elecciones de mitad de mandato” (que algunos prefieren traducir como “elecciones de “medio término”), donde se someten a elección todos los 435 escaños de representantes federales y, en el caso particular de las de 2018, treinta y cinco senadores, treinta y nueve gobernadores estaduales y miles de cargos de carácter local, tales como legisladores, alcaldes, fiscales generales estaduales y de distritos. Los resultados sirven como termómetro de la solidez y aceptación que a nivel nacional tiene el Presidente en ejercicio y el partido por el cual fue elegido.

En general, las elecciones de mitad de mandato, al no incluir el cargo de presidente de la nación, adquieren un carácter y un contexto más local, donde los liderazgos nacionales juegan un papel menos activo y, por ende, los recursos financieros, humanos y tecnológicos que se emplean son más reducidos si se comparan con la que se utilizan en las elecciones presidenciales. Sin embargo, en esta ocasión se está produciendo en las campañas locales una intervención de las instancias políticas nacionales mayor que la usual, así como del financiamiento a las campañas locales por parte de entidades nacionales y de grandes capitales ubicados de fuera de los territorios en disputa.

En lo que va de siglo, y sobre todo a partir del 2008, se han introducido nuevos factores en la arena electoral de Estados Unidos que han impreso un nivel más alto de confrontación y complejidad a estas elecciones. Uno de ellos, la mayor utilización en la estrategia y las operaciones electorales de las nuevas tecnologías que han revolucionado la forma de organizar las campañas electorales con el uso de la computación, la informática y la creación de las redes sociales de comunicación.

Otro importante factor son las decisiones de la Comisión Electoral Federal y de los tribunales de justicia, incluyendo el Tribunal Supremo, que han abierto las puertas a la creación de mecanismos de financiamiento de las campañas electorales a todos los niveles, permitiendo que fluyan grandes cantidades de dinero de las corporaciones, por ejemplo a través de las entidades no lucrativas y los distintos tipos de Comités de Acción Política.

Pero lo más relevante es que el sistema político electoral “bipartidista’’ ha sufrido fuertes embates en lo que va de siglo XXI. Pasemos una rápida revista a grandes rasgos sobre lo ocurrido en este terreno.

II. Antecedentes

George W. Bush llegó a la presidencia de los Estados Unidos como resultado de las elecciones generales celebradas el 6 de noviembre de 2000 y luego de un litigio sobre el conteo de los votos en Florida prolongado por más de siete semanas (hasta el 12 de diciembre del propio año) decidido cuando el Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos sentenció por una votación de cinco a cuatro el cese del proceso de recuento de dichos votos reclamado por el candidato demócrata Al Gore. Fue la más escandalosa elección presidencial desde el siglo XIX en la historia de las contiendas presidenciales en los Estados Unidos.

Lastrada desde un inicio por esos acontecimientos, la gestión presidencial de George W. Bush, concluyó en un estruendoso fracaso, en las elecciones de 2008, a pesar de que con relativa facilidad conquistó un segundo mandato presidencial en las de 2004. Tuvo como hechos más negativos, las mentirosas acusaciones sobre la posesión por parte de Iraq de armas de destrucción masiva, que Estados Unidos uso como pretexto para justificar la invasión de ese país en 2003; los ataques letales contra la población civil iraquí; los asesinatos, torturas sistemáticas y confinamiento en prisión clandestinas de gran número de prisioneros de distintas nacionalidades. Precediendo el ataque a Iraq, a raíz de los hechos terroristas en Estados Unidos el 11 de septiembre previo, se produjo el 7 de octubre de 2001 la invasión a Afganistán bajo el pretexto de la “guerra al terror” y que ha llegado a convertirse en la más prolongada guerra en la historia de los Estados Unidos y donde se emplean similares técnicas a las utilizadas en Iraq.

También muy dañino para la reputación política de George W. Bush como presidente de la nación y principal figura del Partido Republicano fue su apática actuación cuando el huracán Katrina azotó New Orleans el 29 de agosto de 2005 dejando miles de muertos y heridos y cientos de miles de damnificados, mientras Bush continuaba de vacaciones (sumaban 27 días) en su rancho Prairie Chapel, Texas, a unas 8 horas por carretera de New Orleans. Según uno de sus asesores este fue el comienzo del fin político para el entonces presidente de los Estados Unidos.

El último clavo en el “ataúd de las esperanzas republicanas” de continuar ocupando la presidencia de los Estados Unidos fue el estallido de la “Gran Recesión” marcado por la bancarrota de las principales instituciones de inversiones (la más notable la de Lehman Brothers decretada el 15 de septiembre de 2008) que provocó, entre otras calamidades, la pérdida para millones de familias de las viviendas compradas mediante hipotecas, la agudización del desempleo y la bancarrota de las principales corporaciones automotoras del país.

No solamente George W, Bush concluyó su gestión presidencial en el mayor descrédito, sino que hizo inviable que cualquier candidato republicano tuviese posibilidades de aspirar exitosamente a la presidencia en las elecciones de noviembre de 2008. El Partido Republicano quedó descabezado y sin ningún liderazgo efectivo y recibió una aplastante derrota el 4 de noviembre de ese año.

Agreguemos otras situaciones que también han alcanzado un carácter crítico porque no hay soluciones viables, y que van más allá de constituir simples temas electorales como los cambios en la composición demográfica del país y cuya principal consecuencia es que el sector blanco, anglosajón protestante (WASP, por sus siglas en inglés), va perdiendo su condición de mayoría cediendo terreno a un conglomerado de otros grupos étnicos tales como los afroamericanos, los hispanos o latinos, los asiáticos o los pertenecientes a otras entidades religiosas como católicos y musulmanes, lo cual desemboca inevitablemente ( formal o informalmente), en una redistribución de las “cuotas” de poder político-electoral .

Algunas de las otras situaciones críticas que contribuyen a la actual situación de fraccionamiento de la sociedad estadounidense son la bancarrota del sistema de seguridad social, la insuficiencia de los seguros para la atención médica, los bajos salarios, la violencia armada, la política hacia los inmigrantes, los cambios en los valores sociales, especialmente en relación a las cuestiones de identidad de género y de orientación sexual y el creciente deterioro de la infraestructura vial.
Se suman en el terreno internacional, situaciones críticas en diversos campos que han contribuido a deteriorar la posición de los Estados Unidos muchas de las cuales corresponden a acciones anteriores a los ataques de 11 de septiembre como el enfrentamiento a la Revolución Iraní, el ataque militar a Iraq como desenlace a la ocupación de Kuwait por Sadam Hussein, la guerra de los Balcanes y otras acciones de similar naturaleza acometidas por anteriores gobiernos estadounidenses.

Tampoco el Partido Demócrata pudo escapar de un proceso de fraccionamiento entre sus afiliados. El criterio prevaleciente en los medios políticos al comenzar la temporada electoral de 2008, daba a Hillary Clinton como favorita para conquistar la candidatura demócrata a la presidencia. La Clinton se había preparado minuciosa y detalladamente para alcanzar ese objetivo desde los años de la última década del pasado siglo cuando como Primera Dama ocupaba la Casa Blanca.

Clinton fracasó en su empeño. Desde antes de comenzar la etapa de las primarias para las elecciones presidenciales de 2008, fue evidente que Barack Obama contaba con el apoyo mayoritario de las bases demócratas y hasta del favor de los votantes independientes. Clinton se empecinó en mantener su aspiración aún hasta después que Obama había conquistado el número suficiente de delegados demócratas para garantizar su elección como candidato presidencial en la Convención Nacional Demócrata.

Las bases demócratas rechazaron a la candidata, a pesar de que al inicio era la favorita del liderazgo demócrata. Obama ganó la nominación del Partido como candidato a la presidencia y las elecciones de noviembre de 2008 y ya como presidente arribó a un arreglo con Clinton, designándola como Secretaria de Estado lo que implícitamente serviría a Clinton como trampolín para replantear su aspiración a la presidencia en las elecciones de 2016.

Con ello, Obama dio señal de la voluntad y disposición de asumir una actitud de negociar sus actos de gobierno con los poderes fácticos demócratas y republicanos, alejándose del lema de su campaña electoral en el cual prometía cambios esenciales.

III. Rebeldías

Después de la derrota republicana en las elecciones de noviembre del 2008, las bases republicanas se rebelaron contra los distintos estratos de dirección del Partido Republicano, tomaron la iniciativa en la movilización política de oposición contra el gobierno de Obama y usaron como principal motivo de protesta lo que consideraban como excesivos impuestos federales.

Ya el 15 de abril de 2009 se organizó un día de protesta que tuvo lugar en cientos de ciudades en todo el país. Fue la primera manifestación nacional de lo que pasó a ser conocido como el Movimiento Tea Party. Aunque nunca se organizó nacionalmente, si hay elementos de peso para afirmar que este movimiento contó con el apoyo financiero y logístico de la red organizada por los milmillonarios hermanos Charles y David Kock, particularmente de la Fundación Americans for Prosperity, organizada en 2004 por David Koch.

El 5 de noviembre de 2009, el Tea Party convocó a una manifestación en Washington D.C. contra la iniciativa de Obama de reformar el sistema de salud, que se afirma fue la mayor manifestación efectuada hasta ese momento por los conservadores en la capital del país.

Bajo la influencia de las concepciones ultraconservadoras fiscales, políticas y sociales del Partido Libertario, encabezado en esos momentos por el congresista Ron Paul, (y por el cual David Koch se presentó como candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos en las elecciones de 1980, comicios en los cuales alcanzó el 1% de la votación), en las elecciones de mitad de mandato de 2010, los principales “caballos de batalla” electoral de ese movimiento promovían la reducción de los impuestos a las corporaciones, de las regulaciones gubernamentales a la actividad empresarial y de los programas gubernamentales de asistencia social a los sectores más vulnerables y desprotegidos.

Con estas banderas movilizadoras y a pesar tener solo pocos meses de existencia y no contar con una organización nacional, el Tea Party jugó un papel relevante (aunque no absoluto) en la conquista de la mayoría en la Cámara de Representantes por parte del Partido Republicano.

De los 138 candidatos presentados por el movimiento (129 aspirantes a la Cámara y 9 al Senado) fueron electos el 32%. En las subsiguientes elecciones (años 2012, 2014,2016) siguió teniendo una participación activa y apoyó a Donald Trump desde que lanzó su aspiración a la presidencia en junio de 2015.

Pero en verdad, a pesar de su frontal oposición a la gestión presidencial de Obama, con su impacto en las comunidades locales el Tea Party, ha constituido un factor contrario al liderazgo tradicional republicano.

Las citadas elecciones de mitad del primer mandato de Obama celebradas el 2 de noviembre de 2010, resultaron totalmente adversas para el Partido Demócrata, representando la pérdida mayor de senadores y representantes federales para un partido desde las elecciones mitad de mandato de 1938.

Los republicanos tuvieron una ganancia neta de 63 representantes para un total de 242 escaños, recuperando la mayoría perdida en 2006, mientras que en el Senado aumentaron 6 escaños para conquistar un total de 47. En cuanto los demócratas perdieron igual número de escaños en la Cámara y el Senado, pero lograron mantener 51 puestos en el Senado aumentando esa exigua mayoría en otros 2, porque mantuvieron la adhesión de 2 independientes para un total de 53.

Las pérdidas demócratas se reflejaron también en los cargos de gobernadores de los estados donde los republicanos lograron aumentar en seis nuevos gobernadores para llegar a controlar 29 de los 50 gobernadores de los estados. También hubo pérdidas sensibles en el control de los órganos legislativos de los estados.

A partir de 2010, los republicanos basaron su campaña contra los demócratas y la gestión presidencial de Obama en los ataques a la ley de atención a la salud que pasó a ser conocida como “Obamacare”, a los déficits fiscales y a la falta de recuperación de la economía, lo cual fue facilitado por el hecho de tener los republicanos la mayoría en la Cámara de Representantes y de que en el Senado los demócratas solo contaban con una exigua mayoría que no le permitía alcanzar los sesenta votos necesarios para vencer la oposición republicana en asuntos trascendentes como, entre otros, la aprobación de los presupuestos federales anuales. En esencia, Obama y los demócratas se veían obligados a negociar y hacer concesiones sobre las principales acciones de gobierno con la contraparte republicana.

Por el otro lado, también se presentaron situaciones que contribuyeron al debilitamiento del control de la dirigencia tradicional demócrata y la fragmentación en sus filas; una de las más relevantes fue el surgimiento y la acción del Movimiento Occupy Wall Street (OWS), que fue en esencia la respuesta de las bases demócratas al Tea Party republicano.

Surgido el 17 de septiembre de 2011 con la ocupación de una plaza pública en la zona de Wall Street, centro financiero de Nueva York, el OWS se proclamó representante del 99% de la población frente al 1% que concentraba la cuarta parte de los ingresos y las riquezas del país. Llamaba a la población a realizar acciones de “ocupación” de bancos y sedes de grandes corporaciones como protesta por la excesiva influencia de éstas en las decisiones políticas del gobierno y demandar una mejor redistribución de los ingresos, más y mejores empleos, reforma bancaria, condonación de la deuda estudiantil, alivio a la carga de las hipotecas de las viviendas, entre otras.

El OWS se expandió a decenas de estados del país; de acuerdo a diversas investigaciones la gran mayoría de los participantes se calificaban como “liberales” en sus concepciones políticas y “demócratas” o de otras afiliaciones de “izquierda” desde el punto de vista partidista. Sin embargo, sin tener un objetivo de más alcance, salvo el de protestar no llegó a constituir una fuerza permanente y finalmente sus organizadores anunciaron el cese de actividades.

Pero a la larga, este espíritu de confrontación contra la desigualdad en la distribución de la riqueza y de las contrastantes diferencias sociales, sirvió de fermento para la radicalización de un importante segmento de la población, que forman parte en su gran mayoría de las que se han identificado genéricamente como generaciones “X” y “milenial” y que a grosso modo comprenden desde el punto de vista histórico y cultural aquellas personas nacidas, la primera, en los años finales de la guerra de Estados Unidos contra Vietnam y, la segunda, a los que nacieron a partir darse por terminada la “Guerra Fría”. Constituyen el grueso de los que en el 2016 apoyaron la campaña por la nominación del senador Bernard Sanders como candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata.

En las siguientes elecciones presidenciales celebradas el 6 de noviembre de 2012, el Partido Demócrata logró estabilizar en algo su situación, tomando en cuenta que Obama era el candidato natural a la nominación, en tanto el Partido Republicano, a pesar de los avances logrados dos años atrás no pudo articular una candidatura triunfadora para las elecciones presidenciales ni aumentar sus avances en el Congreso federal. La fórmula demócrata Barack Obama/Joseph Biden venció ampliamente al binomio republicano Mitt Romney/Paul Ryan con una abultada ventaja de 126 votos electorales (332 a 206) y de casi cinco millones de votos populares.

En las elecciones de mitad de mandato del 4 de noviembre de 2014, el Partido Demócrata volvió a sufrir una incuestionable derrota. Los republicanos incrementaron en 9 los senadores y en 13 los representantes, logrando un control bastante cómodo en ambas ramas legislativas. Pero aunque lograban manejar la agenda del Poder Legislativo, no consiguieron la necesaria unidad de acción dentro del partido.

Un ejemplo relevante fue el “putsch” parlamentario ejecutado en septiembre de 2015 por el ultraderechista Freedom House Caucus, integrado por algo más de una treintena de congresistas republicanos, quienes forzaron la renuncia del Speaker (Presidente) de la Cámara de Representantes, el también republicano John Boehrner, bajo la amenaza de someterlo a un voto de confianza si no se avenía a normas de funcionamiento que otorgarían a ese grupo imponer medidas legislativas.

Luego de un mes de negociaciones, todos los grupos republicanos anunciaron que aceptarían incondicionalmente la elección del congresista republicano por Wisconsin, Paul Ryan, como nuevo Presidente de la Cámara de Diputados. A pesar de que Ryan fue reelecto como congresista y como Presidente de la Cámara para el período 2017-2019, posteriormente anunció que no aspiraría a la relección como representante y a partir de la toma de posesión del nuevo Congreso en enero de 2019, manténgase o no se mantuviese la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, habrá que elegir un nuevo Presidente (Speaker), que es el tercer cargo en la línea constitucional de sucesión presidencial.

La gestión presidencial de Obama durante su segundo mandato con flagrantes incumplimientos de su promesas electorales, y la actitud errática del liderazgo demócrata sembró la semilla del descontento entre demócratas e independientes que desembocó años más tarde en el inesperado apoyo, que recibió durante las elecciones primarias presidenciales de 2016 la candidatura a la nominación presidencial por el Partido Demócrata del senador Bernard Sanders, especialmente de los votantes pertenecientes a las dos generaciones mencionadas más arriba, y la derrota de la candidatura de Hillary Clinton a manos de Donald Trump en las elecciones presidenciales, muy especialmente en estados como Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, que jugaron un papel decisivo en el conteo final de los votos electorales en las elecciones presidenciales de 2016 .

En definitiva, el descalabro del Partido Demócrata en las elecciones del 2016 tuvo como una de sus causas principales, la incapacidad o falta de voluntad demostrada por los líderes demócratas para hacer efectivas las promesas electorales durante los ocho años en que Obama ocupó la Presidencia de la República.

(No puede pasarse por alto en el análisis de la situación electoral en los Estados Unidos, que se ha incorporado a la vida política nacional una nueva generación que se ha formado en la época posterior al fin de la “Guerra Fria” y de las grandes transformaciones geopolíticas que han tenido lugar en los comienzos del siglo XXI).

IV. Incertidumbres

Como resultado de los acontecimientos a que nos hemos referido a grandes rasgos, se ha creado con el paso de los años un clima complejo e incierto que se refleja en el descrédito en que están sumidos tanto los dos partidos que integran el sistema político-electoral “bipartidista” estadounidense (que surgió y ha sido dominante en el país desde 1854), como el Congreso Federal, los órganos del gobierno federal y hasta los de justicia.
Resumido en apretada síntesis, hay una crisis del sistema como resultado de la acumulación de muchos problemas a los cuales las instancias políticas dominantes no han sido capaces de encontrar solución.

Como ya hemos señalado, la conjunción de estos factores facilitó el triunfo de la candidatura de Donald Trump en la elección presidencial de noviembre de 2016.

A diferencia del resto de los otros 16 aspirantes republicanos, Trump colocó como foco de su campaña el ataque sistemático a todos y cada uno de los planteamientos de sus contrincantes y de su principal rival por el Partido Demócrata, Hillary Clinton, rompiendo los moldes usuales de las campañas electorales en los Estados Unidos.

Mientras el resto de los aspirantes presidenciales, tanto republicanos como demócratas, empleaban en su discurso electoral el tradicional estilo conservador o liberal “bipartidista”, Trump no tuvo reparos en proclamar que el país estaba perdiendo su “grandeza”. La esencia de su mensaje fue que el país no funcionaba por la ineptitud del liderazgo político republicano y demócrata y que solo él estaba capacitado para entender la situación y arreglarla.

Durante los diecisiete meses de su mandato presidencial, Trump ha sido consecuente con sus promesas electorales, pero no ha podido o no ha sabido o no ha querido buscar un consenso político nacional con respecto a su gestión presidencial. Por el contrario, su estilo saltimbanqui (1) , parlanchín (2) y cantinflesco (3) ha provocado innumerables conflictos, polémicas, contradicciones y enfrentamientos a lo largo y ancho del país con el equipo de gobierno que él mismo ha seleccionado, con sus correligionarios republicanos, con el Congreso federal, con los órganos judiciales y de investigación, con sectores empresariales, con la prensa establecida y con sus más estrechos aliados internacionales, como es el caso de la Unión Europea, incluyendo en ella a la Gran Bretaña.

Notas:
Definiciones de la Real Academia Española
(1) Saltimbanqui, saltabancos:
Charlatán que, puesto sobre un banco, junta al pueblo y relata las virtudes de algunas hierbas, confecciones y quintaesencias que trae y vende como remedios singulares. II 2. Jugador de manos, titiritero. II 3. fig. y fam. Hombre bullidor y de poca substancia.
(2) Parlanchín:
Que habla mucho y sin oportunidad, o que dice lo que debe callar.
(3) Cantinflear: Hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con coherencia.

 

Foto: AP.

Trump no ha logrado alcanzar estabilidad en su equipo de gobierno. Los secretarios (ministros) de Servicios de Salud y Humanos, el de Estado, el de Administración de Veteranos y el de la Agencia de Protección Ambiental han renunciado o han sido despedidos, además de hechos poco frecuentes como la destitución del Director del FBI. También, alrededor de dos docenas de altos funcionarios del equipo de la Casa Blanca, incluyendo dos de sus jefes, dos asesores de seguridad nacional, directores de comunicación, el secretario de prensa, entre otros. Paralelamente, en lo que constituye un hecho inusual, más de cuarenta republicanos titulares de cargos de representante, senador o gobernador, desistieron de aspirar a la reelección tales como el ya mencionado actual Presidente de la Cámara de Representantes y cuyas desavenencias con Trump son públicas y notorias.

En esencia, Trump ha ignorado todas las normas de la tradición “bipartidista” que sustenta la manera de ejercer el poder político en los Estados Unidos y la ha hecho en un momento de gran complejidad por el que atraviesa la sociedad estadounidense, con repercusiones no solamente internas, sino también mucho más allá de las fronteras
A pesar de este panorama de confrontaciones, Trump mantiene un alto grado de aceptación a su gestión presidencial entre aquellos elementos republicanos que votaron por él en las elecciones de 2016. Recibe también una calificación favorable entre sectores del empresariado que aprecian sus decisiones presidenciales de eliminar una amplia cantidad de regulaciones federales y haber aplicado una considerable reducción de los impuestos federales.

Sin embargo, y como ejemplo de una actitud de combatir tanto a “tirios” como a “troyanos” desde los primeros días de junio pasado se ha hecho de conocimiento público la contradicción entre Trump y la red de influencia política creada por los empresarios mil millonarios David y Charles Koch quienes anunciaron que estaban financiando una campaña contra las tarifas comerciales del presidente Donald Trump, a pesar de que en enero habían dicho que invertirían $20 millones de dólares para promocionar los “logros” de Trump y del Congreso republicano, como parte de sus planes de gastar más de $400 millones de dólares en la campaña electoral de mitad de mandato, que representa un 60% más que lo gastado en las elecciones presidenciales de 2016. Los hermanos Koch tampoco han declarado su apoyo a la reelección de los candidatos republicanos para los escaños de senadores en North Dakota, Indiana y Nevada, que están entre los diez más disputados en las próximas elecciones.

V. Perspectivas

En ese contexto, está teniendo lugar la campaña para las elecciones a mitad de mandato presidencial. El objetivo de los demócratas es, como mínimo, romper la mayoría que los republicanos ostentan en ambas cámaras del Congreso federal. Para ello requieren tener una ganancia neta de 23 representantes y de 2 senadores. Adicionalmente ambos partidos se enfrentan a todo lo largo y ancho del país por fortalecer el control que hoy tienen en los diferentes niveles de gobierno.

Desde el punto de vista del Senado, los demócratas están en desventaja porque de los 35 escaños que serán elegidos, 26 son ocupados actualmente por miembros de ese partido, mientras que los republicanos solo deben reelegir a 9 senadores.

La lucha más cerrada se está produciendo en Florida, Indiana, Missouri, Montana y North Dakota, donde los demócratas defienden sus escaños, mientras que en Arizona y Nevada, los republicanos están a la defensiva; a estos dos últimos, el Cook’s Political Report agrega Texas y Tennessee. Las encuestas indican que ninguno de los aspirantes en esos estados alcanza en las encuestas niveles de ventaja por encima de los márgenes de error, pero un análisis más abarcador apunta a que no será posible a los demócratas alcanzar la mayoría en el Senado, mientras que hay muchas posibilidades que los republicanos logren arrebatar algún escaño a los demócratas. Un desenlace contrario sería una sorpresa. En este sentido, el sitio FiveThirtyEight concluye que el Partido Republicano tiene el 78,6% de posibilidades de mantener la mayoría en el Senado, mientras que el Demócrata solo tiene un 21,4%.

En cuanto a la Cámara de Representantes, la situación es el reverso.

El sitio Clear Real Politics, basado en el análisis del comportamiento de diversas encuestas, considera que la principal batalla se dará en un grupo de treintidos (32) distritos congresionales, donde las posibilidades de triunfo de los contrincantes están bien dentro del margen de error de las encuestas. Treinta y uno de ellos de ellos están actualmente en manos republicanas y en peligro de ser captadas por los demócratas; todos menos cuatro (NY-2, FL-15, FL- 27 y WA-8), están en la lista de los marcados por el Comité de Campaña Demócrata como blancos para ganárselos a los republicanos. Esta situación se presenta en cinco distritos de California; tres de Florida (entre ellos el que está abandonando Ileana Ros y donde se enfrentan María Elvira Salazar por el Partido Republicano contra Donna Shalala, por el Demócrata); tres de Illinois; dos por cabeza en Michigan, Carolina del Norte, Nueva York, Texas, Virginia y New Jersey y uno en cada uno de otros nueve estados: Nuevo Mexico, Kentucky, Pennsylvania, Utah, Washington, Iowa, Maine y Nevada (el único de los treinta y dos distritos actualmente en manos demócratas)

Se suman otros 14 distritos controlados por los republicanos donde las encuestas indican que hay una posibilidad real de que pasen a manos demócratas. Cinco de ellos son del estado de Pennsylvania, dos de Minnesota y uno por cabeza en Iowa, Arizona, Colorado, Kansas, Nueva Jersey y Virginia. El caso contrario se presenta para el Partido Demócrata solo en tres distritos, dos de Minnesota y uno de Pennsylvania.

Si partimos de que el análisis de Real Clear Polítics otorga al Partido Demócrata un total de 205 escaños entre seguros (173) y con buenas posibilidades (32), los demócratas necesitan ganar en 13 de los 32 que tienen una disputa muy reñida considerados por Real Clear Politics como indecisos o entre los 14 donde tienen posibilidades más firmes, para alcanzar los 218 congresistas que le permitan conquistar la mayoría en la Cámara de Representantes.

Para el Partido Republicano es necesario elegir los 198 congresistas que se consideran seguros (157) y con buenas posibilidades (41) y ganar 20 de los 32 distritos indecisos para lograr conservar el control de la Cámara.

FiveThirtyEight pronostica que hay una posibilidad del 84,4% que los demócratas consigan la mayoría, mientras que solo un 15,6% que sean los republicanos.

Por supuesto, lo anterior es solo una manejo numérico de la situación que en la vida real es muchísimo más compleja, como lo refleja el hecho de estar involucrado el 40% de los estados del país y la cuarta parte de los distritos electorales, sin hablar de los elementos demográficos, sociales, culturales, económicos y políticos que forman parte de cualquier proceso electoral.

De todas formas, los números nos pueden llevar a una conclusión: No es de esperar que el 6 de noviembre próximo se produzca la “marejada azul” pronosticada en la cual el Partido Demócrata pondría en jaque la gestión presidencial de Trump y barrería con el control del Congreso por parte del Partido Republicano.

Tampoco estas elecciones van a desarmar el control que en ellas ejerce la tradicional política “bipartidista” estadounidense, ni abrirá nuevos cauces para buscar soluciones verdaderas a la situación de crisis por las que atraviesa Estados Unidos.

El mantenimiento o profundización de la crisis latente que se manifiesta en los Estados Unidos no significa que las políticas de Washington se mantengan estáticas. Por el contrario, las nuevas circunstancias que en el plano político se deriven de los resultados de estas elecciones, del inminente inicio en el segundo semestre del proximo año de la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 y la continuidad del comportamento unipersonal y de las políticas neoliberales en la gestión presidencial de Donald Trump, recrudecerán las confrontaciones internas y enrarecerán el ambiente internacional, alterado ya por el estilo de Trump de “negociar” bajo balandronadas, amenazas y ataques de diversa índole.

A partir del próximo 6 de noviembre incursionaremos en una nueva etapa.

Se han publicado 2 comentarios



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  • sachiel dijo:

    No puedo ser más sabio que los que han vivido y viven en el Monstruo... pero la historia ha demostrado que los peores presidentes norteños han durado sus dos mandatos, acabando con la existencia y paciencia de casi todos, y haciendole la vida un yogurt a todo el mundo mundial.

  • Cosme Rappa dijo:

    Veo un extenso anàlisis que ayuda mucho a tener una visiòn completa de la situaciòn polìtica actual en USA.
    Me sorprende gratamente que no estè sobrecargado con el peso de una ideologìa

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Ramón Sánchez-Parodi Montoto

Ramón Sánchez-Parodi Montoto

Fue nombrado jefe de la sección de Intereses de Cuba en Estados Unidos, entre septiembre de 1977 y abril de 1989. Luego ocupó el cargo de viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba, hasta 1994. Y a partir de entonces se desempeñó como embajador cubano en Brasil, hasta el año 2000. Además de sus actividades como funcionario del gobierno cubano, Sánchez Parodi es periodista y escritor.

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