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El precio de Benito Remedios

Aquellos Candidatos. Caricatura: Juventud Rebelde.

Si usted pregunta a cualquier cubano mayor de 70 años quién era Benito Remedios, responderá, de manera sintética, que era un animal. Un día en que venía de Pinar del Río le cayó a tiros a su propio automóvil porque el vehículo se encangrejó en la carretera. Durante los largos años en los que fue representante a la Cámara, solo en una ocasión pidió la palabra en el parlamento. Se la concedieron y sus compañeros de hemiciclo aguardaron ansiosos su estreno como tribuno. Entonces se irguió en su escaño, carraspeó, miró hacia un lado y hacia otro, balbuceó frases ininteligibles y volvió a sentarse.

“Remedios pidió la palabra y la perdió”, expresó no sin humor Carlos Márquez Sterling, que presidía ese cuerpo colegislador… Parco en el decir, el hombre era, sin embargo, elocuente en los hechos, sobre todo en lo que a la compra-venta de votos se refería. Dinero mediante no solo se hacía elegir, sino que hacía elegir asimismo a su esposa y a su hermana y, en el momento de su muerte, se empeñaba en hacer elegir también a su hijo. Benito Remedios tenía una divisa electoral infalible y convincente. Decía: “Pago el doble que cualquiera”.

Era dueño del central azucarero Río Cauto, en Oriente, y de la compañía ganadera Adelaida; de 126 fincas rústicas y de la empresa piñera La Cubanita; de varias haciendas ganaderas en Las Villas y Camagüey y de colonias que rendían 25 millones de arrobas de caña por zafra. Era el mayor productor de la piña cubana y uno de sus más grandes exportadores… Y lo mataron por querer evadir una multa de tránsito.

Nació en la localidad habanera de Bauta, en 1888. De niño, fue carretero, y luego, como peón de fincas, cortó caña y trabajó en la cosecha de la piña. Poco a poco, y no se sabe cómo -caso impactante el suyo de movilidad social en ascenso- fue enriqueciéndose, y, ya rico, jamás confió sus negocios a administradores ni apoderados, sino que se ocupaba de ellos personalmente y seguía paso a paso todas las operaciones, por nimias que fueran.

Militó en el Partido Conservador, en el Conjunto Nacional Cubano, en la Coalición Socialista Democrática, en el ABC, en el Partido Republicano… Cambiaba de filiación política con más facilidad que de camisa. Tenía un récord. Machadista primero y luego batistiano, ganó todas las elecciones en las que se presentó. Fue Representante a la Cámara en 1926, 1938, 1942, 1946 y 1950, y Senador de la República en 1932, aunque no pudo concluir su periodo por la caída de la dictadura de Machado. La vida parecía irle viento en popa cuando el martes 15 de enero de 1952 un policía puso fin a su vida en la esquina de Reina y Águila.

Ese día, sobre las cuatro de la tarde, en los alrededores de la plaza del Vapor, Remedios ordenó a su chofer que aparcara el automóvil donde pudiera y lo esperara mientras hacia una gestión. El vigilante Carlos Gutiérrez, de posta en el semáforo de la mencionada esquina, vio al vehículo detenerse en una zona vedada de Reina entre Águila y Galiano. Pensó que hacía una parada momentánea, pero como los minutos pasaban y seguía en su mismo sitio, avanzó hacia el automóvil para conminar al chofer a buscar otro espacio libre.

–Este es el automóvil del representante Benito Remedios y puede estar parado en cualquier sitio –dijo el chofer al policía.

–No, sea quien sea su dueño, usted está infringiendo la ley. No tengo más alternativa que multarlo.

El chofer entregó su cartera dactilar, el vigilante lo notificó y regresó a su posta. Y en ella siguió como si tal cosa hasta que vio acercarse, pistola en mano, a un hombre excepcionalmente robusto y que no aparentaba los 64 años de edad que ya tenía.

–¡Óigame bien! Soy el representante Benito Remedios y ni usted ni el jefe de la Policía me pueden multar. ¡Rompa ese papelito ahora mismo! –exclamó el legislador mientras sujetaba a su interlocutor por la guerrera.

Sobrevino el forcejeo. Sin perder de vista el cañón amenazador del arma que blandía Remedios, el vigilante trataba de zafarse y ofrecer una explicación al ofuscado legislador. Pero el hombre no quería entrar en razones y descargó su pesada mano sobre el rostro del policía, acorralado ya contra una columna.

–¡Te mataré como a un perro y no me pasará nada! –dijo y pegó la boca de su pistola a un costado del vigilante que se abrazó a Remedios, sujetó el arma como pudo y la desvió de su cuerpo. Otro forcejeo y el agresor cayó al suelo. La fractura de un brazo que sufrió a consecuencia de la caída lo hizo soltar la pistola, pero logró recuperarla Rápido entonces extrajo el vigilante su revólver reglamentario y disparó tres veces sobre Benito Remedios, que llegó cadáver a la casa de socorros. Su prepotencia fue mayor que toda su fortuna y terminó perdiéndolo.