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Cuba y la cuarta revolución industrial

Imagen tomada de optical.pe.

El mundo se encuentra abocado a la Cuarta Revolución Industrial. La llamada Primera Revolución Industrial data de los finales del siglo XVIII, con el empleo de la generación de vapor en un telar mecánico, sustituyendo la mano de obra humana. Según Marx, no fue provocada por la invención de la máquina de vapor, sino todo lo contrario: los capitalistas promovieron el desarrollo de la tecnología a partir de la ciencia que ya existía para incrementar su plusvalía y revolucionar su competitividad y productividad, aumentando así sus ganancias.

Con esos procedimientos se avanza hasta que en 1870 se comienza el empleo de la energía eléctrica y aparece la producción en cadena, lo que dio inicio a una etapa denominada Segunda Revolución Industrial (Industria 2.0). En ambos casos, un descubrimiento científico básico (como el vapor de agua y la electricidad, respectivamente) condujo a un desarrollo de la tecnología y a las máquinas para producir valor.

Según este esquema, en 1969 aparecen los llamados controladores lógicos programables, más conocidos por sus siglas en inglés PLC (Programmable Logic Controller). Se trata de una computadora utilizada en la ingeniería para automatizar procesos electromecánicos, tales como el control de la maquinaria de una fábrica.

Así comienza la Tercera Revolución Industrial (Industria 3.0), que ha cambiado otra vez el mundo, también edificada sobre toda la ciencia fundamental de las teorías físicas y los materiales del siglo XX, desde sus inicios.

Hoy nos encontramos con la iniciativa Industria 4.0, que parte de una propuesta del gobierno alemán. Comenzó a hablarse de ella en 2011, pero no fue hasta 2015 que se presentó oficialmente.

También se conoce como Marco de la IV Revolución Industrial, a partir de que constituye una estrategia para generalizar la utilización de la informática, la robótica y la automatización en la producción de bienes y servicios. La Cuarta Revolución Industrial engloba la tecnología digital, la nanotecnología, la biotecnología y la robótica, y como colofón introduce oficialmente como protagonista a la inteligencia artificial y pretende crear la llamada Industria 4.0.

Todos los países europeos se han incorporado a la iniciativa alemana y han aprobado sus estrategias para la modernización de sus industrias. Otros países como Estados Unidos, China y Japón han elaborado sus propias propuestas y también trabajan aceleradamente en esa dirección.

Las tres previas revoluciones industriales fueron occidentales. Hoy los emergentes países BRICS participan notablemente en la cuarta innovación tecnológica del nuevo orden mundial. El Foro Económico Mundial de Davos dedica desde el 2016 parte de su agenda anual a este tema y su influencia en el desarrollo económico mundial, y ha creado incluso un Centro para la Cuarta Revolución Industrial en California, Estados Unidos.

De forma interesante, tal sinergia de diferentes ramas de la ciencia y la tecnología aplicadas a la creación de valor es ideal para procesos de planificación nacionales, en los que una economía predominantemente estatal, de todo el pueblo, puede tener una ventaja indudable si procede abierta y competitivamente, teniendo en cuenta tanto las necesidades de las personas como las del mercado.

El enfoque alemán hace énfasis en que el mercado irá guiando la introducción de las tecnologías, y el norteamericano en que el desarrollo de las tecnologías irá transformando los productos, que al final crea necesidades y mercado. En esencia, ambos enfoques conciben la aplicación acelerada de la ciencia en la modernización de la industria, lo cual se estima no se dará a grandes saltos sino de forma incremental.

Para crear las industrias inteligentes de esta nueva revolución industrial diseñada por el hombre se tienen ciertas bases tecnológicas conceptuales como son la llamada Internet de las cosas, los sistemas ciberfísicos, la fábrica 4.0, la producción aditiva, la producción real y aumentada, los almacenes de grandes cantidades de datos o big data, la llamada computación en la nube y otros.

Cada uno de ellos merecería un artículo como el presente para comentarlo adecuadamente. El factor común radica en enfatizar y acentuar la idea de una creciente y adecuada digitalización, interconexión y coordinación cooperativa en todas las unidades productivas de una economía. ​

Por otra parte, Cuba ha visto envejecer el rostro de su sociedad con el aumento de la proporción de personas de 60 años y más. El tema se ha situado entre las prioridades de la nación. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?

Según datos brindados por el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), las proyecciones de la población cubana indican que como tendencia la cifra de personas que arriban a la edad laboral continuará descendiendo, mientras que la de quienes llegan a la de jubilación ascenderá hasta 2033. Con altas y bajas de estos indicadores, entre los años 2021 y 2045 podría acumularse un déficit que superaría los 815 mil efectivos en el mercado laboral.

Este panorama impone que la sociedad se reconfigure, y con ella sus entornos laborales. Serán precisas entonces la calificación y recalificación de la fuerza de trabajo en busca de aumentar su productividad, sobre todo cuando esta comience a decrecer. Otro sabio consejo sería que a medida que disminuya el capital humano, se invierta en desarrollo tecnológico en busca de compensar la fórmula.

Un ejemplo sería el de mantener e ir aumentando la producción de bienes en el aseguramiento de piezas de repuesto, donde anualmente se invierten millones de dólares y los mercados cada vez son más difíciles de acceder, sobre todo para equipamiento cada vez más obsoleto y requerido de recambios.

Uno de los pilares de la Revolución Industrial 4.0 es la producción aditiva o impresión 3D, que consiste en la sucesiva superposición de capas micrométricas de material, normalmente en forma de polvo, hasta conseguir el objeto deseado. Permite así reproducir piezas metálicas o de otros tipos de materiales con una serie de ventajas como son la rapidez de la acción, la casi nula pérdida de materiales y la posibilidad de fabricar moldes complejos. Además, no se necesita preparación tecnológica compleja para fabricar series pequeñas de piezas.

El mundo se ha dado cuenta de esto y está introduciendo la impresión 3D a pasos acelerados, incluyendo América Latina.

Se estima que para el 2020, el 70 por ciento de la producción total de partes de alto valor agregado de varios sectores como el automotriz, aeronáutico, médico, electrodoméstico, etc., serán producidas utilizando esta tecnología. Es imprescindible que Cuba se sume a este movimiento, pues se corre el riesgo de quedar más aun en el subdesarrollo. Esto es congruente con nuestros problemas tanto demográficos como económicos.

La revolución tecnológica está propiciando el crecimiento del número de los llamados “trabajadores del conocimiento”.

Es difícil adivinar qué clase de mundo resultará de los nuevos avances, cómo podremos responder ante estos cambios y qué solución vamos a encontrar para los cientos de miles de personas que dentro de muy poco necesitarán cambiar de empleos. Esta masa de trabajadores deberá transformarse en profesionales cuya labor principal consistirá en la aplicación del saber que han acumulado mediante el estudio o la experiencia a la realización de proyectos.

Cualquier trabajador deberá elevar su potencial laboral y requerirá del uso de la información, la creatividad, la autonomía y la utilización de diversos métodos y técnicas para resolver problemas.

El potencial de todas estas nuevas tecnologías es mucho mayor del que podamos imaginar. No cabe duda de que el cambio de tecnologías es real, y vino para quedarse. La cuestión ahora es que tenemos que ser capaces de hacerlo de forma tal que ayudemos a obtener mejores resultados para el bien de nuestro país.