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La culpa del totí

Totí. Foto: Archivo.

Es verdad que Atanasio Manos Torpes era un tipo chapucero, constituía el presagio viviente de un fracaso; la encarnación humana de la mala suerte, para su desdicha se fue ganando la fama de “totí vitalicio” que lo convirtió en la modalidad cubana del chivo expiatorio, pues como reza ese cubanísimo refrán, la culpa de todo siempre la paga el totí.

Yo conocía gente que en cuanto las cosas les estaban saliendo mal rogaban la presencia de Atanasio, que era el comodín perfecto para endilgarle las culpas, las tuviera o no. Pero aquello que en mi infancia era una anécdota jocosa, lo encontré luego multiplicado a lo largo de mi vida con otros personajes y en otros escenarios.

Recuerdo a Leandro Riverón Berenjena, administrador de un timbiriche gastronómico, quien recibió el apodo de El invisible porque jamás aparecía cuando la clientela tenía alguna queja sobre el cuestionable servicio que su unidad prestaba, el susodicho siempre echaba mano al denominado Totí elevador, que le aseguraba el tranquilo argumento de que no tenía culpa de nada porque ya él había elevado las inquietudes a la empresa.

En otra instalación de servicio al pueblo, cada vez que llegaba el mediodía y colocaban tras el cristal de la puerta aquel cartelito aterrador de “Horario de almuerzo”, las personas que estaban en la cola -y que dicho sea de paso no podían irse a almorzar- montaban en cólera y con razón, porque la presencia del Totí alimentario se convertía literalmente en una verdadera ave de mal agüero.

Ramón Poca yuca el finquero prefería al Totí climatológico porque el animalito le permitía justificar la poca vianda que mandaba al mercado; así las cosas, si llovía los tubérculos se podrían de tanta humedad y si no llovía se fastidiaban la frijolera, el maizal y las calabazas, aunque extrañamente se mantenía el esplendor del marabú.

Cuando pusieron a Ramirito No se Puede en aquellas funciones directivas, se puede decir que le abrieron la jaula al Totí-trabazón porque el hombre casi lo traía posado en el hombro como la cotorra de un pirata, y cada vez que alguien le planteaba un problema o le demandaba una solución él colocaba alguna traba, se escudaba en algún decreto o en una decisión inamovible que ya nadie sabía quién y por qué se había adoptado.

Como estas, existen otras historias que se podrían contar, la cosa es quitarle las culpas a ese pajarito, tarea complicada pero no imposible, de lo contrario tendríamos que conformarnos con otro refrán que dice: Totí que se come el arroz, aunque le quemen el pico.

(Tomado de La bicicleta)