- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Ver un avión arder: Impresiones de los primeros en llegar

Ropa que llevaba puesta Ramiro Santana Martínez, Chichi, cuando se unió a las labores de rescate tras el accidente aéreo. Foto: Pablo González López

— ¿Y usted vio caerse el avión?

— Si lo hubiera visto estaría corriendo todavía.

La respuesta nos la dio uno de los curiosos que quedaban horas después de la catástrofe, al borde del cordón policial. Quizá, de haberlo visto en vivo, todos aún andaríamos corriendo, pero no lo hicimos. Rocío no tuvo tanta suerte. El Boeing 737 caído ayer se estrelló a unos metros de su casa.

“Yo había lavado, y estaba tendiendo la ropa”, nos comenta. Desde hace casi un año vive con su marido al borde de la línea del tren, a pocos cientos de metros de la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional José Martí.

Diariamente siente unos diez o doce aviones pasar por allí, “usualmente no me asombro porque ya estoy adaptada a verlos, pero por encima de mi casa no pasa nunca ningún avión, y este venía de frente.”

“La trayectoria que traía era como para caer en el pre o algo así. El motor que me quedaba a mano izquierda venía incendiado, y ya cuando va por aquí arriba hace un giro brusco, se inclina hacia un lado, y es cuando veo a las personas dando en las ventanillas.”

Rocío Martínez González, la primera en llegar al lugar. Foto: Pablo González López

Quizá la lozanía de sus 21 años protege a Rocío Martínez González del triste espectáculo que tuvo que presenciar. “Todavía pienso que es mentira ―nos dice unas horas después―. Me quedé fría, parada, lo he visto mucho en películas, pero aparte de que nunca imaginé ver eso, hay que echarse unos días para asimilarlo.”

Se dedica a arreglar uñas. Tiene en su casa un gran estante con pinturas de todos los colores. Jovial y sensible, tuvo que sacar su valentía.

“Cuando gira se lleva con el ala los cables de luz que hay aquí al frente, se los lleva todos y fue cuando cayó en picada.” No olvida aquellas expresiones: “Que tú sepas que vas a morir, y no puedas hacer nada. Cierro los ojos y veo esa imagen.”

“Yo corría, gritaba, me mandé por la línea del tren en dirección contraria. A mitad de camino recapacité y viré, había dejado mi casa abierta y todo ahí. Fue entonces cuando tomé esta foto.”

Regresó a su casa. La vibración del impacto le había tumbado los búcaros de la sala. La cerró y fue rumbo al accidente. Fue la primera en llegar.

Casa cercana al accidente. Foto: Pablo González López

“Cuando llegué, allí no había nadie. Otras personas llegaron después.”

“Había mucho ruido, muchas explosiones. No se veía nada que no fuese humo y candela. No me atreví a acercarme más.”

Dos minutos después llegaron los bomberos del aeropuerto. La policía casi inmediatamente. “Había un hombre gritando dentro del cercado, les estaba pidiendo auxilio porque parece que hubo sobrevivientes.”

No se quedó mucho tiempo. No podía. Llamó a su marido para que regresara del trabajo ―consulta su móvil― a las doce y once. El accidente debió ser sobre el mediodía.

“El avión se partió al medio en la línea. Aquello fue muy feo ―nos dice y repite, en voz baja― aquello fue muy muy feo.”

“Había gente ayudando a otros a sacar a los heridos. De hecho, había un vecino nuestro, Chichi, que estaba lleno de sangre ayudando a sacar a las personas. Algunos para ayudar incluso se metieron dentro de la candela.”

Chichi, hombre a prueba de fuego

Chichi, vecino que ayudó en las labores de rescate. Foto: Pablo González López

A su casa llegamos sobre las cinco de la tarde. “Él no ha almorzado, no ha comido nada en todo el día”, nos dice su madre mientras lo esperamos. Es lógico.

Ramiro Santana Martínez, Chichi, para todos por allí, es un hombre pequeño y delgado, de 46 años. Ha sido cocinero, según escuchamos. Actualmente trabaja por cuenta propia en la construcción, y, al parecer, en su tiempo libre, intenta salvar vidas.

“Venía del trabajo. De un momento a otro siento la explosión y veo el humero ese y salgo corriendo porque pensaba que el avión había caído aquí, en mi casa, donde estaban mi mamá y mi hermano.”

“La explosión fue grandísima, un estruendo muy grande”. Otras se sucedieron mientras estaba en la casa. Su primera reacción fue asegurar el balón del gas. “Vi que todo estaba bien y enseguida salí para donde estaba el avión, loco por ayudar”.

Su casa fue lo más lejos que pudimos llegar. Después de allí estaba el cordón policial. Después de allí era zona de desastre.

“Había llamas y se escuchaban todavía algunas explosiones. Había varias personas, empezamos a mirar y vimos a alguien como moviendo una mano. Un muchacho que estaba al lado mío me dijo "¡hay uno moviéndose ahí, vamos pa adentro!", y yo le digo "¡vamos!", entonces los paramédicos y los bomberos nos advirtieron que no nos metiéramos ahí, que las explosiones, pero el muchacho y yo nos metimos.”

“Un compañero que trabaja ahí en el aeropuerto nos ayudó a levantar las ramas, y sacamos a la persona. Yo saqué tres, dos hombres y una muchacha.”

Se encontró un avión sin alas, partido por la mitad. Una parte cayó en un sembrado de yuca, y otra sobre un vivero, donde no había nadie. Lo último que hizo el piloto antes de morir fue asegurarse de no caer sobre ninguna de las poblaciones que había alrededor. Salvó cientos de vidas.

“Por donde había un pedazo del avión, había candela. Ahí fue donde yo me metí, donde estaba lo gordo de verdad.”

“Cuando llegué ya estaban los bomberos, la policía y todo. Había como veinte personas, y todo el mundo quería ayudar, pero la policía nos tenía parados, era muy peligroso, como tres o cuatro fuimos los que nos metimos ahí adentro y empezamos a sacar esos cuerpos con vida. Yo no los conozco, la primera vez que los vi fue en el accidente, pero estábamos aquí y cooperamos.”

La suerte o la justicia quisieron que saliera ileso. Después de él otros se pusieron a ayudar como pudieron, hasta que las autoridades, para su propia protección, los apartaron y se hicieron cargo, pero la situación no era prometedora.

“Aquello olía a quemado. Había cadáveres incinerados. Las personas que sacamos tenían quemaduras graves, estaban en muy mal estado. Cuando llegué a la casa le dije a mi mamá: ‘difícil que lleguen con vida’. Yo los llevé hasta la misma ambulancia. Salvo la muchacha, los otros no daban ningún otro signo de vida, más que su respiración.”

“Lo primero que vi cuando llegué fue gente ardiendo. Nadie gritaba. Vi a una madre que murió con su niño en las piernas.  Casi no tuve tiempo de fijarme en nada, ni en la sangre. La sangre me la vine a ver después, en los guantes, las piernas, los zapatos. Lo mío era estar ahí. Tengo la ropa metía en el tanque aquel pa que se le vaya toda la sangre, pero incluso me huelo y siento todavía ese el olor tan fuerte.”

Nos muestra la ropa que traía puesta. Un short, un pullover de mangas largas, medias, zapatos, guantes. El agua los ha limpiado.

Algunos de los primeros que llegaron al lugar del desastre, móvil en mano, fueron los curiosos. Muchas de sus imágenes, por impactantes, son impublicables. Cuando llegamos las estaban viendo en todas las esquinas. A estas horas, desgraciadamente, estarán rondando por toda La Habana, vía Zapya, o incluso por el mundo, gracias a internet.

Dicen que, desde El Rincón, templo de San Lázaro, llegó un sacerdote esa tarde a bendecir la tierra. Habrá rezado por las almas de aquellas 104 personas, a las que no pudo salvar ni Dios, ni el hombre.