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¿A qué va Estados Unidos a la Cumbre de Lima?

Las Cumbre de las Américas fueron convocadas por el gobierno de Estados Unidos en un momento que se sintió en una posición fortalecida en el contexto del Hemisferio Occidental y a nivel mundial. La primera de ella fue realizada en la ciudad de Miami, en 1994. A principios de la década de 1990 del siglo XX se consideraba había terminado la “Guerra Fría” y el llamado sistema bipolar de relaciones internacionales, por la desaparición de la URSS y el Campo Socialista en Europa del Este. Todo ello creaba una percepción triunfalista del capitalismo y el imperialismo, en particular su principal centro: Estados Unidos.

En ese momento el presidente estadounidense William Clinton proyectaba la idea de que el mercado libre sería el componente principal de las relaciones interamericanas. Se debía garantizar su institucionalización después de haber aplicados ajustes estructurales neoliberales en la década de 1980 mediante los acuerdos de libre comercio. En la Cumbre de Miami se lanzó el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que con la sola excepción de Cuba, debía articular el sistema de dominación de Estados Unidos sobre la región para el nuevo siglo. Consideraban que la reinserción de la Mayor de las Antillas al sistema de dominación imperialista era cuestión de tiempo.

La llamada Ola rosada, ascenso de un grupo de gobiernos de izquierda en la región con distintos tintes, se expresó en el balance de fuerzas en la Cumbre celebrada en Mar del Plata en 2005. La presencia de gobiernos con posturas críticas al neoliberalismo, encabezados por la Venezuela de Hugo Chávez, el Brasil de Lula y Argentina de Néstor Kirchner, que trataban de transformar la realidad y crear un mundo mejor para los pueblos de la región, derrotaron la política del ALCA, aunque continuaron ampliándose los tratados de libre comercio con Estados Unidos de carácter bilateral y subregional para el caso de Centroamérica y Republica Dominicana.

Las Cumbres posteriores a 2009 coincidieron con la llegada a la presidencia de Estados Unidos de Barack Obama y  fueron caracterizadas por la demanda de la región para incorporar a Cuba en la Cumbre de las Américas, reconociendo y respetando su sistema, lo cual en la práctica constituyó una ruptura de la llamada Carta Democrática, que suponía aceptable solamente las democracias liberales burguesas.

En el 2015 participa Cuba por primera vez en la Cumbre de las Américas en Panamá. Este acontecimiento fue reconocido por los pueblos de la región y los gobiernos como un avance en las relaciones interamericanas, aunque se mantenían tensiones y contradicciones en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Contradictoriamente el Presidente Obama había declarado por vez primera a Venezuela como “amenaza a su seguridad”, un peligroso antecedente para la intervención imperialista en ese país en apoyo a la oligarquía local, desconociendo la justicia social y democracia puestas en práctica por la Revolución Bolivariana.

A pesar de esta sombra resultaba favorable para una Cumbre de las Américas, que la política de Estados Unidos diera pasos a favor de la negociación, y creara un ambiente general más distendido, con una retórica menos agresiva e intervencionista, que señalaba haber dejado en el pasado la Doctrina Monroe, la política de cambio de régimen, y tratara de sostener las relaciones con la región en otros términos. Aunque ello no modificara los objetivos y fuera un ajuste en el discurso y el mayor énfasis en los llamados instrumentos del poder blandos, sin duda se mejoraba el clima de las relaciones interamericanas.

La llegada a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump, con sus enfoques nacionalista, agresivo, con amenaza del uso de la fuerza y el chantaje, racista e irrespetuoso de la soberanía y la independencia de nuestros pueblos constituyó una expresión reaccionaria y regresiva en las relaciones interamericanas, que se reflejaría en general, pero con matices mas agudos en su política hacia Venezuela y Cuba. Rechazo a los inmigrantes, deportaciones y abandono de la política sobre los llamados Dreamers, construcción de un muro en la frontera con México, renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y salida de la Alianza Transpacífico (TPP), en la cual participaban tres de los principales aliados en la región (México, Chile y Perú), que sin embargo fue firmado en Chile finalmente sin la participación de Estados Unidos.

La Cumbre de las Américas aunque es una reunión claramente organizada para servir los intereses y valores de Estados Unidos, convocada y diseñada por ese país imperialista, se basa en un marco de relaciones multilaterales en que la asimetría estadounidense en la región debe garantizar la estabilidad de su sistema de dominación. La política de Trump no se ajusta bien a ese contexto, porque tiene un enfoque bilateral, con énfasis en las sanciones, la amenaza y el uso de la fuerza y todo ello es contrario a un contexto  multilateral como este.

Estas condiciones presagian que la Cumbre que se realizará en Lima dentro de unas horas tendrá muchas tensiones y se expresarán contradicciones muy fuertes entre las posiciones antiimperialistas, las cuales aunque han sufrido retrocesos parciales y coyunturales no han sido derrotadas. Se conservan gobiernos en la región que exigen respeto a los principios acordados en la Proclama de América Latina Zona de Paz suscrita en la Cumbre de la CELAC en La Habana, en el 2014, de respeto total a la diversidad, la no intervención en los asuntos internos de los países y la solución de las diferencias por la vía del dialogo y la negociación. El ALBA como un proceso de concertación de un grupo de países de la región  no ha desaparecido y es una fuerza contraria a la política regional estadounidense.

La administración Trump —más allá de sus inconsistencias y contradicciones, limitada credibilidad, variabilidad, mentiras y manipulaciones, lenguaje agresivo y poco diplomático— se plantea como objetivo principal, como recoge la Estrategia de Seguridad Nacional de finales de 2017 y otros documentos oficiales, sancionar y aislar hasta donde sea posible a Venezuela y Cuba. La retórica de Trump coloca a Cuba y Venezuela como países socialistas o comunistas, con gobiernos autoritarios que supuestamente no sirven a sus pueblos. Nada más alejado de la realidad, pero ese es el contexto presentado por los medios controlados por las transnacionales al servicio norteamericano. La política del trumpismo retoma las obsoletas ideas de dominación de la doctrina Monroe de 1823 y acusa la intromisión y apoyo de Rusia y China en el marco regional, como fuerzas contrarias a los intereses de Estados Unidos y sus alados en la región.

Claramente, la actual política del imperialismo hacia nuestra región tiene su golpe principal dirigido hacia Venezuela, donde trata de crear una situación de supuesta crisis humanitaria e ingobernabilidad para justificar la intervención extranjera, con el apoyo de la OEA, o al menos del llamado Grupo de Lima, o en última instancia mediante acciones unilaterales de Estados Unidos.

Esta estrategia constituye un alto riesgo para la paz y estabilidad regional y viola todas las normas del derecho internacional y de la Carta de las Nacionales Unidas. Parte de la consideración de que si Venezuela para a manos de la derecha y es desplazado el gobierno bolivariano, ello garantizaría el retroceso de las fuerzas antiimperialistas y fortalecería el sistema de dominación al desaparecer el ALCA y Petrocaribe. Dicha tesis asume que el Caribe, Centroamérica y Cuba se colocarían en una posición de mayor fragilidad a expensas de las presiones y chantaje de la política de Estados Unidos, que abarca asistencia exterior, acuerdos de libre comercio y fuentes energéticas.

En síntesis, el contexto económico, político y social regional, marcado por tensos acontecimientos que no excluyen al país sede (que acaba de pasar por la renuncia de su presidente por temas de corrupción), las falsas acusaciones mediante las que llevaron a la cárcel al ex presidente y candidato popular en Brasil Lula da Silva y los tensos y turbulentos procesos electorales en México, así como en otros países donde el ascenso de las políticas neoliberales acrecientan las protestas sociales, la involución en las relaciones de Estados Unidos con Cuba y mayores agresiones financieras hacia Venezuela para agravar su situación, no constituyen un clima favorable a la Cumbre y significan un retroceso en las relaciones interamericanas.

La postura de Estados Unidos en la Cumbre va encaminada a alentar a las fuerzas de la derecha pro imperialista para que apoyen la política de sanciones, aislamiento y presiones en primer lugar hacia Venezuela, pero también hacia Cuba y otros procesos que se resisten a subordinarse a su dominación.  En su esencia la política de Estados Unidos está dirigida a convocar a sus principales aliados a dividir y debilitar a las fuerzas que se oponen a su sistema de dominación. A pesar de que las Cumbres de las Américas son un foro organizado por el imperialismo con el respaldo institucional de su ministerio de colonias, la OEA, no puede revertir la historia ni los niveles de declinación su hegemonía a escala hemisférica. El balance de la propia Cumbre está por ver pero, más allá de ello, la historia no termina en esta cita que de por si no modificará el curso de los acontecimientos de modo fundamental.