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La Muela

Si usted no es cubano, puede que esté pensando que este es un artículo referente a la estomatología; sin embargo, nada más lejos de la realidad, sucede que acá, en esta isla poblada de gente simpática y perfectamente acostumbrada al doble sentido, todos sabemos que la cosa viene por otra dirección y aunque hablaremos de temas muy vinculados a la boca, no se ajustan precisamente a la masticación.

La primera gran y magistral ¨muela¨ de la cual fui testigo ocurrió en el terrenito de pelota donde jugábamos en aquella feliz época de mi infancia. Por allá estaba Armandito Estambre, que era quien fabricaba las pelotas de trapos forradas con medias hurtadas de la tendedera de su mamá, con las cuales se aseguraban los partidos que congregaban a buena parte de la muchachada de entonces.

Como el susodicho tenía el monopolio en la confección de las esféricas, ponía la condición de que siempre debía ser el pícher abridor de su equipo (que también era el mío) y no podía ser sustituido hasta tanto a él no le diera su reverenda gana.

Ante aquel chantaje beisbolero; Cuquito, quien dirigía el piquete, estaba de manos atadas, hasta que peligrando nuestro pase a la final de la ¨Liga del Trapo¨ en el juego decisivo, cuando le habían dado a Estambre más batazos que plumas tiene un perico, se fue el director hasta la lomita, nos llamó a todos y con cara de gato triste le imploró al lanzador que por favor tuviera piedad y dejara que un relevista resolviera la situación, el otro no quería ceder y Cuquito utilizó una muela rebuscada, halagadora y casi fantástica, después de la cual pudimos ¨aplicarle la grúa¨ al dueño de las pelotas.

A Guillermo Gerundio, un chamaco destacado en la asignatura de español y literatura que teníamos en la Secundaria Básica, se le conocía también por ¨Muela de Oro¨ porque poseía artillería pesada en materia de vocablos y fragmentos de poemas de José Ángel Buesa, con los cuales nutría sus declaraciones amorosas con las que logró ¨tumbar¨ a unas cuantas coetáneas que tenían fama de difíciles.

Georgina Nomecuelgues, era especialista en muelas telefónicas, ser receptor de una llamada de ella era considerado como un castigo severo o una probable incitación al suicidio, la mujer parecía usar un teléfono solo habilitado para hablar y sin ninguna opción de escucha, porque pocas veces se supo de alguien que pudiera pronunciar más de dos palabras en ese desigual diálogo mientras ella ponía los verbos en ráfaga.

Sermón, mi profesor de Botánica, se olvidaba de que los árboles estaban fuera y no sentados en los pupitres, porque hilvanaba una muela vegetal que solo podía ser resistida por una colección de indefensos arbustos que crecían en el patio de su casa, donde solía ensayar la retórica endiablada que llevaría los miércoles a mi escuelita primaria.

Y mira si los cubanos hemos inventado acepciones y denominaciones para el tema de la muela, que ya llegamos a la conclusión popular de que la máxima expresión en ese sentido es la que denominamos como una ¨Muela Bizca¨ término con el cual solemos identificar a los que mucho hablan pero poco hacen en función de los demás.