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El futuro de la ciencia ¿sin presente? (+ Gráficos)

La espina de la integración ha impedido que la famosa piña MD-2 que germina en los campos avileños no sea fruto de los laboratorios de Bioplantas Fotos: Pastor Batista/Invasor.

La lógica del tiempo parece invertida en Ciego de Ávila. Se proyecta un futuro, pero semejante empuje se edifica sobre un presente que desestima el modo en que se hace ciencia y el modo en que se ¿aplica?

Probablemente todos los científicos cubanos puedan citar aquella frase de Fidel donde definía cómo tenía que ser el futuro de Cuba (“de hombres de ciencia, (…) de pensamiento”). Pero, probablemente, ninguno se atreva a ponerle fecha a esa aspiración que llevamos más de medio siglo re-citando, sin que en todos los casos el grado de conciencia se traduzca en ciencia y se revierta, a su vez, en desarrollo palpable; porque nadie investiga para engavetar conocimientos ni colgar doctorados y maestrías en la pared. ¿O sí?

Aun cuando ha sido muy notable la avanzada en ciertas esferas científicas (sobre todo en la biotecnología), en algunas ramas se deshojan los “descubrimientos” de un país que muestra una desproporción inexplicable a primera vista: el crecimiento alcanzado en las seis décadas de inversión social no se corresponde con los índices de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), que es el medidor común en el mundo para cifrar la producción de bienes y servicios.

¿Qué desajusta esa relación? ¿Qué frena el talento cubano? ¿Para qué se investiga entonces o dónde se queda el resultado, la solución…?

Tales interrogantes desembocan en respuestas tan complejas como la ciencia misma, y mal enfocadas, tienden a confundir. Incluso, si decimos —y el dato lo aporta Vivian Herrera, directora general del Ministerio del Comercio Exterior (MINCEX)— que hoy el 70 por ciento de los ingresos que obtenemos de las exportaciones, llegan a través de la prestación de servicios, y que ya no son los bienes, sino el “cerebro” lo que capta, en buena medida, la moneda dura, podemos dar la impresión de que presumimos de una inteligencia, que hacia lo interno no sabemos (o podemos) asimilar.

Pero cualesquiera que sean las posturas hay consenso en que el camino de Cuba tiene que ser en dirección al pensamiento; ya no solo porque Fidel lo dijera en el ´60, sino, también, porque se aprobó como estrategia.

En 2016 la actualización de los Lineamientos reformulaba su enunciado y decía: “ situar en primer plano el papel de la ciencia, la tecnología y la innovación en todas las instancias, con una visión que asegure lograr a corto y mediano plazos los objetivos del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social”.

Sin embargo, un año después, Luis A. Montero, Doctor en Ciencias y miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba, quien preside el Consejo Científico de la Universidad de La Habana, decía en Cubadebate: “la letra de esos documentos está excelente, tenemos la esperanza de que se lleve adelante, pero ya pasó un año del Congreso del Partido y no ha ocurrido nada”.

Cuatro meses antes, en ese mismo portal digital, el doctor en Física y vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba, Carlos Rodríguez Castellanos, escribía un artículo en el que cuestionaba la visión gubernamental, pues el presupuesto del Estado, aprobado cada año, no recoge de manera explícita las partidas dedicadas a investigación-desarrollo (I+D) ni a actividades científico-tecnológicas (ACT), ya que las supone incluidas en otras actividades presupuestadas o en las del sector empresarial. “Este enfoque no permite dirigir los recursos del Estado hacia sus objetivos priorizados, ni evaluar la intensidad y eficiencia de la ciencia cubana (…). Se puede invertir más o menos, de acuerdo a las posibilidades del país, pero hace falta distinguir bien cuánto, cómo y en qué”.

Ambos doctores esbozaban aspectos que definen hoy cualquier análisis que se haga del asunto: tiempo y dinero; dos variables que determinan el avance o retroceso y pasan, necesariamente, por la comprensión. Después de alineados los tres factores (damos por obvio el talento) es que puede reclamársele a la ciencia su “ausencia” en la sociedad. Antes no.

Ahora… ¿Tampoco?

Si una imagen puede ilustrar el “vacío” que existe fuera de las instituciones científicas del territorio, es la del director del Centro de Gestión e Información Tecnológica (CIGETC), Alexander Flores Sánchez, quien casi puede contar con los dedos de su mano las empresas que hoy le solicitan el servicio para ponerle ciencia a sus procesos productivos, desarrollar la innovación o apropiarse de conocimientos para la introducción de nuevas tecnologías. En cinco años, sus ingresos han aumentado muchísimo, pero no pasan de 10 las entidades que en 2017 se sentaron frente a su buró.

Desde su mirada abarcadora surge (parte) la explicación. “Los servicios comprados por las empresas se incluyen dentro de los indicadores que atentan contra el salario y eso limita el pago de estimulación, de ahí que muchos prefieran “ahorrar” y pagar más, que solicitar proyectos para desarrollarse. Por eso, si comparas los planes de las empresas y organismos, verás que de un año a otro se parecen muchísimo, frenan el desarrollo pensando en el hoy”.

A escala gubernamental, asegura, sucede parecido, “las reuniones se enfocan más en los problemas actuales, que en buscar soluciones para sus causas, y según el principio del sociólogo Pareto, aplicable a todos los ámbitos de la vida, es más fácil atacar (y resolver) el 20 por ciento de las causas generadoras, que resolver el 80 por ciento de los problemas, que no viceversa. Aquí lo hacemos al revés, ¿cómo vamos a poder de ese modo?”, se cuestiona.

Sin escuchar su interrogante, Miguel Salazar Rodríguez, jefe de la unidad de Ciencia y Tecnología, de la delegación territorial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) parece tener la respuesta. “Así no podemos,” dice refiriéndose a otro asunto que, de alguna manera, es causa-consecuencia del anterior, pues si las entidades no concientizan la importancia de la Ciencia, terminamos invirtiendo la lógica”. Se atreve a acuñar, incluso, un término y habla de “modelo ofertista en el que los investigadores, por lo general, firman acuerdos con determinadas entidades para evaluar sus resultados y luego no encuentran un espacio de extensión o socialización para el mismo. De antemano se logra una visión reducida”.

Y aunque tampoco existe una estructura que acerque las partes (al CITMA no se subordinan los diferentes organismos y los sitios web de las instituciones científicas no poseen abundante información —en caso de que las empresas tuvieran cómo acceder a ellas—)el problema encuentra el punto máximo de agudización en la pirámide temática: más del 70 por ciento de los 270 doctores en ciencia que existen en la provincia se han doctorado en Ciencias Pedagógicas y, en ramas tan demandadas como la Agricultura o la Economía palidecen los datos que, dicho sea de paso, no se contabilizan por el CITMA. Es inexacta también la cantidad de másteres que, calcula Miguel, sobrepasan los 11 000 en el territorio.

La tendencia a esa parcialización del conocimiento parece no mermar si tomamos en cuenta los 32 premios provinciales entregados por la Academia de Ciencias, en fecha tan reciente como el 8 de enero. La mitad de las investigaciones laureadas corresponden a la Universidad Máximo Gómez; de modo que hoy las “ofertas” están encaminadas a ese sector y más allá no abundan las propuestas, pues, como promedio, el CITMA evalúa cada año unos 40 trabajos. No más.

No obstante, según el propio Miguel, es en la medición de los impactos donde se halla el otro punto débil de la Ciencia en Ciego de Ávila. Hoy, la evaluación de los resultados corresponde al consejo científico del centro adonde pertenece o se inserta el investigador y la ausencia de un tercero (no asociado) podría “justificar” algunos cuestionamientos sobre el impacto de algunas investigaciones.

“Es en ese objetivo donde se debe diseccionar el resultado porque allí, se supone, está el experto”, dice el directivo quien admite que el Consejo Técnico Asesor Provincial, integrado por una veintena de organismos y que se reúne cada tres meses no funciona como consejo científico, sino como instancia que evalúa la marcha de los procesos, o enrumba las temáticas de acuerdo a prioridades y estrategias. “Esta instancia ha sido permisible, formal, pero no es menos cierto que es en la base donde tiene que medirse los resultados”, reitera.

El que no se arriesga…

Y si fuera a medirse al Centro de Bioplantas habría que decir dos cosas. Uno: que como es un centro presupuestado con tratamiento especial, y ello le permite ingresar dinero al margen del presupuesto del Estado, ha debido dedicarse a investigaciones que en los predios avileños no dicen mucho, pero le garantizan, al mismo tiempo, sostener otros proyectos. Dos, que la famosa piña MD-2 que ha salido de su laboratorio ya se siembra en las provincias orientales y occidentales.

Por eso allí se habla del Pistacho, de su propagación in vitro, y pocos sabemos de un fruto que “sustenta” proyectos internacionales y de la MD-2 que ha llegado a exportarse hasta Ghana. Su directora, la máster Janet Quiñones Gálvez, cifra los dividendos en más de 2 000.00 CUC y unos 70 000.00 CUP, una cuantía que a Bioplantas le es insuficiente…y es “algo”, rectifica.

Pero “algo” casi nunca es suficiente para un científico y al doctor en Ciencias Romelio Rodríguez Sánchez, el hombre que ha liderado las investigaciones de la piña, tampoco le consuela el poco avance que ha tenido ese cultivo en el territorio.

Aun cuando hace dos años se cuestionara con severidad sus resultados y se aludiera a vitroplantas en un laberinto (sin salida al campo avileño) hoy la realidad demuestra que es en el enfoque de la ciencia donde se ha desenfocado el asunto.

“Nosotros no podemos darle la solución a Cítricos para un rápido crecimiento porque hacemos vitroplantas y estas demoran alrededor de tres meses más para alcanzar el desarrollo que ya tienen los hijos obtenidos de las piñas importadas. Sin embargo, si se quiere pensar en desarrollo a largo plazo hay que pensarlo con plantas que no estén degeneradas y permitan obtener más hijos de cada una.”

Renovar las plantaciones es tan importante como cumplir un plan productivo, agrega Romelio, al tiempo que saca una cuenta sencilla. “El área de Bioplantas es pequeña, pues no estamos concebidos para producir (apenas podríamos suministrar 72 000 vitroplantas al año, suficientes solo para sembrar una hectárea de piña). Si esa producción se multiplica en la Biofábrica (y la señala porque la tiene a metros de su oficina) pueden obtenerse millones de esas vitroplantas, que fue lo que hicimos antes: transferimos el conocimiento a una pequeña Biofábrica de Santo Domingo, en Villa Clara, que ya le vende un millón de esas plantas a Jagüey…Ah, pero esa alianza aquí no ha podido ser porque pertenecemos a ministerios (¿y a países?) diferentes y sin integración no hay ciencia que valga.”

Y, obviamente, no ha valido para Cítricos Ceballos.

“Aunque las relaciones entre Bioplantas y Agricultura son hoy excelentes, no siempre se ha entendido en el campo la importancia de la ciencia”, explica Romelio. Foto: Invasor.

Por otros vericuetos se ha “enredado”, también, el hilo que debe unir la producción de leche de cabra con una fábrica de ese queso, inaugurada en Baraguá, hace menos de dos años. Ya existía una investigación en el Centro de Investigaciones de Bioalimentos (CIBA), de Morón, que arrojaba coordenadas para mejorar la absorción de alimentos y, por ende, incrementar la producción de leche de ese rebaño caprino que ronda los 30 000 animales en la provincia, cuando en la fábrica se quejaban de no llegar a los 360 litros diarios necesarios en esa fase experimental, pues la producción meta es de 1500.

Algunos “desenlaces” los han golpeado casi más que los 14 investigadores con categoría científica que han migrado en los últimos años hacia puestos mejor remunerados, sostiene Levis Valdés González, director del CIBA, quien lamenta no solo la falta de personal.

“Hoy existen directivos que te piden realices un diagnóstico ambiental (parte de nuestra cartera de servicios) porque se los pidieron a ellos, y no porque tienen conciencia del asunto. Hay otros que sí avanzan, como la Empresa Ciegoplast, y otros a los que ni siquiera, siendo nosotros una consultora ambiental, hemos podido entrar (como a los hoteles de la cayería).”

Ejemplos más felices, tiene Javier González García, un cibernético-matemático jefe del departamento de evaluaciones zootécnicas, quizás por el poco tiempo que lleva en el CIBA. En un viraje de perfil el joven habla de los cerdos criollos, de la formación de esos cotos y de los estudios agronómicos realizados para mejorar su alimentación. “Eso sí ha marchado bien en todos los municipios”, agrega.

La producción de energía, a través de los biodigestores, puede ser más eficiente cuando se obtiene de los residuales de los cerdos criollos. Estamos intentando validarlo, afirma Javier. Foto: Invasor.

Sin embargo, muchas veces da la impresión de que generalizar la ciencia cuesta más que hacerla y tal criterio lo valida hasta el innovador Héctor Vidal Iglesias, el hombre que “se armó” de un video de la gerencia del Meliá Varadero, donde el gerente español explicaba el ahorro considerable de los productos químicos en sus piscinas desde que Héctor había colocado sus magnetizadores… y ni así ha podido colocar él ninguno en el norte avileño.

Los costos, igualmente, han sido subestimados; incluso el más preciado que tiene un investigador: el tiempo. Ya lo decía el propio Ángel Jesús Lacerda el año pasado, cuando el Ministro de Salud les pedía a los doctores de la institución moronense aumentar el grado científico. “¿Y cómo motivar a los colegas si se mantienen las guardias, las horas en el salón, las consultas, la lenta conexión a Internet (cuando la tienen)…?, todo eso limita mucho cualquier proyecto que se emprenda”, confesaba a Invasor.

Pareciera que el impacto no ha sido bien calculado, pues “en términos económicos, reponer un equipo, por caro que sea, suele ser más barato y, toma menos tiempo que formar a los especialistas de alta calificación sin los cuales el equipo no vale nada”. El criterio lo sostiene Carlos Rodríguez Castellanos, vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba, pero quizás, Javier termine confirmándolo porque en un momento de su entrevista se le escapó esta frase: “ya llevo cinco años aquí y eso es mucho tiempo”.

(Tomado de Invasor)