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Ernesto Che Guevara: "Ya todos conocemos lo que vale la Unidad"

Discurso a las milicias en Cabañas, Pinar del Río, 22 de enero de 1961.

Compañeros todos:

Hoy se cumple, en nuestra Revolución, una etapa; no precisamente hoy, sino en estos días. Se cumple una etapa porque el último peligro inminente de invasión imperialista ha pasado.

Eso no quiere decir, de ninguna manera, que haya pasado totalmente el peligro; no quiere decir que haya pasado el peligro definitivamente, porque el gran creador de guerras, el gran enemigo de la paz y el gran enemigo de la soberanía de los pueblos, que es el imperialismo, todavía está fuerte. Simplemente, es que hay otras fuerzas en el mundo que han empezado a tener conciencia de su capacidad de luchar contra el imperialismo y, poco a poco, los pueblos han comprendido que unidos todos para el solo gran fin común de su libertad pueden luchar victoriosamente contra las armas que antes, uno a uno, los vencían, los aplastaban, los masacraban y después los succionaban.

El ejemplo de Cuba demuestra que en este momento de la historia, no importa el tamaño de un pueblo ni la magnitud de sus instrumentos de destrucción; que su voluntad férrea, que su unidad frente al peligro, que su decisión de triunfar frente a todo, basta para lograr, con la ayuda de todos los pueblos del mundo, un triunfo tan resonante como este que hemos obtenido (aplausos); un triunfo, compañeros, que tiene dimensiones mundiales. Y las tiene, porque este triunfo sin sangre es el triunfo sin sangre de todos los pueblos que quieren la paz, que saben que en este momento de armas atómicas la paz es indispensable para asegurar el futuro de la humanidad.

Los imperialistas pensaban jugar una última y desesperada carta con una invasión fulminante contra nuestro pueblo. Nosotros nos enteramos de eso, lo denunciamos a su debido tiempo, y nos preparamos aquí para repeler esa agresión. Los pueblos del mundo también dijeron presente, y muy serias afirmaciones se hicieron en Moscú por el Primer Ministro Jruschov (aplausos); y en la Organización de las Naciones Unidas por el Delegado Permanente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, quien previno del paso que iba a dar los Estados Unidos atacando a Cuba en esos momentos.

Bien sabido es que la Unión Soviética y todos los países socialistas estaban dispuestos a entrar en guerra para defender nuestra soberanía y el tácito compromiso que se ha establecido entre nuestros pueblos. Al triunfar sin guerra, toda la parte más sana de la humanidad ha triunfado con nosotros; al triunfar sin guerra, los pueblos del mundo han triunfado. Y no solamente los nuestros, los que con sus gobiernos están del lado del campo de la paz, sino también los pueblos que tienen que soportar gobiernos guerristas, como en primer lugar el pueblo de los Estados Unidos, como el pueblo francés, que en Argelia ve como sus hijos mueren masacrando a otro pueblo, como otros pequeños imperios que todos los días matan seres humanos para asegurar las ganancias de sus monopolios.

Por eso esta victoria es mundial, por eso debemos hoy convertirlo en un día de regocijo, porque ya nuestros mejores hijos, los que todos los días estuvieron esperando, durante veinte largas mañanas, tardes y noches, la aparición del enemigo por alguno de los tantos lugares en que se preveía su llegada, porque todos esos hijos, vienen hoy a depositar su fusil, no a que duerma un sueño tranquilo, pero a que esté en un reposo vigilante, y se vuelven a entregar a la producción, que es nuestra meta y nuestra batalla de todos los días.

Debemos, sin embargo, hacernos algunas reflexiones. Ya lo dijo Raúl en Santiago: no todo ha salido bien, tenemos todavía muchos defectos; defectos que algunos hemos podido ver directamente, defectos que otros miembros del ejército han visto, y otros que pueden solucionarlos los mismos soldados de nuestro Ejército Rebelde, o los milicianos. Porque la organización es algo inmanente a un Estado moderno; no se puede dirigir una guerra, ni se puede dirigir una etapa de desarrollo económico violento, ni se puede hacer una gran tarea educacional, si no hay organización, si no sabe cada uno en la guerra cuál es su trabajo, en la producción cuál es su máquina o su instrumento de trabajo, en las tareas educacionales cuál es su puesto, y muchas veces hemos tenido aquí momentos en que no todos sabíamos cuál era nuestro punto exacto. Nunca falló ni en lo más mínimo nuestra fe en la victoria y nuestro deseo de luchar hasta el final en el más duro de los sacrificios, pero sí a veces faltó la idea exacta de cómo había que hacerlo.

Nuestro pueblo ha avanzado tanto que ya sabe por qué tiene que sacrificarse. Debe ahora dar un paso más y en momentos como estos, de peligro nacional, debe saber en cada caso no solamente por qué va al sacrificio sino también cómo ir a la lucha que significará el sacrificio.

Eso es algo que nos ha servido de gran experiencia y, aunque estos veinte días han restado a nuestra producción una gran cantidad de bienes, que no se crearon, sin embargo, nos ha permitido ver en toda su magnitud el problema, y tratar de solucionarlo.

Pero también esta reunión nos ha enseñado la gran unidad del pueblo, cómo se han superado ya muchos resquemores, muchas viejas rencillas del pasado con que el imperialismo pretendía dividirnos, y que no murieron el día Primero de Enero de 1959, sino que siguieron presentes en nuestro desarrollo, hasta un buen tiempo después. Sin embargo, hoy se nota la unidad del pueblo, el fervor combatiente de todo el pueblo, de todo lo sano, de todo lo que está definitivamente por la liberación de la humanidad.

Y por eso, cada vez más identificados, en nuestras tribunas se ve no solamente a los miembros del Ejército Rebelde y de las otras organizaciones que la Revolución creara, sino también los miembros de todos los partidos políticos que existían antes de la Revolución y que le han dado su apoyo, y de los nuevos movimientos forjados al calor de la Revolución; y también en nuestras tribunas se encuentran preclaros representantes de lo más puro de las religiones, como el Padre Lence (aplausos), que viene a darnos su apoyo.

Porque nosotros nunca hemos venido a dividir, y constantemente hemos tratado de unir. Esa era una de las consignas primeras que desde la Sierra Maestra nos diera nuestro Jefe Fidel Castro (aplausos): no separar a los cubanos por tendencias políticas, por color de su piel o por su manera de pensar en materias espirituales; siempre tratar de juntarlos, siempre tratar de limar las asperezas que puedan existir y las lógicas diferencias de pensamiento que pueda haber entre un comunista y un miembro de otro partido político, entre los mismos miembros de nuestro Ejército Rebelde y de las Milicias en algunas contadas ocasiones, entre un católico y un protestante o una persona sin religión; no acentuar las diferencias, sino acentuar todos los puntos de contacto, todas las aspiraciones honestas, que nos permitan marchar juntos hacia la victoria.

Lo que sí debemos preguntar a todos: a los religiosos, a los de los partidos políticos o de las organizaciones creadas por la Revolución, es si aceptan los grandes principios de la Revolución y si encuentran que en esta etapa de Cuba la Declaración de La Habana reafirma y encuentra en ellos todos los grandes anhelos del pueblo de Cuba. Todas las personas que contesten afirmativamente, que estén dispuestas a luchar por el futuro de Cuba, que estén de acuerdo con que la Declaración de La Habana representa los grandes intereses y los grandes anhelos de nuestro pueblo, son nuestros amigos. No importa más; no importa cómo piensa en materia religiosa o en materia política, o a qué institución pertenezca. Solamente pertenece al gran núcleo del pueblo y a la gran fuerza de la Revolución.

En eso hemos avanzado mucho. Ya todos conocemos lo que vale la unidad; ya todos conocemos lo que puede hacer un pueblo cuando no solamente tiene armas, sino tiene un espíritu que los dirige hacia un fin único. Ya lo hemos visto en ese espíritu de los milicianos y soldados de nuestro Ejército Rebelde, resistiendo juntos todas las adversidades de estos veinte días de campaña. Y hemos visto al pueblo entero dando todo de sí, para hacer que todas esas incomodidades de la campaña sean menores, pueden sortearse más fácilmente, y exijan menos esfuerzo de nuestros hijos armados. Y hemos visto, también, cómo grandes concentraciones de pueblo se reúnen para dar la despedida a nuestros milicianos y a nuestro Ejército Rebelde, en un momento determinado, despedida que no es más que un ¡hasta luego!, porque todos estamos prestos a empuñar de nuevo el fusil miliciano o el fusil del Ejército, que es lo mismo, y cómo los despiden, dando de los ahorros de cada uno, una pequeña parte, para constituir esa gruesa suma que contribuye a disminuir los gastos de la defensa del país.

Porque un país para defenderse de una gran fuerza imperialista de la potencia agresiva de los Estados Unidos, necesita hacer grandes sacrificios. Todos los cañones, los tanques, los morteros y las ametralladoras, además de los fusiles y bazookas que desfilaron como una parte de nuestro arsenal de defensa el día 2 de Enero, es también dinero de nuestro pueblo. Y es dinero invertido en algo que no se reproduce, es dinero que no se puede dedicar a la producción de los bienes de consumo, y hacer de nuestro país una verdadera joya dentro de América.

Nosotros tenemos que luchar, para que las grandes fuerzas exteriores que nos obligan a comprar todo ese armamento y adiestrar a toda la gente que lo utilice, y a gastar sumas considerables de dinero, para que esa gran fuerza que nos obliga a todo ese sacrificio, desaparezca. Debemos siempre estar conscientes que mientras el imperialismo norteamericano mantenga esas características de agresión, no estaremos nunca tranquilos, y siempre deberemos tener nuestro fusil vigilante al alcance de la mano y cerca de nuestra vista.

Ahora también se inaugura un nuevo período presidencial en los Estados Unidos. Nuestro deber es esperar para ver qué pasa. Todos anhelamos que el sucesor de nuestro nunca bien odiado enemigo Eisenhower (gritos de «fuera») sea un poquito más inteligente, no se deje dominar tanto por los monopolios, que jugaban con el pobre otrora glorioso general como un títere, y lo hacían una y otra vez cometer errores que costaron mucho a la nación norteamericana.

Pero esos errores podrían costar mucho más al pueblo de los Estados Unidos y a todos los pueblos del mundo, si algún error de cálculo nos sume en una guerra mundial de características pavorosas.

El nuevo Presidente, al asumir el alto cargo, profirió ciertas amenazas, y utilizó el mismo lenguaje que ya conocemos, pero también habló de cosas nuevas: habló de cierta forma de coexistencia pacífica y de cierta forma de lucha pacífica entre los dos grandes bloques en que se divide el mundo. Aceptó, por lo menos, el hecho de que hay una parte del mundo que no quiere saber nada con la forma de vida americana, y simplemente amenazó con que no dejaría que nuevas partes del mundo, que ello dominan y oprimen, pasara a lo que él llama «las tinieblas del comunismo internacional».

Eso es algo positivo y debemos esperar. Es algo positivo, porque nos indica que está abierto el camino a las conversaciones, y de las conversaciones puede surgir algo. Pero de ninguna manera es lícito tener la más mínima falta de cautela frente a los Estados Unidos, mientras las condiciones no cambien. Sobre todo, somos el único país de América, el único país de sus posesiones coloniales americanas, que no tiene ni siquiera relaciones diplomáticas con él. Debemos, si vamos a mejorar nuestras relaciones, conversar nosotros también, mano a mano con ellos, y exponer nuestra quejas, y exponer la gran cantidad de injurias a que ha sido sometido nuestro pueblo en estos dos años de libertad.

De todas maneras, de hecho, la Revolución cubana ha demostrado que es más fuerte e invencible que nunca; ha demostrado que van quedando viejos algunos de los lemas con que saludábamos al pueblo al final de nuestros discursos, y que ya casi no se justifica decir «Patria o Muerte», porque no existe esa amenaza tan grande sobre nuestra Patria que nos coloque en el dilema terrible de mantenerla viva y mantenerla soberana, o encontrarnos la muerte en algún campo de batalla.

Aquella época parece pasada. No podemos afirmarlo, pero parece que es así; parece que la lucha ahora va a asumir otras características, que será más solapada, será mucho menos visible, aunque quizás no sea ni menos sangrienta ni menos implacable que la otra etapa. Ahora viene la etapa de luchar contra los que internamente traten de socavar nuestra Revolución; contra todos aquéllos que pertenecen a las clases sociales explotadoras, que definitivamente han sido derrotados en Cuba, pero que ellos no lo saben. Y al no saberlo levantan la lucha un día y otro día, y eso también cuesta el esfuerzo de los cubanos, para cada vez aplastar el intento contrarrevolucionario.

Esa será nuestra lucha en el futuro, y estará indiscutiblemente alentada por el imperialismo norteamericano, que no se resigna, de ninguna manera, a la gran verdad de nuestra Revolución. Pero ya se ve una lucha nuestra, una lucha en la cual todos nosotros seremos responsables de nuestros éxitos y de nuestras derrotas; una lucha donde no se pondrá en peligro la paz del mundo, por una agresión de alguna potencia extranjera.

En definitiva, será una lucha más cómoda, porque será la lucha de todo un pueblo contra una pequeñísima parte de su pueblo que no se resigna a perder sus privilegios, y que trata de mantenerlos a sangre y fuego. Y el destino de esa parte pequeñísima del pueblo, que se levanta contra la gran masa del pueblo revolucionario es, indefectiblemente, el de perecer.

Por eso, esta lucha que se inaugura en esta nueva etapa de nuestra vida revolucionaria, es más sencilla. No está exenta de peligro, ni está exenta de dificultades. Pero si mantenemos firmemente nuestra unidad, si nos preocupamos todos nosotros por hacer de la unidad del pueblo, frente a las grandes consignas revolucionarias, nuestra arma de combate; si, además, vigilamos revolucionariamente en cada centro de trabajo, cualquiera que sea, y, además de todo eso, nos dedicamos a producir más y más cada día para hacer de nuestro país una verdadera fuerza en el sentido industrial, aquel peligro será fácilmente batido.

Inauguramos, pues, en estos días, una etapa de lucha diferente. Pero para mejor decir, creemos que se inaugura; no podemos asegurarlo, porque hay un nuevo Gobierno de nuestros enemigos que todavía no se ha expresado, ni ha expresado sus intenciones reales, con respecto a nuestra Revolución. Por lo menos, esa es nuestra manera de pensar, y esa es, por qué no decirlo, nuestra esperanza también.

No queremos la amenaza de la guerra sobre nuestras cabezas, ni queremos tener que movilizar a nuestro pueblo a cada momento para luchar contra el enemigo; pero si volviera a suceder, si ese enemigo volviera a levantar la amenaza de la agresión contra nuestro pueblo, veríamos cómo otra vez el pueblo entero va a las trincheras y a todos los lugares de combate. (Aplausos.) Y veríamos de nuevo cómo surgen, más fuertes que nunca, las grandes consignas que han dirigido a nuestro pueblo en estos últimos días, y que han tenido, en cada uno de nosotros, las características de una solución inapelable: ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!

(Publicado en Che Guevara Proyecto editorial de Ocean Sur y el Centro de Estudios Che Guevara)

EN CONTEXTO:

Ante informaciones de que el presidente Eisenhower pretendía lanzar una invasión a Cuba antes de la toma de posesión de John F. Kennedy, que ocurriría el 18 de enero de 1961, la dirección de la Revolución movilizó a miles de milicianos en todo el país, desde el 31 de diciembre de 1960, para enfrentar una posible agresión. El 20 de enero de 1961, el Comandante en Jefe Fidel Castro dio la orden de desmovilización y llama a los milicianos a regresar a sus lugares y centros de trabajo con el orgullo del deber cumplido, pero no creyendo que todos los peligros habían desaparecido.