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Ese ser extraordinario llamado Camilo Cienfuegos

Cándida le lleva una flor a Camilo cada año. Foto: Leysi Rubio / Cubadebate

Cándida le lleva una flor a Camilo cada año. Foto: Leysi Rubio / Cubadebate

Ella venía con un mar pacífico rojo en su mano derecha, rumbo al malecón. Un pañuelo en la cabeza y una jaba blanca de nylon colgada de su brazo. Me recordó a mi abuela, pero un poco más alta. Imaginé por las arrugas de sus ojos que ella vivió la noticia de la desaparición de Camilo hace 58 años. Entonces interrumpí su paso con mi curiosidad, sin esperar nada más que una respuesta honesta. Pero Cándida, Cándida me dio un regalo.

“Él es tal como describen que él es, y como se comportaba. Eso es cierto. Absolutamente cierto.”

Cándida Abreu Cabrera tiene 79 años. Es natal de Macareño, Santa Cruz del Sur, en Camagüey. Su tía materna Carmen Cabrera y su esposo Fermín Jaime, vivían cerca del central Narcisa, en Yaguajay. Terminó la Escuela Superior allí. Corría el año 1959.

“Él era el héroe de Yaguajay. Toda su gente, bueno, pues vivían allí. Él también vivía allá mientras duró el derrocamiento de Batista. Entonces después iba mucho. Y cuando estaba, todo el mundo se alborotaba.”

En una ocasión, “mi tío Fermín Jaime consiguió un caballo para que mi primo Jaimito fuera con ellos, a acompañarlos hasta Yaguajay. Entonces yo fui hasta allá. Yo iba con Camilo, pero de manos. Él tenía una novia allí y entonces iba bastante a Yaguajay.”

“Yo iba de la mano. Siempre procuraba (tomarle de la mano) si alguien lo soltaba.” -  Cándida se ríe a carcajadas, con picardía. – “Siempre que hablan de él yo me acuerdo de eso, porque me da una risa conmigo misma. Corriendo iba y le daba la mano. Pero era como si yo fuera su familia, o como si fuera alguien que hubiese peleado con ellos o que me hubiera conocido. Así era él de sencillo, pero increíblemente el ser humano más natural y más sencillo. Con toda la muchachera aquella joven y no muy joven, caminando hasta el Central Narcisa que no era tan lejos.”

“De Camilo te digo eso. Yo lo que hacía era (cogerlo del brazo), porque ni hablaba con él. Todo el mundo iba hablando: la gente mayor, iba conversando y preguntándole algunas cosas o él contándoles de algunas cosas.”

“Andaba con el sombrero. Igualito. Su sencillez sobresalía en él. Él iba sin ningún tipo de preocupación, junto con el gentío aquel. La gente no salía a verlo, salían a ir con él.”

“Yo iba así, contenta. Él a cada rato me miraba, (como interrogándola a través de su sonrisa). Eso me daba una alegría tan grande. Y fue varias veces, en el tiempo que yo estuve allí, que fueron unos meses.”

Cándida tenía solo 19 años. Por su mirada, le pregunto si Camilo era bonito.

“Ni antes ni ahora me he fijado en la belleza externa de la gente. Yo los miro por dentro y los veo por dentro. Evalúo a la gente también de buenos hasta que me demuestren que no lo sean. Siempre tuve “oído, olfato y visión”. La suficiente como para darme cuenta cuando las cosas salían del alma, cuando eran con una sinceridad extraordinaria, cuando verdaderamente se estaba haciendo o diciendo algo con sinceridad. Tenía que ser así, pienso yo.”

“A Camilo yo lo veía tan noble, tan cariñoso, tan alegre, tan sencillo. Yo lo veía allá, en Yaguajay. Pero nos duró tan poco. Duró tan poco tiempo.”

“Él también visitaba las casas de familias, donde estuvieron mientras duraron los días de tumbar al Chino, que era el jefe del regimiento de Yaguajay. Vivían ahí; en casa de mis primos vivían algunos, incluso uno que después murió con el Che allá en Bolivia.”

“Dos de mis primos pelearon hasta la toma de Santa Clara, uno se quedó en el Ejército Rebelde. El otro, su problema era la Revolución y ya. Terminó en Santa Clara y regresó. Los Quintero, son de apellido Quintero.”

La mamá de Cándida es de Las Villas. Ella es la menor de cinco hermanos, la única que queda viva. Su papá era zapatero. Según cuentan, era una persona muy inteligente. Murió de tuberculosis cuando ella tenía apenas dos años. Agradecida, dice que sobrevivieron gracias a la ayuda de la gente.

“Desde los ocho años yo trabajaba de sirvienta, fregando en la casa de las familias que vivían allá que eran los dueños de la carnicería y de la lechería: los Malagaños. Después mi mamá nos mandó a la escuela que estaba en el batey del central. Allí na´ ma´ habían dos aulas. Una maestra de primer grado y una maestra del resto de los grados. Conchita Montalván era la de primer grado y Manuela Ontañol Lara era la del resto de los grados. Allí aprendimos otro tanto. Nunca yo conocí a alguien que hubiera estado hasta sexto grado.”

“Yo estaba estudiando antes del 59, pero, por supuesto, con los grandes sacrificios. Al triunfo de la Revolución todo marchó a las mil maravillas en el plano de la superación, en el plano de la igualdad. Porque yo tengo muchas razones para haber estado atrás: Mujer, guajira, muerta de hambre, negra. O sea, una infinidad de cosas.”

“Lo que pasa es que nosotros sí aprendimos a leer y a escribir. Mi madre sí fue a la escuela, en Cartagena, de donde ella era, que ahora pertenece a Cienfuegos. Entonces nos enseñó por lo menos a leer y a escribir. También las tablas en una libreta que valía cinco centavos. Y cinco centavos era mucho dinero. Conseguir los cinco centavos era difícil.”

Cándida estudió primero contabilidad. Luego Administración Pública en la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público, en la Universidad de La Habana, en el edificio José Martí. Estudiaba y seguía trabajando. Después, cuando la Revolución, estudió pedagogía en Física. Es una mujer sencilla, inteligente.

El ruido de la “turba de muchachos” bajando por G la alertó. Enseguida se puso una ropita y salió de su casa. Pidió permiso a un árbol antes de coger su flor. La sostiene en sus manos mientras me habla, paradas junto al muro del malecón. Mira el mar pacífico y me dice:

“Aquí siempre he venido sola. Cuando trabajábamos veníamos juntos. Años atrás venía el CDR, la federación, todos juntos.”

“Yo nunca he dejado de venir a traerle una flor. Porque afortunadamente, aquí en la Habana, siempre he vivido cerca del mar.”

Cándida recuerda aquel final de octubre de 1959. Sus ojos se pierden en el infinito de las olas, en la profundidad de su memoria.

“Aquello fue tremendo, muy triste para todo el mundo. Porque Camilo era muy querido. El que lo conociera y el que no lo conociera. La gente lo quería.”

Todos los años le trae su flor. Me dice que es lo menos que puede hacer.

“En los últimos tiempos vengo sola, porque la salud no anda muy cerca de mí. Entonces no tengo que ir al paso de nadie. Y yo no vengo para que nadie me vea, ni la cabeza de un guanajo. Yo vengo porque es mi sentimiento. Es mi deber venir, mientras yo viva."

Cándida le lleva una flor a Camilo cada año. Foto: Leysi Rubio / Cubadebate

Cándida nunca ha dejado de traerle una flor. Foto: Leysi Rubio / Cubadebate