Para Fernando, siempre
A las diez de la noche del 7 de octubre de 2017, una llamada del colega Kitín Rodríguez me conmovió y, cosas de la vida, no me sorprendí. Lo sabía mal, muy mal. Entonces recordé aquella tarde cuando salió del Centro Hermanos Loynaz, después de tener una de sus frecuentes intervenciones en la “Peña Deporte y Cultura”, ese día dedicada a su amigo Maximiliano Gutiérrez; él asistía puntualmente, con la seriedad de una obligación.
Allí pidió generalizarla, llevarla hasta los municipios. Y lo escuchamos con atención por aquel verbo filoso y dulce, no acostumbrado en los hombres del terreno, quienes prefieren hablar maderos en ristre. Bajamos la calle Martí de la ciudad de Pinar del Río, y nos despedimos.
Cuál sería la sorpresa, horas después, cuando alguien que no recuerdo, me soltó a boca de jarro: “A Fernando le dio un derrame cerebral anoche y está muy grave en el hospital…” Intenté no creerle. Solo vino a mi mente la tarde anterior, cuando brindábamos y nos divertíamos en la glorieta del Parque de independencia bajo una pertinaz llovizna, entre tragos y amigos. Allí, él y Papito Cruz se daban “pechazos” porque eran los más fuertes.
Seis varones consecutivos es un buen average. Los padres salen a buscar la hembrita y viene el otro varón, y el otro, y el otro. Es lo de nunca acabar. Algunos se detienen, prefieren no estar en los Récords Guinness. Y les queda la duda, ¿hembra el próximo parto? De los Fernández Rodríguez del Central Orozco, vinieron Fer¬nando y sus hermanos. Todos jugaron pelota, aunque descollaron él y su jimagua Juan. Tanto se parecen que, cansado de verlos, los he confundido. Contaba Fernando, el más serio, que Juan le jugaba malas pasadas en asuntos de faldas.
Fernando Hernández Rodríguez había nacido el 30 de mayo de 1955, en el antiguo Central Orozco, hoy Pablo de la Torriente Brau, cuna de otros grandes como Luis Giraldo Casanova, Alfonso Urquiola. Ellos vieron la luz por primera vez, alrededor del estadio del batey, Fernando y Félix Pino un poco más lejos. Los unió la vida en comunidad y en avatares beisboleros.
Estuvieron uno detrás del otro al bate, en aquellos súper trabucos vueltabajeros de la década del ochenta. Contaba con orgullo aquel día contra LAS VILLAS, donde Alfonso de tercer bate conectó jonrón y cuando llegó a home le dijo a Casanova: "Ya yo lo di, ahora te toca a ti..." El Señor Pelotero también la botó y le pasó el recado a Fernando: "Faltas tú..." El suyo no se hizo esperar. Tríada de bahiahondenses yéndose fuera del parque en fila india. Ellos, no tengo la certeza, quizás hayan integrado el único trío en competencias internacionales, oriundos del mismo sitio.
De muchacho, Fernando admiraba a Marquetti, Alarcón y Raúl Reyes, a quien destronó como máximo impulsor de carreras en un juego, al implantar la marca de 12, en la temporada de 1989. Récord para respetar, solo igualado por Alexei Bell años después. Empujar alguna es bueno, imagine usted esa friolera. Fernando estuvo en todas las categorías. Había sido descubierto por aquel cazatalentos natural ya fallecido, que respondió al nombre de Ricardo Serrano, quien nunca vaciló en traer jóvenes promesas a la capital provincial. Fernando recorrería el camino del oficio; no pasó por la EIDE, ESPA, ni otro centro deportivo.
Después, con la misma dedicación, enrumbó hacia estudios superiores en la Facultad de Cultura Física "Nancy Uranga Romagoza", donde se diplomó con excelentes resultados. Presidí el Tribunal de su Trabajo de Diploma, con calificación de 5 puntos. No hay profesor que omita a Fernando como modelo de estudiante: disciplinado, puntual, responsable, estudioso, inte¬ligente, alerta ante lo mal hecho, compañero de todos; consejero natural.
Trascendió al padre, quien fue estibador en el Mariel, y a su mamá ama de casa. Emiliano, fallecido hace alrededor de dos décadas, fue un hombre curtido por el trabajo, y en el difícil arte de criar una familia. Ella, con nombre de heroína, se las vería difícil criando seis varones y atendiendo a su esposo. Bien le vino llamarse Mariana, para dar maduros frutos a la sociedad.
Los cubanos conocieron de sus virtudes cuando, en el Campeonato Mundial Juvenil de Caracas 1972, fue el único criollo que conectó por encima de .400, ocupando la pradera izquierda. Los scouts le anduvieron detrás, pero desistieron ante la negativa. Había llegado para quedarse durante veinte temporadas, con el entonces débil PINAR DEL RÍO, bajo las órdenes de Lacho Rivero, junto a otros que bien bailaron, Juan Carlos Oliva y Maximiliano. En 1978 lo llevaron definitivamente a los VEGUEROS, el más fuerte. Se lo ganó a batazo limpio.
Fernando promedió .284 de average, con 1 600 carreras anotadas, 269 dobles, 31 triples y 198 jonrones. Impulsó 867, recibió 451 bases por bolas y se ponchó solo en 154 ocasiones. Fue un jardinero eficiente a la defensa, de los más seguros, sin un brazo impactante. Quizás los números no demuestren lo que en verdad significó para sus parciales vueltabajeros y de toda Cuba.
Uno de los bateadores más oportunos, con nervios de acero a la hora de empuñar el madero o el aluminio en momentos supremos. No pocos lo preferían para decidir, y no les faltó razón, habría que verlo en momentos supremos. Cuando otros rehuían los botes llenos, él salía bufando como toro de lidia, para traer los corredores al plato. Otros empujaron más, pero él fue el mejor a la hora buena. Y eso se respeta.
Un día apareció Lázaro Madera, entre los mejores bateadores de cualquier época. Algunos pensaron que Fernando iría a la banca, pero hombres como él no quedan fuera del juego. Madera, más débil a la defensa, ocupó la pradera izquierda y Fernando fue al central, al lado de Casanova, o al derecho, cuando este iba a la inicial. Después, el designado se pintó solo para Lázaro y él volvió a su lateral izquierdo.
Jugó con precisión de relojero. Hizo cuanto había que hacer en el terreno y, sobre todas las cosas, es de los jugadores más queridos y respetados, por parciales y rivales, que ven en él, cual Adalberto Suárez al son, un ejemplo de hidalguía.
Humildes ambos, tuvo al minero Roberto Moreno como su mejor amigo, a quien apodamos Negri, que se le adelantó al fallecer hace pocos años. Los hom¬bres como Fernando no andan buscando compañías de alcurnia, se sienten capaces y sobrados para llevar en sí el decoro del béisbol y de la vida. Se unen para aconsejar, querer sin límites y amar a quienes abran sus pechos para albergarlos. ¡Bendita forma de trascender!
Su esposa e hijas, estas últimas también graduadas de Cultura Física, se encargarán de continuarlo en la memoria. Y, sobre todas las cosas, sentirán orgullo del bueno, porque Fernando está, definitivamente, entre los imprescindibles.
A la funeraria acudió el actual equipo PINAR DEL RÍO, con Pedro Luis Lazo y Casanova a la cabeza. Se le rindió la guardia de honor, encabezada por Alfonso Urquiola, Juanito Castro, Jesús Guerra y Félix Pino. Por allí desfilaríamos muchos. El periodista Kitín Rodríguez tuvo a su cargo la emocionada despedida de Fernando en el Cementerio de Agapito, entre una muchedumbre. Y pasó a descansar en el Panteón de las Glorias del Deporte Pinareño.
Extrañaré aquellos apretones de manos al saludar y no podré olvidar aquel “ilustre” con el que siempre me abordó. Fuiste precursor, fundador y campeón. Así te recordaremos.