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El Círculo: Intimidad, transparencia y las falsas premisas en la era de Internet

Canal USB-17El Círculo es de esas películas capaces de inspirar respeto en sus primeros minutos y provocar decepción el resto del tiempo. Enfocada en temas tan actuales y necesarios como el derecho a la intimidad, los límites y las normas éticas en Internet, este filme llega en un momento en que cada vez más la frontera entre lo público y lo privado se diluye a nombre de la libertad y los derechos individuales. Sin embargo, ni siquiera logra aprovechar ese contexto y deja por el camino demasiados cabos sueltos en su afán de agradar tanto a héroes como a villanos.

Estrenada por Netflix en abril de este año, la película centra su atención en Mae Holland, una humilde joven sumida en un trabajo mediocre que finalmente ve la oportunidad de progresar tras conseguir un puesto en El Círculo, la compañía de Internet más influyente del planeta. La empresa, una combinación entre Apple, Facebook, Twitter, Amazon o Google, está a la vanguardia en los servicios digitales y busca unificar en un solo perfil toda la información de los usuarios de la web. Allí, Mae termina en conejillo de indias y acepta llevar todo el tiempo una cámara para transmitir en vivo su vida a millones de seguidores de todo el orbe.

El Círculo aspira a lograr que todos sus miembros sean capaces de compartir desde sus correos electrónicos y llamadas telefónicas hasta sus vivencias más íntimas.

El Círculo aspira a lograr que todos sus miembros sean capaces de compartir desde sus correos electrónicos y llamadas telefónicas hasta sus vivencias más íntimas.

A nombre de una transparencia total y con lemas tan absurdos como “los secretos son mentiras” y “la privacidad es un robo”, la compañía aspira a brindar esas herramientas para fiscalizar procesos electorales y el trabajo de los líderes políticos, garantizar el ejercicio de la democracia, denunciar atropellos a los derechos humanos y tener un mejor control de la salud y la ubicación de las personas. Sin embargo, para cumplir con su aparente fin social no tiene reparos en vulnerar el derecho a la intimidad, violar marcos legales y colocarse por encima de las normas de los Estados para imponer las suyas.

Hasta ese punto, el filme llama la atención de la audiencia y parece una obra destinada a punzar con inteligencia varios de los temas más debatidos de los últimos años. ¿Dónde quedan los límites entre la ética y el respeto a la privacidad en el ciberespacio?, ¿dónde acaba la información que a diario entregamos a esas compañías a nombre de una mayor facilidad en nuestras vidas?, ¿pueden estas megaempresas hacerse efectivamente con el poder político? Preguntas como esas gravitan sobre un público poseedor de algunas respuestas, y que justamente por eso ve con frustración la incapacidad del filme para ir más allá de lo obvio y acercarse con profundidad a esas interrogantes.

Con actuaciones que oscilan entre la endeblez de Emma Watson —carente de fuerza para asumir un rol tan necesitado de vigor como el suyo—, hasta la sobriedad y el decoro de un Tom Hanks condenado de antemano por las incongruencias del guion, esta película no logra encajar ninguna de sus piezas y deja pasar una buena oportunidad para emular con otras producciones similares. Frente a la exitosa El show de Truman o la serie británica Black Mirror, la entrega de James Ponsoldt no tiene argumentos sólidos para mantenerse en pie.

Aunque al principio parece reticente, Mae Holland asume con gusto las propuestas de la compañía y se convierte en defensora de la tecnología más novedosa

Aunque al principio parece reticente, Mae Holland asume con gusto las propuestas de la compañía y se convierte en defensora de la tecnología más novedosa

Aun cuando pretende mostrarse con aires de originalidad o como una denuncia a la hegemonía alcanzada por las grandes compañías enfocadas al uso de Internet, El Círculo apenas roza cada uno de esos temas y no asume una verdadera postura crítica frente a ellos. De hecho, tal parece que su director prefiere complacer al mismo tiempo a quienes abogan por un ciberespacio normado y respetuoso y a los adalides del libre albedrío en las redes.

Tampoco ayuda —distopía aparte— que esta sea una película sin términos medios, construida desde los extremos y carente de empatía. De un lado, la integración de Mae Holland como partícipe activa de los proyectos de la empresa asemeja una conversión fanática, acrítica y desnaturalizada del ser humano. Del otro, quienes no forman parte de redes sociales y transmisiones en vivo por Internet tampoco poseen siquiera un teléfono celular y viven casi como seres marginales. Esos contrastes, aun cuando pudieran formar parte de la estrategia general del filme para potenciar los problemas, no permiten una identificación creíble con ninguna de las orillas.

Ese débil compromiso, acompañado por un discurso en ocasiones demasiado parecido al de los libros de autoayuda y una fotografía sentimentalista y manipuladora, convierten a esta obra en una película totalmente fallida. Ponsoldt no logra desarrollar a plenitud una historia jugosa y una tesis profunda con una diversidad de puntos de vista, acumula personajes poco desarrollados solo en función de las necesidades del guion, pierde el ritmo y se deja seducir por efectos especiales y ambientes oníricos que al final resultan una simple cortina de humo.

Con un discurso manipulador, el líder de la compañía oculta sus objetivos y logra imponer sus criterios

Con un discurso manipulador, el líder de la compañía oculta sus objetivos y logra imponer sus criterios

Como siempre sucede, el problema no radica en la existencia de las redes sociales y el ciberespacio, sino en el empleo de ellos como parte activa de la vida moderna, y allí El Círculo al menos acierta con propiedad. Para toda una generación nacida junto al auge de las nuevas tecnologías de la comunicación, las fronteras entre el mundo virtual y el físico conocidas por sus padres apenas parecen hoy poco menos que absurdas.

De hecho, de acuerdo a un estudio de 2015 del Pew Research Center, el 91% de los adultos estadounidenses creen que han perdido el control de la manera como se recolecta y se utiliza su información personal. Igualmente, la investigación encontró que solo el 36% “está de acuerdo” o “totalmente de acuerdo” con la tesis de que la sociedad está mejor si las personas creen que alguien vigila su comportamiento en línea. Esa idea, pilar esencial para esta película, también aparece dibujada con calidad, sobre todo porque se acerca al financiamiento de grupos de lobby y a cuánta hipocresía puede existir detrás de un dogma como ese.

Más allá de esas breves luces, El Círculo funciona solo como otro entretenimiento del cine. No obstante, a pesar del final atroz y una completa indefinición, quizás su mejor virtud radica en la oportunidad que intenta brinda de repensar la relación entre la libertad personal y la responsabilidad social en el uso de Internet y las redes sociales.

¿La transparencia total implica necesariamente la democracia real? ¿Qué ocurre cuando una de estas superempresas media entre los usuarios y los contenidos e impone filtros capaces de construir estados de opinión, líderes políticos o privilegiar unas ideas por encima de otras? Responder con objetividad, adoptar posturas activas que no desconozcan las amplias oportunidades ofrecidas por las nuevas tecnologías de la comunicación, serían buenas maneras de evadir tesis incompletas y llegar con seriedad a los problemas que El Círculo casi prefiere obviar.