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Duterte, el EIS, un año después

Rodrigo Duterte

Rodrigo Duterte

Después de un comienzo salpicado de polémicas y extremas críticas occidentales, el debutante presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, cumple su primer año en el gobierno disfrutando de un aparente apoyo del 76 al 82 por ciento de sus compatriotas, en contraste con un cinco por ciento que le niega méritos y un 13 por ciento de indecisos, hasta donde permite revelar el relativo índice de los sondeos de popularidad.

En verdad el septuagenario político inició su mandato recurriendo al parecido lenguaje espectacular con que envolvió las promesas previas de la triunfante campaña electoral, algo bastante típico en las contiendas por los votos en este país de agitada historia política, y algunos medios influyentes dados a imponer epítetos arbitrarios llamaron a Duterte el “Trump filipino”.

Sin embargo, entre lo vernáculo  y las abusivas miradas externas, desde un principio se proyectó con meridiana certeza el objetivo del gobernante de combatir el extendido tráfico, la proliferación y el consumo de drogas en la geografía del conocido archipiélago de 7,107 islas y una población de 102 millones de habitantes potencialmente sometida a las consecuencias de un virtual y despiadada drogadicción genocida en toda la región asiática.

A Duterte se le ha acusado de aplicar métodos excesivos para cumplir su promesa estrella de erradicar la droga de las calles, y hasta esos propios medios de referencia señalan sin aportar pruebas contundentes que más de siete mil personas han muerto a manos de escuadrones y vigilantes.

Mas, lo cierto es que según el jefe de la policía de Metro Manila, Oscar Alyalde, gracias a la campaña antidroga el crimen ha bajado, miles de “camellos” están en unas prisiones superpobladas y millones de consumidores se han registrado para recibir tratamiento a su adicción.

Al margen de los reales frutos que puedan arrojar esas presuntas buenas intenciones, aún por ver, lo que a mi juicio ha otorgado principales realces político e informativos a la máxima figura ejecutiva consiste en la firmeza con que ha  estado enfrentando desde hace semanas a dos grupos extremistas afines al llamado Estado Islámico  (EIS) que se hicieron del control de la ciudad Marawi, en Mindanao, una de las principales islas del archipiélago.

En 38 días transcurridos se estima que por lo menos murieron más de 400 personas entre civiles, soldados y y rebeldes y que han forzado a unos 300 mil locales a abandonar sus casas en condiciones de desplazados forzosos.

Llama la atención de que este reciente intento del EIS de posicionarse de una urbe con una probable proyección de permanencia coincide con los descalabros experimentados en Mosul, en el norte kurdo de Iraq y en Rakka en la martitizada Siria, donde se asentó institucionalmente el pretendido califatode desafueros en nombre del Islam y vocación expansionista territorial.

Empero, ninguno de estos dos desenlaces militares, significa que el Daesh, como también se le conoce por su patronímico esté cerca de desaparecer ni mucho menos haya perdido capacidad ni fuerza para seguir ejecutando acciones terroristas e inclusive diseñar planes bélicos de algún alcance estratégico.

Por lo pronto ha entrenado desde 2013 mientras retuvo territorios de Iraq y Siria a miles de seguidores combatientes de diversas nacionalidades replegados en Europa y Asia para conspirar en grupos o actuar en condiciones de suicidas “lobos solitarios”.

Aunque todavía la prédica tradicional del EIS llama  a la guerra total en todas partes, respondida por el momento con ataques en pequeños grupos o solitarios a  concentraciones de civiles en disímiles sitios de la odiada Europa, nada me hace excluir que dicha organización haya renunciado a disponer de bases de atrincheramientos sólidas, según los modelos instaurados en Mosul y Rakka.

En correspondencia con esta lógica, lo que resulta quimérico en una Europa predominantemente cristiana y apertrechada en lo económico, puede abrir en cambio potencial terreno fértil de oportunidad en un Sudeste Asiático de pobreza y de masiva, como en ninguna otra región del mundo, fe musulmana de profundo arraigo.

¿Será Marawi en Filipinas un experimento del EIS al que prestar tanta atención como a los sangrientos aislados  incidentes en la rica Europa?.

Hasta el 2015 cuando todavía me desempeñaba como corresponsal de Prensa Latina para esta región del planeta, constatábamos y reportábamos la creciente preocupación de los Estados de la Asean ante el creciente influjo del EIS entre los jóvenes. Se calculaba entonces que no menos de 300 indonesios reclutados se habían trasladado al pretendido califato para hacer la guerra, aproximadamente la misma cantidad o más a quienes el gobierno anunció hace poco  una difícil medida de cumplir como impedirle la repatriación con el consiguiente caudal de experiencia terrorista adquirida a otro archipiélago varias veces mayor que Filipinas.

Al propio tiempo en las estables Malasia y Singapur, servicios especiales de inteligencia se alistaban desde hace tiempo para contrarrestar no solo entonces un éxodo parecido, sino una tenaz y bien tramada guerra cibernética de religiosidad  para ganar adeptos extremistas en todos los recovecos de la bien educada sociedad de ambos Estados.

De momento el mandatario filipino, que ha pedido una prórroga constitucional de la ley marcial en Marawi se retrasa por la imposibilidad de realizar ataques contundentes en los barrios controlados por los rebeldes, mientras ha prometido impulsar el proyecto de ley que otorgará la autonomía a la isla de Mindanao, uno de los principales puntos del acuerdo de paz firmado en 2014 con el Frente Moro de Liberación Nacional tras cuatro décadas de sangrienta insurgencia, y lograr así un indispensable respiro político.

Estos son los principales retos de Duterte al llegar a su primer año presidencial sobre todo bajo la latente amenaza del EIS, no solo en Filipinas sino también el resto del Sudeste Asiático, una de las áreas económicamente más dinámicas del mundo y por lo tanto  poderosa razón de más para colocarla como merece en el colimador del a veces olvidadizo analista.