¡Y no lo olvido!

Mi abuelo, de todo, me enseñó un poco. Aprendí de sus palabras lo que no encontré en mis libros de estudiante: detalles aparentemente insignificantes de la Historia que me atrajeron cada vez más a las esencias de las cosas y me hicieron pensar que, de todas las virtudes humanas, la dignidad es una de las más valiosas. Me dijo mucho antes de que falleciera, en el 2002: “¡Nunca te dejes aplastar por nadie!”. Y no lo olvido.