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No puede sentirse uno más feliz en la tierra

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Por Luis Alberto González Nieto.

El 23 de marzo de 1988 marcó la derrota definitiva del Apartheid, como bien reconoció Nelson Mandela. Ese día las tropas sudafricanas cayeron estrepitosamente ante las fuerzas cubano-angolanas en Cuito Cuanavale. Mi amigo Nieto, compañero en aquella gesta, me ha enviado este texto, y lo más importante, ha tenido la oportunidad de visitar aquellos lugares 18 años después en lo que llamábamos la dirección Menongue-Cuito para darme mucha envidia.

Cuando a mediados de 1987, se realizaban las conversaciones para alcanzar la paz entre la República Popular de Angola y Sudáfrica, con la “supuesta” mediación de los Estados Unidos, gobernado por el entonces Presidente Ronald Reagan, quien hacía el papel de juez y al mismo tiempo mantenía la política de “compromiso constructivo” con el régimen racista del Apartheid, yo estaba terminando mis estudios universitarios de Ingeniería Civil, en la CUJAE, en La Habana. No pasaba por mi mente entonces que en pocas semanas tendría el honroso privilegio de ser seleccionado por la Unión de Jóvenes Comunistas y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, para integrar el contingente de más de 50 mil soldados y oficiales cubanos, que llegamos para reforzar las posiciones de las FAPLA, y decididos a contribuir a resolver definitivamente la estabilidad de la independencia de Angola, alcanzar la de Namibia y acercar la victoria definitiva del ANC y del pueblo sudafricano sobre aquel oprobioso régimen. Se cumplía con la renovada petición de ayuda del camarada Presidente José Eduardo Dos Santos, a nombre del hermano gobierno y pueblo de Angola, ante la crítica situación militar creada en torno a Cuito Cuanavale.

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Mi familia, como parte de nuestro pueblo patriótico e internacionalista, tenía información y conciencia de lo que era la larga lucha del pueblo angolano por su independencia contra los colonialistas portugueses y las pretensiones imperialistas, luego de la declaración de su independencia y, como muchas otras, tenía varios familiares que habían aportado sus vidas o sus mejores años a esa justa causa. Hacia 10 años que mi padre había cumplido misión internacionalista en Angola y participado en la primera “ofensiva final” para expulsar a las tropas sudafricanas por la frontera sur, entre 1976 y 1977. Eran ya conocidos en mi familia lugares como Cahama, Chibemba, Xangongo, entre otros.

Con 23 años, al comenzar mi vida laboral, fui ubicado en una empresa de proyectos de construcción civil, y luego de un urgente entrenamiento en unidades de combate cubanas, en pocas semanas llegaba como joven oficial al campamento de Futungo, en Luanda. Después de un nuevo e intensivo entrenamiento en el Centro de Formación de oficiales en Funda, fui ubicado como político de tropas, específicamente como Secretario de la UJC del 61 Grupo Táctico de la 60 Brigada de Tanques de Jamba, en el poblado de Dongo, en la sureña provincia de Huila. Luego de volar en un carguero hasta Lubango, llegué a Dongo en mi primera caravana en Angola, junto a Iroel, compañero siempre, desde los días de la FEU en la CUJAE, quien fue destacado en Jamba, y Tony, joven de Campechuela.

Sin tiempo para conocer el lugar, pues la unidad se alistaba para desplazarse urgentemente más de 200 km al este, a reforzar las posiciones ante la muy delicada situación creada en torno a Cuito Cuanavale, organizando la marcha, preparando los medios de combate, agrupando municiones, alimentos, medicinas, medios de campaña, no hubo olvido de una tarea entrañablemente humana. Se me encomienda la misión de avanzar unos km para entregar un cargamento de juguetes rústicos, recientemente terminados por mis nuevos compañeros para los niños y niñas del poblado de Kuvango. Hechos de madera de cajas de proyectiles, latas de alimentos, cuerdas, plásticos o semillas diversas, no podían esperar para entregarse en la fecha prevista, el ya próximo 6 de enero de 1988, Día de los Reyes. El amor y el ingenio de aquellos combatientes se ponía al servicio de los niños, quienes en medio de la herencia del colonialismo y de las secuelas terribles de la guerra, no tenían acceso a los medios de un niño en un país de paz y no lograban comprender por qué aquel joven blanco vestido de uniforme de FAPLA, en un día de diciembre les hablaba en español y le regalaba juguetes. No llegaba a mi primer mes en Angola y comprendí en carne propia, en mi primer contacto con niños angolanos, lo justo de nuestra presencia en esta tierra y la verdadera esencia del internacionalismo proletario. Me despedí del comisario, quien los reunió en torno a la humilde escuelita del pueblo, lamentando no conocer el portugués y con un nudo en la garganta.

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Eran los días posteriores a la contraofensiva de las FALA (brazo armado de la UNITA), apoyadas por las tropas élites de las Fuerzas de Defensa de Sudáfrica (FDSA), luego del nuevo intento de las FAPLA de tomar Mavinga, fracasada Operación “Saludando Octubre”, ejecutada con asesoría soviética. Era una muestra evidente más de la grosera intromisión sudafricana en el conflicto, en la profundidad del suelo angolano y lo que pretendían con la toma de Cuito Cuanavale era asumir una posición de fuerza y aniquilar una de las más importantes agrupaciones de las FAPLA.

En lo que se conocería como la Batalla de Cuito Cuanavale, que no era una acción aislada, sino que formaba parte de la estrategia trazada por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, y compartida plenamente por el presidente Jose Eduardo Dos Santos, a nuestra unidad se le asignó entonces, a inicios de enero de 1988, sortear obstáculos naturales, zonas minadas e intensas lluvias, para ubicarnos más de 30 km al este de la cuidad de Menongue, en dirección a Cuito Cuanavale. En esa misión, conocimos y lamentamos las graves heridas de un combatiente de nuestra unidad, quien marchaba algunos metros adelante, al impactar una mina el carro de combate en el que se desplazaba, en las inmediaciones del poblado de Cuchi, casi fantasma y con huellas de ametrallamiento por doquier.

En lo adelante, nos correspondería dar el aseguramiento combativo a una extensa zona, al oeste de río Cuatir, protegiendo la única vía terrestre y su segmento de espacio aéreo que daba acceso a la ciudad de Menongue a las poblaciones angolanas martirizadas y de las unidades ubicadas en la línea Longa, Maseca y Cuito Cuanavale.

Allí aprendimos a convivir con nuestros hermanos angolanos, pues nuestra mixturada unidad preveía que la convivencia y todas las acciones combativas que organizábamos las compartiéramos entre los soldados y oficiales cubanos y angolanos.

Eran días difíciles, pues prácticamente no existían noches en que no recibiéramos hostigamientos artilleros. Los días avanzaban en medio de exploraciones, guardias, instalación de emboscadas terrestres o aéreas, operaciones artilleras, mientras dábamos cobertura permanente al traslado de armamento, alimentos, medicinas y todo tipo de vituallas a las tropas cubano-angolanas que ocupaban la primera línea, en medio de intensos combates en el poblado de Cuito.

Allí compartimos las jornadas del frío invierno de 1988, pues en duras condiciones de campaña, a pesar de medicinas y prevenciones, es difícil no llegar a conocer el paludismo o la fiebre tifoidea.

Allí aprendimos a construir de conjunto nuestras trincheras, nuestras casas, abrigos para la técnica, polvorines, almacenes y panaderías bajo tierra, a compartir nuestro alimento y a aprender del “funche” y la “kisaka”.

Allí aprendimos a conocer la nobleza del joven angolano, allí vimos a las sufridas familias trasladarse largas jornadas y recorrer innumerables kilómetros desplazados por la guerra sobre camiones militares de todo tipo, único medio seguro para hacerlo.

Allí aprendimos a llamarnos primos y más, a llamarnos hermanos.

Un día, el 18 de enero de 1988, cumplía mi labor de oficial de guardia, cuando dan la voz de “avión”, provenía de los exploradores aéreos, quienes nunca descansaban. Se corre a las posiciones, a las trincheras y refugios. Un estruendo remueve la tierra, en instantes caen esquirlas, polvo, y luego el silencio. Nos reponemos para hacer recuento. Corre la noticia, la batería artillera de BM-21, al borde de nuestra cuidada carretera, fue el blanco principal del ataque aéreo sudafricano. El joven campesino Jorge Luis García Luna, de solo 18 años, cae bajo la metralla, a pocos metros de mi posición. Su hermano, también de nuestra compañía de BM, acompañaría el cuerpo inerte de su hermano hacia Luanda, nunca hacia Cuba, pues como dijera a su madre, cuando supo de la noticia: “…me quedo en Angola hasta el final, como mi hermano también hiciera…” Años después, tuve el honor de trabajar voluntariamente sembrando caña de azúcar en la cooperativa que lleva su nombre en Ojo de Agua, Placetas, Villa Clara, lugar donde naciera. Profundo fue el dolor y redoblada la combatividad de toda la unidad, cuando plantamos un monumento en el lugar donde alcanzó la gloria, hecho de vainas de proyectiles con su nombre repujado con martillo y clavos.

Al siguiente día volvió a entrar la aviación y se le tiró hasta con pistolas, pero sin resultados.

El 20 de enero, al parecer, se creían imbatibles, y justo al mediodía, como los dos días anteriores, un Mirage F1 de la Fuerza Aérea Sudafricana despachó su carga letal, al tiempo que los jóvenes de la batería de los “Shilka”, al borde del río Cuatir, le hacía impacto directo y lo derribaba. El mayor sudafricano Every caía abatido como símbolo de la derrota que estaba próxima a llegar. Su libro de vuelos delataba sus misiones aéreas de días anteriores en la zona. Desechos del fuselaje de su avión derribado se mostraría en lo adelante en nuestra unidad, de modo permanente, con la máxima de: “Así quedarán quienes intenten pasar nuestras líneas”. Nunca más entró la aviación invasora. El cielo del río Cuatir, de Cuito Cuanavale y de Menongue permaneció en manos de su genuino dueño: el pueblo angolano.

Dos meses más de resistencia conjunta angolana-cubana, en intensos combates, hicieron morder el polvo de la derrota a los racistas sudafricanos, aquel 23 de marzo de 1988, en los campos minados de Cuito Cuanavale y su estampida posterior. Esta resistencia heroica, unida al avance indetenible por el Oeste en toda la línea sur, hicieron retroceder, le obligaron a olvidar su arrogancia, y a sentarse nuevamente en la mesa de negociaciones para firmar la paz y cumplir la Resolución 435/78 de la ONU, que garantizaría la Independencia de Namibia. Estrategia y conducción que demostraron ser correctas. Momentos todos de enorme alegría, que seguíamos cuando lográbamos sintonizar en las noches las ondas de la Radio Nacional, en el lejano sur angolano.

Fui un joven más, que modestamente cumplió con su deber al llamado de la Patria y que tuvo el enorme privilegio de ser parte de la epopeya conjunta de los pueblos angolanos y cubanos. Epopeya que, al decir del Comandante en Jefe Fidel Castro, logró que “el patriotismo y el internacionalismo, dos de los más hermosos valores que ha sido capaz de crear el hombre, se unieran para siempre en la historia de Cuba”.

La sangre cubana y angolana derramada no fue inútil al caer por una causa justa y además regresamos a la Patria con la victoria de los pueblos africanos y del espíritu internacionalista de la Revolución Cubana, que es sinónimo de la independencia, soberanía y paz logradas por Angola, además de la independencia de Namibia y la derrota del Apartheit en Sudáfrica.

Lo hicimos, pues sabíamos que detrás nuestro estaba un país entero; y que la vida y la salud de cada uno de nosotros era preocupación constante de nuestros líderes y jefes.

Fidel dijo en el entierro de nuestros caídos en Angola: “Nuestros camaradas de armas fueron los heroicos combatientes de las Fuerzas Armadas Angolanas. Ellos ofrendaron la vida de decenas de miles de los mejores hijos de ese extraordinario pueblo. La unidad y la cooperación más estrecha entre ellos y nosotros hicieron posible la victoria”.

Regresamos victoriosos, felices, orgullosos, al seno cálido y emocionado de nuestras familias. “Se alcanzó aquella paz con honor y se alcanzaron con creces los frutos del sacrificio y del esfuerzo. Los internacionalistas cubanos, militares o civiles, cuentan y contarán siempre con el respeto de las presentes y futuras generaciones de su pueblo”, dijo Fidel.

La memoria de los caídos inspira también hoy a los internacionalistas cubanos que, en cualquier lugar de la geografía angolana, cooperan en importantes obras de la construcción, como nuevas carreteras y el Aeropuerto “23 de marzo”, en Cuito Cuanavale; asesorando en las más disímiles esferas de la sociedad y la economía angolanas, combatiendo la Malaria o la Fiebre Amarilla, alfabetizando niños, mujeres y hombres, hasta alcanzar el millón de alfabetizados en agosto de 2015, empleando el método cubano “Yo sí puedo”; en las aulas universitarias y medias, formando cuadros de la salud o técnicos, en Cuba y en Angola, que dirijan su desarrollo, según su rumbo escogido, bajo la conducción del presidente José Eduardo Dos Santos y el MPLA.

Significa una tarea de enorme satisfacción, para los profesionales cubanos, contribuir con Angola hoy, después de largos años de conflicto armado, para dejar definitivamente en el pasado las secuelas de siglos de colonialismo, en un complejo contexto de crisis del neoliberalismo global, para que se convierta en un referente social y económico para África.

Los combatientes internacionalistas cubanos en Cuito Cuanavale lo hicieron convencidos de que junto a Fidel y nuestro pueblo, “saldamos nuestra propia deuda con la Humanidad”. Por eso, honramos siempre su memoria.

Por eso en mi nueva misión de colaboración civil he vuelto a Cuito Cuanavale y al río Cuatir. Allí compartí un abrazo con el soba de su aldea, en la que ondea en la bandera del MPLA, 25 años después, ya nunca más escondido en la “mata” por la guerra, sino digno y feliz, junto a los suyos. Allí, en Cuando Cubango, otrora remoto sur angolano y “a terra do fin do mundo”, donde estuvo nuestra unidad angolano-cubana, se ha plantado una escuela primaria (la No. 83), para los niños de esa aldea. No puede sentirse uno más feliz en la tierra.

(Tomado de la Pupila Insomne)