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Somos. Sí somos.

Por: Lilibeth Alfonso, Periodista del periódico Venceremos

No quiero representar a nadie. No me importa si están de acuerdo, pero yo no puedo quedarme callada. Somos nada ya, titula Juan Orlando Pérez un post en El estornudo que bien merecería una nueva Vindicación de Cuba. Esta es mi respuesta privada.

Imagen de la provincia de Villaclara, en Cuba. REUTERS/Desmond Boylan

Imagen de la provincia de Villa  Clara, en Cuba. REUTERS/Desmond Boylan

A Cuba se la deja como a un barco hundido. Se la abandona a su suerte como alguien a quien es imposible salvar y por quien son innecesarios los sacrificios. A Cuba se la deja como a una tierra perdida, sin vivos.

Pero quien se va, a veces, exige que se le llame patriota, y no es que no lo sea, pero recalcarlo, ponerlo en letras grandes es imprescindible. Es más. Patriotismo pareciera ser sinónimo de emigrante. Y para darle más carga al asunto, en algún momento dejan de ser emigrantes y se convierten en exiliados. Exiliada la jinetera que tiene un título universitario y se casó con el yuma-pasaporte. Exiliado el que reclamó su madre, su padre o su hermano. Exiliado el profesor que se fue a estudiar y se quedó a vivir. Exiliado el que nadie obligó irse.

Los que nos quedamos, no somos nada. Una nación de corderos. De gente sin valía. Los que nos quedamos en la isla que otros dejaron como un barco herido, viviendo, ganando lo que ganamos, creciendo, haciendo familias, siendo felices –felices sí, algunos endemoniadamente felices- no existimos.

Nos llaman pobres. Y ahora que Facebook permite un mayor abanico de emociones, se sienten tristes, enojados, sorprendidos porque no vemos, no escuchamos, no pensamos, no discernimos.

Los que se van llegan precedidos por la fama de una emigración bien preparada y trabajadora. Una emigración que ha demostrado ser emprendedora. Que llegó para ser empleada y alguna ya es dueña. Que escala posiciones, lo mismo en la política que en los negocios.

Una emigración cuyas peores historias de lo vivido en Cuba casi siempre están relacionadas con la carne que no nos comimos en el periodo especial, con los zapatos remendados, y los blúmer zurcidos, con la canasta familiar que no alcanza y el salario que es más corto que el mes, con los muñequitos rusos –que al parecer dejaron traumadas a más de una generación- con que no hay elecciones libres, con la censura, con el trato a una disidencia que produce disturbios como quien fabrica clavos.

Siempre habrá quien cuente una historia de huevos y de escoria. Siempre habrá quien diga UMAP, maricón, diversionismo ideológico, pero a estas alturas esas historias les pertenecen cada vez a menos personas.

México está bien. Siria está bien. Irak está bien. Ellos son solo estados fallidos. Nosotros, somos una nación fallida, no importa que todavía seamos un país donde aún es posible cumplir los sueños, donde es posible salir a la calle sin mirar todo el rato por sobre el hombro.

Preferible la muerte, la inseguridad, los carteles, la guerra…, al inmovilismo, que este sitio en el que no viven personas, sino clones descerebrados.

Nos dicen que no somos nada y así se nos trata. A cada cual, lo que se merece.

Los que quieren irse de Cuba están abriendo los ojos y los que decidimos quedarnos, los que decidimos que valía la pena, no lo hacemos realmente, es una pose de mentiritas, es una vergüenza para el patriota que se fue, es una patraña del comunismo, es una respuesta pagada, consentida de algún modo por el poder, por las migajas.

Los periodistas somos oficialistas y las personas comunes estúpidos, retrógrados, imbéciles.

Porque por algún mecanismo que no logro entender, esos que dicen que andan en tierras de libertad, se convierten en tiranos de pensamiento, en dinosaurios de pesada memoria, incapaces de entender otra realidad, otro sueño que no sea el suyo.

Para ellos no existimos. No somos nada. Once millones de nadies dejados a su suerte en una isla a punto de hundirse.

Mala memoria la suya. Mala sangre. Mala astilla, quizás por ser del mismo palo.