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Anaily, con sus sueños vivos en el corazón

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Por Marlene Caboverde Caballero

La vi por primera vez el 30 de diciembre del pasado año. Aquel día le pregunté su parecer sobre la casa nueva que acaban de entregarle en Jaruco, pero sus palabras quedaron ahogadas por la emoción. Lo mejor que pude entender del pequeño diálogo que sostuvimos fue que contaba 20 años, tenía un niño de cuatro y que estaba enferma de cáncer. Su nombre es Anaily de la Caridad Mederos Viciedo.

En aquellos momentos me impresionó conocer sobre su estado de salud y por muchos días su rostro tan lindo y joven dio vueltas en mi cabeza. La oportunidad para llegar hasta ella y conseguir su testimonio dependía de mi determinación, así que sin pensarlo mucho fui hasta su casita nueva donde resultó confortante y sorprendente nuestro primer encuentro de verdad.

Primero recorrí la casa recién estrenada y protesté por una fuga de agua que tiene en la terraza. Vi la habitación de su pequeño Jorge Luis, disfruté el olor a niño que allí había y el desorden de sus juguetes, tan parecido al que suele hacer mi Alessandro de la misma edad que él.

Luego me senté junto a Anaily como si fuéramos amigas de toda la vida y conversamos sobre el osteosarcoma que afectó su pierna izquierda, neoplasia maligna que la llevó al quirófano y la amputación. Me contó la historia de su enfermedad con la mayor naturalidad, sin llorar, sin sentir pena por sí misma.

Elogió a los especialistas del Hospital Pediátrico William Soler de La Habana y del Instituto de Oncología y Radiobiología, donde le brindaron las mejores atenciones del mundo, según afirmó más de una vez, y agradeció el hecho de haber recibido los más avanzados tratamientos sin costo alguno.

Después me confesó que deseaba matricular en la Facultad este mismo año, que le gustaría ser fotógrafa y para lograrlo tenía una cámara nuevecita, regalo de una amiga. También me dijo que le encantaba la peluquería o tal vez ser locutora, y enseguida me pidió consejo y ayuda.

Sonrió cuando me habló de su niñito, de cómo la ayuda y la consiente,  y de cuánto él desea que ella decida por fin usar la prótesis, algo que está valorando en serio a pesar que se siente muy cómoda andando con su única pierna por el pueblo.

Anaily cocina, limpia la casa, atiende a su hijito, y hace otras labores domésticas sin reparo, aunque en la meseta de su cocina colgó un cartel que advierte: “los platos no se friegan solos,” como la señal más linda de su sentido del humor y el valor que aprendió a concederse a sí misma.

Es una mulatica linda que le gusta presumir, ver la televisión y hacer amigos. Me conmovió que no tiene máscaras, ni celos, ni envidias. Al despedirnos ella se quedaba feliz con sus propósitos y sueños más vivos en el corazón, y yo me fui agradecida porque esa mujer humilde acababa de enseñarme que no hay riqueza mayor que la vida.