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Para esos niños de redondos ojos

Recuerdos de la hija de un corresponsal de guerra en Angola

Por Dra. Beatriz Concepción Rosabal, Investigadora Instituto de Ciencia y Tecnologia de Materiales (IMRE) Universidad de La Habana

Quifangondo, Angola-1976. Foto: Archivo de la Autora.

Quifangondo, Angola-1976. Foto: Archivo de la Autora.

En 1975 yo tenía 5 años. Primero pipo* y más adelante mi mamá fueron a cumplir misión internacionalista en Angola. Él corresponsal de guerra y ella colaboradora de Prensa Latina en Luanda. Las crónicas que pipo enviaba se publicaban casi a diario y mi abuela me las leía en las noches como si fueran cuentos.

Empecé a coleccionar las crónicas de pipo en los 80, cuando él estaba en su segunda misión en Angola. Coleccioné también fotos que enviaban los fotógrafos que acompañaban a pipo en sus recorridos por un país en guerra, un país de paisajes maravillosos y niños de redondos ojos y mirada altiva. Muchas de esas crónicas fueron recogidas en el libro “Por qué somos internacionalistas” (La Habana 1987). De ese libro tomé prestado el título de esta nota y uno de los pasajes que transcribo porque, en palabras del autor, ese libro se escribió “Para ese pueblo y sobre todo para sus niños, que en saludos mañaneros nos han dicho el primo, símbolo de la hermandad de propósitos e ideales.”
No quería dejar pasar este aniversario sin escribir algo desde mis recuerdos; en especial por pipo, que como tantos otros protagonistas de esta epopeya ya no está con nosotros y para mami, que como muchos otros héroes anónimos se sienta por estos días frente al televisor a revivir su historia, nuestra historia.

Quifangondo, Angola-1976. Foto: Archivo de la Autora.

Quifangondo, Angola-1976. Foto: Archivo de la Autora.

A una niña

Pienso: Por ese futuro vale
la pena entregarlo
todo, incluso, la vida

El río está seco, pero a uno de sus afluentes aun le queda algo de agua. Tal vez desde el cielo se ve ese hilo que corre hacia abajo. Desde el firmamento, las escuadrillas de aviones sudafricanos bombardean y destruyen todo cuanto esté en su camino de muerte. Las bombas lanzadas son algunas antipersonales.
Momentos después llegamos al lugar que aun parecía un infierno en llamas, pero no pudimos ver más que una muestra del crimen que no se cometió.
Sentada en su coche vi aquella hermosa niña. Sus ojos redondos y su sombrero de lana le daban una expresión de dulzura e incluso una personalidad mayor. Tendría esa niña seis meses. No pregunté su nombre. No había tiempo de entrar en esos detalles. La vista recorrió entonces la alta y blanca pared de aquella vivienda. En lo alto estaba el cuarto de la niña y al lado de la ventana, un enorme boquete, señal de que la bomba quiso cegar sus redondos ojos. En la blanca pared, cientos de impactos, esquirlas de un fuerte acero, incrustadas unas y otras dejando su huella al atravesar la pared de concreto, como para que no quedaran dudas de las intenciones.

Las ramas del frondoso árbol habían sido desgajadas, mientras las hojas estaban marchitas por la expansión del engendro criminal.
A unos pasos donde ahora está la niña hay un hueco de otra bomba. Más a la izquierda, en la cornisa de una caseta aledaña a la casa, se ven los hierros retorcidos o el tubo del agua cortado en varias partes.

La niña me mira como esperando que la contemplación de la barbarie tenga su fin y se le dedique a ella el mimo de aquella inesperada visita. Manotea sobre sus piernas de tiernas carnes de meses.

Los labios se mueven y de su boca sale la palabra mai como respuesta al aprendizaje que por sus oídos y labios comienzan a darle inicio a lo que más tarde sería su forma de hablar.

La madre, que presurosa responde al reclamo, acaricia su rostro y sus ojos son ahora más vivaces, más tiernos, como si también quisieran interrogar, preguntar ¿qué pasó?, ¿por qué anoche me arrastraste por el suelo?, ¿por qué tanto escándalo?, ¿por qué tanta gente que yo no he visto?

Un nuevo mai acompañado por unos bracitos extendidos y la madre la toma en su regazo para apretarla con fuerza, mover la cabeza pensativa, bajar la vista, contemplar la huellas de las bombas, besar a su niña de redondos ojos y caminar con ella, muy apretada a su pecho, hacia el interior de la casa. Vi en los ojos de la madre la humedad que produce el llanto mientras la niña movía su manecita en un adiós inolvidable.

*Hija de Eloy Concepción Pérez, periodista cubano que fue corresponsal de Prensa Latina en Angola y Nicaragua

Niños angolanos. Foto: Archivo de la Autora

Niños angolanos. Foto: Archivo de la Autora

Niños angolanos. Foto: Archivo de la Autora

Niños angolanos. Foto: Archivo de la Autora