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Para qué sirve una carrera como Historia del Arte o una carrera como Letras

Darío García Luzón el día en que defendió su tesis de Licenciatura, dedicada a la novela "De Peña Pobre", de Cintio Vitier.

Darío García Luzón el día en que defendió su Tesis de Licenciatura, dedicada a la novela "De Peña Pobre", de Cintio Vitier.

Por la profundidad y belleza de sus palabras, reproducimos el discurso de Darío García Luzón, como mejor graduado de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en la promoción del 2015.

Estimado Rogelio Rodríguez Coronel, decano de nuestra Facultad de Artes y Letras:
Admirados profesores de la Facultad:

Nuevos graduados que en instantes recibirán su título de licenciatura, familiares, amigos e invitados:

No pocas veces, a lo largo de estos años, hemos debido escuchar en sus distintas versiones la inquietante pregunta acerca del propósito de nuestros estudios, pregunta que podría resumirse en el enunciado para qué sirve una carrera como Historia del Arte o una carrera como Letras. Es cierto que en ocasiones se trató de un reclamo legítimo, una curiosidad a la que debimos atender responsablemente; pero también sabemos que existió lo contrario, aquellos momentos en que era fácil percibir en ese tipo de inquisiciones la misma incomodidad que nos genera el materialismo más estrecho. En cualquier caso, el verdadero significado de hallarnos hoy aquí confirma nuestra intención de seguir respondiendo de la mejor manera posible a esa pregunta, primero a través del incesante estudio, y luego, ya muy pronto, con la entrega al ejercicio profesional.

Por otra parte, si pensamos en nuestra entrada a la Facultad, quién no tuvo la tenaz sensación de que había un vínculo invisible entre cierta justicia universal y la disposición de una palabra o un trazo determinado, quién no sintió tal vez que la adecuada sintaxis o el certero equilibrio compositivo de una obra podía evitar una caída irreparable. Entre otras interrogaciones que hoy apenas recordamos y que sin embargo nos motivaron a entrar en nuestras carreras con el noble y lejano objetivo de averiguar acerca de estas cuestiones, uno tiene la desconcertante impresión de que no es exactamente la misma persona; y que afortunadamente han surgido en nosotros nuevas preocupaciones que entonces ni siquiera sospechábamos. Así, después de los arduos latines o las inefables teorías con que comenzó esta aventura, y luego de esa transformación de siglos que no es menester relatar en esta hora, finalmente nos descubrimos hijos de una realidad que no deja de sorprendernos.

Ejemplo de ello es la increíble sentencia, bastante extendida en la variedad cubana del español, de acuerdo con la cual el desinterés que anima cierto acto se evalúa como resultado del amor al arte, lo que irónicamente nos dispensaría ipso facto de las denominadas preguntas incómodas. Ciertamente el uso de esta frase equivale sobre todo a trabajo no remunerado; pero, sin abusar de la pragmática lingüística, ese carácter gratuito referiría también en su aspecto literal una conducta que no se deja seducir en el centro de su voluntad: un criterio que, aunque pueda y deba ser recompensado, mantiene un compromiso que no somete su palabra a la mercadería de la escritura.

La generosidad de espíritu en el origen de ese por amor al arte, nos convoca a encontrar en la frase el sorpresivo espejo criollo de esa finalidad sin fin que caracteriza kantianamente la actividad estética y que por natural extensión también podría definir en lo esencial el estudio de las artes y las letras. Para tranquilizar a los familiares que aquí nos acompañan me atrevería a decir que esa aparente inutilidad es un principio de lo más importante, puesto que es constitutivo del ser mismo. No se trata de renunciar a la recompensa material que podamos merecer, sino de pensar en el signo de nuestra riqueza para darnos cuenta que la sola materialidad no es suficiente.

Vivimos en un país en que las declaraciones de su más grande patriota coinciden en la persona de uno de sus más altos poetas y adelantado crítico de arte. En uno de los versos que este patriota escribe: Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche, el poeta nos habla de una particular tenencia que no reduce aquello que posee sino que, por el contrario, se confunde con un atributo de su ser. Lo que afirmaba aquel precoz traductor de Shakespeare pudiera interpretarse como una hamletiana mezcla de sobrecogimiento y arrobo ante la gravitación del símbolo: el creador sabe que esa imagen posee la misteriosa resistencia que no decrece en su entrega y sin embargo, debido a que ese tener no puede perderse mientras seamos, el poeta no se equivoca en la elección del verbo.

Podemos decir entonces que el tiempo en la Facultad nos ha dejado el apetito de esta singular apropiación capaz de estimularnos en nuestra vivencia del saber. El estudio del arte y la literatura no ha sido un lujo excusable o el exquisito escape hacia un idealismo entonces pérfido, sino una opción que pide realizarse como camino en una historia personal que verdaderamente vale y que se manifiesta tanto en el ámbito colectivo de la épica como en la a veces tosca realidad de pan y tejas que es parte sustancial de cada una de nuestras vidas. Un corte aquí sería lamentable, causa de tanto humanismo débil que no logra permanecer de cara a ese reto que es la dificultad desafiante de la existencia.

Estos años nos han enseñado que ninguna realidad fuera de la cultura puede ofrecernos todos los alimentos necesarios y que del mismo modo que la primera soberanía de una nación es su soberanía cultural, lo primero que debemos agradecer y celebrar como graduados es ese derecho al cultivo de nuestra sensibilidad e intelecto que promueve la existencia de nuestra Facultad. La gratitud que sentimos, como demuestran los familiares y profesores en esta sala, nos recuerda que no hemos estado solos en el esfuerzo, y que las relaciones humanas que se generaron alrededor del conocimiento son tan valiosas como el conocimiento mismo. En este sentido nada más justo ahora que mirar o imaginar la elocuente alegría de aquellos que nos acompañaron.

Gracias a su diligencia pudimos aprender a leer y contemplar con nuevos ojos, acaso con una seriedad que no sabíamos: lo mismo en las líneas que en los márgenes, así en el texto como en el lienzo; por no hablar de los sublimes gestos de nuestros profesores, inolvidables entre el más diáfano jeroglífico y el reclamo halagador. A partir de ahora la Facultad, con todos sus momentos y lecciones, comenzará a adquirir la consistencia de una memoria amable, precisamente el valor de una tenencia que no agotará su cumplimiento mientras seamos.

Sería deseable que más allá de que ya no sintamos las presiones del próximo seminario autores como Dostoievski continuasen salvándonos la espera en cualquier avenida, y que quizás en esos instantes, frente a las curiosas miradas que podrían despertar nuestras escenas de público bovarismo, quisiéramos comentar que el destino de Enma Bovary pudo haber sido distinto de haber incorporado a sus lecturas la novela de Flaubert; …solo porque entonces pensaríamos que, de haber estado en los bancos de la Facultad, alguien hubiera replicado que eso sería más bien Cortázar en Continuidad de los parques y que así y todo el destino no fue muy distinto…A lo que seguramente hubiera respondido algún borgeano o borgeana con el propósito de elogiar esa muerte en que se revelaba la cumplida forma de un anhelo cuyo mayor inconveniente ni siquiera sería el morirse sino la brusca interrupción de la lectura. En esos mismos pasillos, recordaríamos sin duda, también se pasearon peculiares exégetas de Lezama que más de una vez nos hicieron sentir que nacer es aquí una fiesta innombrable.

Hace 104 años los estudiantes universitarios recibían en esta misma Aula Magna los restos de Félix Varela, fue su manera de corresponder a la sentencia vareliana que consideraba a los jóvenes como la dulce esperanza de una patria necesitada del ejercicio de la virtud. Un repaso por nuestra historia nos enseña el frecuente desvelo de los cubanos ante las difíciles circunstancias de nuestra retorcida economía. El mismo adjetivo dulce empleado por Varela no podía ser un detalle menor en el contexto de una colonia en que el azúcar se ofrecía como sinónimo de riqueza para ilustres cosecheros, y también como un signo de opresión y sufrimiento para una mayoría esclava. La esperanza de Varela es más dulce que el azúcar porque nos sigue hablando de una prosperidad asentada fundamentalmente en la virtud.

En lo adelante nos espera el más difícil seminario de lo cotidiano, el examen final del día a día. Tengo la impresión de que no será fácil habiéndose cerrado el paréntesis acogedor de nuestros estudios en la Facultad, pero también la esperanza de que los que nos graduamos hoy emprenderemos ese segundo aprendizaje y que sabremos demandar al futuro de la nación, que es también el nuestro, la necesaria armonía espiritual que pueda hacerlo valedero. Con esa legítima esperanza deseo a todos los mayores éxitos en sus destinos profesionales.

Larga vida a las Artes y las Letras.