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Ramiro Valdés: Pienso hoy en mis compañeros moncadistas

El Comandante de la Re­vo­lu­ción Ramiro Val­dés Menéndez, vicepresidente de los Consejos de Estado y de Mi­nis­tros, recordó aquellos días de lucha durante el acto por el 60 aniversario de la excarcelación de Fidel y sus compañeros del presidio de Isla de Pinos. Foto: Jesús Mirabal/ Granma

El Comandante de la Re­vo­lu­ción Ramiro Val­dés Menéndez, vicepresidente de los Consejos de Estado y de Mi­nis­tros, recordó aquellos días de lucha durante el acto por el 60 aniversario de la excarcelación de Fidel y sus compañeros del presidio de Isla de Pinos. Foto: Jesús Mirabal/ Granma

Discurso del Comandante de la Re­vo­lu­ción Ramiro Val­dés Menéndez, vicepresidente de los Consejos de Estado y de Mi­nis­tros, en el acto por el 60 aniversario de la excarcelación de Fidel y sus compañeros del presidio de Isla de Pinos. Isla de la Juventud, 15 de mayo del 2015, “Año 57 de la Revo­lu­ción”.

(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)

Compañeras y compañeros:

Hace 60 años, el 15 de mayo de 1955, por las puertas de este presidio salimos el grupo de jóvenes combatientes que, junto al compañero Fidel, fuimos juzgados y condenados por los asaltos a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, el 26 de julio de 1953.

Nuestra liberación de la prisión fue el resultado de dos acciones, inspiradas y promovidas por Fidel. Una fue la posición de los combatientes aquí encarcelados, de rechazar a toda costa las disímiles maniobras de la tiranía para quebrar nuestro espíritu de lucha y nuestro rechazo firme y repulsa a los intentos de sobornarnos con ofrecimientos y falsas promesas para hacernos abandonar nuestra decisión de luchar contra la oprobiosa tiranía que se había enseñoreado en Cuba; la otra, el pujante reclamo popular por la liberación de los combatientes del Moncada.

No le quedó más salida al tirano que plegarse al reclamo de las masas.

Pienso hoy, en primer lugar, en mis compañeros moncadistas caídos en el combate y en los que horas después fueron asesinados por las hordas de la dictadura batistiana. Pienso en aquellos 61 jóvenes de la Generación del Centenario que, como dijera Raúl, “trataron de tomar el cielo por asalto”.

Éramos muy jóvenes los hombres y mujeres que participamos en el asalto de las dos fortalezas militares. La juventud no fue un obstáculo, sino acicate para que, organizados y conducidos por Fidel, iniciáramos un periodo de lucha armada que no terminó hasta la derrota de la tiranía.

Éramos muy jóvenes, como lo eran en su inmensa mayoría los que, inspirados en el ejemplo del 26 de Julio, abrazaron las ideas de libertad e independencia y en pueblos, campos y ciudades se integraron a la lucha revolucionaria hasta culminar con el triunfo definitivo del Primero de Enero, con el triunfo definitivo de la Revolución.

Éramos tan jóvenes, como jóvenes son hoy los miles y miles de cubanas y cubanos, defensores y guardianes de las nuevas fortalezas del presente, del futuro de la patria y de la solidaridad. ¡Gloria a la juventud cubana porque ayer, hoy y siempre ha entregado lo mejor de sí a la Patria! (Exclamaciones de: “¡Gloria!”)

En julio de 1953 asaltamos el Moncada.

Era el año del centenario del natalicio de José Martí, quien por su amor a la independencia, siendo aún mucho más joven que aquella generación del Moncada, también vivió desterrado en esta pequeña isla.

Los pineros conocen que la Isla de Pinos, desde 1806, fue uti­lizada por las autoridades españolas como un centro de deportación para presos políticos y comunes. Al cesar la colonia, en época de la república neocolonial, la isla continuó como si­tio de prisión y, entre los años 1926-1931, se levantaron los mu­ros del mal llamado “Presidio Modelo”, que se convirtió también en instalación de vejamen, tortura, asesinato, corrupción y explotación humana al servicio de las autoridades venales y cri­minales.

Muy pronto este tétrico penal también se usó para encerrar y aislar a los revolucionarios. Primero, el dictador Gerardo Ma­cha­do encerró en sus celdas a los combatientes de la Ge­ne­ra­ción del 30.

Luego, Batista confinó a la Generación del Centenario y a otros muchos revolucionarios que se opusieron a la tiranía.
Este era el presidio donde se intentaban encerrar y aislar las ideas. ¡Cuán equivocados estaban!

El régimen batistiano trató de ocultar la acción del 26 de Ju­lio. No podían permitir que los cubanos recibieran este ejemplo de rebeldía, y enclaustró aquí a una parte de los sobrevivientes. Las intenciones de aquella dictadura eran sepultarnos en vida. Eliminar lecciones, ejemplos, paradigmas y que no se enriquecieran las tradiciones de lucha del pueblo cubano.

Manipularon ante la opinión pública los hechos ocurridos el 26 de julio de 1953, atacaron con saña a Fidel y vertieron groseras calumnias sobre todos nosotros. Pero al sol no se le tapa con un dedo y la verdad que querían ocultar salió a relucir con la circulación de La historia me absolverá.

Nada ni nadie pudo contra la voluntad, la decisión de vencer y la resistencia revolucionaria de nuestro pequeño ejército, disciplinado y cohesionado junto a Fidel.

A pesar del aislamiento, del confinamiento en solitario que le impusieron a Fidel y a Raúl, de los constantes vejámenes a que fuimos sometidos y de las extremas condiciones de vida —si es que eso se podía llamar vivir—, durante los 580 días de prisión no lograron que fuéramos quebrantados por los intentos de humillarnos ni sepultarnos por la soledad.

Nunca la vida de un grupo de prisioneros fue tan fecunda. Fidel logró que, para los moncadistas, esta prisión se transformara en excepcional escuela, en verdadero campo de batalla, donde día a día se iban obteniendo sucesivas victorias. Nunca perdimos la fe ni el optimismo de continuar la lucha y para ello nos preparábamos.

Esa gran batalla la fuimos ganando con el espíritu solidario y colectivista, el orden y la disciplina que siempre nos acompañó. El principio de uno para todos y todos para uno conformó la unidad indestructible de este núcleo revolucionario.

En esta batalla los libros fueron nuestras armas y nuestras trincheras: la Academia Ideológica Abel Santamaría y la Bi­blioteca Raúl Gómez García. La misión estaba dada: no perder un segundo. Teníamos que estudiar para aprovechar al má­­xi­mo nuestro tiempo en la prisión.

El esfuerzo era tan grande que, el 22 de diciembre de 1953, Fidel escribió:

“Los muchachos todos son magníficos. Constituyen la élite porque han pasado por mil pruebas. Los que aprendieron a manejar las armas aprenden a manejar los libros para los grandes combates del mañana.

“La disciplina es espartana, la vida es espartana, la educación es espartana; todo es espartano en ellos, y tal su fe y su firme­za inquebrantable que puede repetirse también: ¡Con el es­cudo o sobre el escudo!”

Muchos combates se ganaron en prisión. No se aceptó, uná­nimemente, la cena de Nochebuena que nos ofrecían los mismos que asesinaron a nuestros hermanos unos meses an­tes. No aceptamos celebrar las navidades, rechazando también la ayuda del exterior que manos fraternas nos enviaban.

El propio Fidel les comunicó a nuestros amigos que nada necesitábamos ni deseábamos porque en señal de duelo, ese día, ni agua probaríamos. Fidel pidió que todo lo recaudado se le enviara como ayuda a las viudas y familiares de los caídos en las acciones del 26 de Julio.

La visita del tirano Fulgencio Batista a esta prisión, con el objetivo de inaugurar la vieja planta eléctrica recién reparada, se convirtió en otra importante victoria nuestra en el presidio.

Advertidos previamente por fuentes amigas de que se esperaba la presencia del tirano, a propuesta de Fidel, unánimemente decidimos que cuando el dictador se acercara a la celda donde nos encontrábamos, entonaríamos la Marcha del 26 de Julio y le gritaríamos “¡Asesino!”. Junto a Almeida, utilizando sendas butacas nos asomamos a las ventanas para vigilar los movimientos del tirano. Cuando el dictador estaba frente a nuestras celdas, se dio la señal y entonamos la Marcha del 26 de Julio. El tirano y sus acompañantes creyeron inicialmente que era un homenaje a su persona, pero salieron de su error cuando cantamos: “la sangre que en Oriente se derramó”. Cundió el desconcierto entre los esbirros. Aquellas voces de repudio y de reafirmación revolucionaria se incrustaron en los oídos de Batista.

Luego sufrimos la represalia por nuestra rebeldía: Varios compañeros fuimos colocados en celdas de castigo; golpearon salvajemente a Agustín Díaz Cartaya, autor de la histórica Mar­cha, y el propio Fidel fue aislado en solitario.

¿Acaso este confinamiento disminuyó la pujanza y voluntad de Fidel? Lógicamente, la respuesta es NO. La reacción de Fidel, durante los meses que permaneció en confinamiento solitario, se convirtió en un monumento de combatividad, dignidad y decoro.

Nadie claudicó, al contrario, la degradante y humillante si­tuación hizo crecer los sentimientos patrióticos de cada compañero.

El propio Fidel, en esos momentos difíciles, escribió:

“Ya tengo luz; estuve cuarenta días sin ella y aprendí a conocer su valor. No lo olvidaré nunca, como no olvidaré la hiriente humillación de las sombras; contra ellas luché logrando arrebatarles casi doscientas horas con una lucecita de aceite pálido y tembloroso, los ojos ardientes, el corazón sangrando de in­dignación”.

Mientras tanto, en la cárcel para mujeres de Guanajay, dos mujeres: Haydée Santamaría y Melba Hernández, asaltantes del Moncada —símbolos hoy de la mujer cubana, junto a Celia Sánchez y Vilma Espín—, escribían también páginas de gloria, con una actitud consecuente y revolucionaria, y resistiendo con la misma entereza que sus compañeros en esa prisión.

Las grandes batallas del presidio estaban por llegar. Fidel no cejó en la lucha, constantemente se mantuvo cursando instrucciones hacia La Habana para emplazar a la tiranía; denunciando, buscando espacios en la prensa, apelando a quienes les era po­sible denunciar los crímenes del 26 de Julio.

Fidel estaba convencido de que para movilizar al pueblo, se necesitaba un movimiento de masas pues sin ella no habría revolución posible.

El pueblo necesitaba conocer: ¿por qué el Moncada? ¿Cuá­les eran las razones y los objetivos por los que habían caído los jóvenes en la madrugada del 26 de julio de 1953? Que esa ac­ción marcaba el inicio de una verdadera revolución cuyos ideales respondían a los intereses supremos de las masas populares.

Estas ideas se convirtieron en las tareas más importantes a las que Fidel dedicó todas sus energías desde una celda de este pre­sidio.

Comenzó así a gestarse, en abril de 1954, una de las batallas más gloriosas del presidio: la reconstrucción del alegato de Fidel en el juicio del Moncada, conocido como La historia me absolverá.

Por vías que la dictadura nunca pudo conocer ni evitar, las rejas de esta prisión no pudieron impedir que salieran las verda­des, los objetivos de la lucha, los principios en los que se sus­tentaban y el programa revolucionario que traería a Cuba la libertad definitiva.

No cejar en demostrar la posición del Movimiento 26 de Julio fue otro de los objetivos.
Foto: Mirabal, Jesús

Así lo manifestaba Fidel:

“Ahora representamos un ideal limpio de máculas y tenemos derecho a ser los abanderados del mañana. No podemos vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas... Es necesario comprender bien que hoy más que una fuerza real, somos una idea, un símbolo, una gran fuerza en potencia... Estamos dispuestos a dar por la libertad hasta la última gota de sangre... El único propósito de ellos es el poder; el nuestro, la verdadera revolución”.

Es por eso que, el 19 de junio de 1954, en carta a las compañeras Melba y Haydée, Fidel les decía: “nuestra misión ahora no es organizar células revolucionarias para tener más o menos hombres, sería un error funesto. La tarea de inmediato es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas”.

Dos nuevas victorias nos deparó el destino a los moncadistas que estábamos en presidio:

Primero, cuando a finales de 1954 tomamos unánimemente la decisión de no aceptar el indulto con que la tiranía pretendió humillarnos, mientras trataba de encubrir sus apetencias electorales.

Después vendría la batalla final del presidio, batalla que co­menzó a gestarse en esta Isla con la creación del Comité Pro Am­nistía para los presos políticos del asalto al cuartel Mon­cada.

Sin embargo, la victoria aplastante se obtuvo en el momento en que Fidel, apoyado por todos los moncadistas, no aceptó la proposición de una amnistía condicionada, de una amnistía comprometida con el silencio y la inactividad cuando fuésemos excarcelados.

La respuesta de Fidel fue contundente:

“Si ese compromiso se nos exige para concedernos la libertad decimos rotundamente que no” y añadió: “No, no estamos cansados. Después de veinte meses nos sentimos firmes y en­teros como el primer día. No queremos amnistía al precio de la deshonra. ¡Mil años de cárcel antes que la humillación! ¡Mil años de cárcel antes que el sacrificio del decoro!”
En estas palabras estaba contenido el pensamiento y el sentir de cada uno de nosotros. Esa era nuestra actitud. Esa era nuestra decisión.

La movilización popular obligó a la excarcelación de los moncadistas, cuyo 60 aniversario hoy conmemoramos. Per­mí­tanme, antes de terminar mis palabras en este aniversario, hacer referencia a tres valiosas cartas escritas por el compañero Fidel desde presidio:

La primera, el 19 de diciembre de 1953, cuando escribió:

“¡Qué escuela tan formidable es esta prisión! Desde aquí terminé de forjar mi visión del mundo y completo el sentido de mi vida”.

Luego, en abril de 1954, dijo:

“Empezaré una vida nueva. Me propongo vencer todos los obstáculos y librar cuantas batallas sean necesarias. Sobre to­do, veo más claro que nunca nuestro camino y nuestra meta.

“No he perdido el tiempo en la prisión estudiando, observando, analizando, planeando, forjando hombres. Sé donde está lo mejor de Cuba y cómo buscarlo. Cuando empecé era yo solo; ahora somos muchos”.

Y, por último, un fragmento de la carta a Ñico López, cuando en enero de 1955, le escribe:

“De más está decirte que no considero que en la prisión se pierda inútilmente el tiempo. Por el contrario, aquí estamos preparando ideológica e intelectualmente la vanguardia y los je­fes de nuestro Movimiento. Somos jóvenes y nada nos apu­ra. ¡Ojalá en vez de 29 tuviésemos aquí 80 compañeros!”

En estas palabras el Jefe de la Revolución Cubana reafirmó la fecundidad de los días de presidio.

Desde aquel 15 de mayo de 1955, hemos recorrido un camino de 60 años. Muchos de los que salieron por esta puerta desplegaron, con Fidel al frente, la lucha revolucionaria en la Sierra y en el Llano. Otros volvieron a esta prisión a cumplir honrosas condenas. Muchos cayeron en el transcurso de la guerra.

Luego, ya con el triunfo revolucionario, algunos fallecieron, como es el caso del inolvidable hijo de este pueblo pinero, Je­sús Montané Oropesa, que como un homenaje imperecedero, conserva y protege su casa natal como un museo que in­mor­taliza su ejemplo.

Pero lo más importante de aquel inicio es que también un pueblo se fue aglutinando alrededor de Fidel, de la dirección de la Revolución y de nuestro Partido Comunista de Cuba; hoy somos una fortaleza con nuevas generaciones dispuestas a defender nuestra soberanía con el mismo fervor que supimos alcanzarla la joven Generación del Centenario y sus continuadores.

Ni las acciones del 26 de julio de 1953 ni la prisión fueron en vano. Esta Isla, pequeña en territorio pero grande en su historia, multiplica sus inmensas tradiciones de lucha.

La presencia de Martí en la finca El Abra, con apenas 17 años, se insertó como bandera de combate por la integridad nacional de la isla. Con las acciones independentistas contra el colonialismo español y con el recuerdo de Evangelina Cossío, símbolo imperecedero de la mujer pinera, se fue enriqueciendo la rebeldía de este pueblo que ha mantenido siempre latente la lealtad a las luchas revolucionarias.

Nuevas batallas nos convocan: enfrentar las tareas urgentes de la Revolución, aquellas de las que depende la sostenibilidad y preservación del Socialismo.

Luchar por una economía sólida, por una agricultura eficiente y productiva, por inculcar el amor al trabajo como una necesidad de vivir honestamente, por rechazar las ilegalidades y manifestaciones de corrupción. Combatir sin tregua las actitudes que atacan y corroen la esencia del Socialismo.

Compañeras y compañeros:

No ha habido una sola batalla, donde el pueblo no haya dado muestra de su heroísmo ni donde Cuba no haya alcanzado una victoria.

Y no hubo una sola batalla que no estuviera presidida por nuestro invicto Comandante en Jefe y el General de Ejército Raúl Castro: en el Moncada, en el presidio, en el Granma, en la Sie­rra, en Girón, en la Crisis de Octubre, en el enfrentamiento a las amenazas yanquis, en la lucha contra el bloqueo, en las misiones internacionalistas, en el periodo especial, en la ba­talla por la liberación de Elián y en la jornada de combate por el regreso de nuestros Cinco Héroes, por solo mencionar al­gu­nas.

Hoy con la enseñanza, el ejemplo y el espíritu del Coman­dan­te en Jefe y la dirección de Raúl marchamos juntos, soberanos e independientes, hacia un futuro digno del pueblo de Cuba.

¡Vivan los héroes y mártires de la Revolución! (Excla­ma­ciones de: “¡Vivan!”)

¡Viva el pueblo revolucionario de Cuba! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)

¡Viva nuestro Comandante en Jefe! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)

¡Viva Raúl! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación.)