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Camilo en el corazón del pueblo

Camilo+Cienfuegos
Por Enrique Atiénzar Rivero
Fotos: de Otilio Rivero y del autor

Hace cincuenta y cinco años, Javier Torres Ramírez vio despegar del aeropuerto Ignacio Agramonte el CESNA 310 que conduciría a Camilo Cienfuegos hasta La Habana, después de estar ese 28 de octubre varias horas en Camagüey, donde era frecuente su presencia después de la traición de Hubert Matos.

Narra que minutos más tarde del regreso de Santiago de Cuba del ayudante y de su piloto, donde ambos cumplieron instrucciones precisas del Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, él tuvo el privilegio de vender dos tabacos al legendario Comandante y sendas maltas para él y Jorge Enrique Mendoza Reboredo.

Javier trabajaba en la cafetería particular radicada en la terminal aérea. No olvida que los tres –Camilo, el piloto y el ayudante—enfilaron sus pasos hacia la pista para abordar el aparato, mientras Mendoza, delegado del INRA en la provincia, seguía atentamente la trayectoria de este hasta ver perderse en el horizonte.

Con 75 años perdura aun en su pensamiento cómo, con solo ocho años, salía con su cajón de limpiabotas del reparto Villa Mariana, donde todavía reside hasta la terminal del ferrocarril, para tomar el tren y bajarse frente al aeropuerto a una distancia de diez kilómetros. Allí desde 1962 engrosó las filas de Cubana de Aviación como mozo de limpieza y luego en labores de multioficio.

Javier Torres Ramírez
Una vez anterior –el 21 de octubre—vio a Camilo que por órdenes de Fidel y Raúl viajó a Camagüey para desbaratar las acciones contrarrevolucionarias lideradas por Hubert Matos.

Se agolpan en su memoria los días difíciles en que Fidel y otros altos dirigentes se asentaron en Camagüey para, desde aquí, dirigir las acciones de búsqueda. “¡Aquello fue lo más grande de la vida!, ¿Cómo que ese hombre va a desaparecer?, exclamó desde lo más hondo de su corazón, quebrantado con los años y para que ese órgano vital funcione mejor posee un marcapaso, que “gracias a la Revolución no me costó un centavo”.

¿Cómo conoció Soto a Camilo?

Pablo SotoPablo Soto Endemaño no pudo eludir la entrevista-testimonio de cómo conoció a Camilo Cienfuegos, al decir de él, un hombre bondadoso y de cualidades extraordinarias como jefe.

Primero se detuvo en un necesario antecedente: “Yo tengo un amigo de la infancia, capitán del Ejército Rebelde y de la columna de Camilo que se llama Jorge Óscar Salazar de la Rosa, alías Siquitrilla, que conocíamos desde antes de triunfar la Revolución.

“Estando yo en el Regimiento Leoncio Vidal, de Santa Clara, de pronto recibo un radiograma que decía: Ve a Sancti Spíritus a coger un avión para ir a La Habana y lo firmaba Jorge Óscar. Me dije: ¡Está loco!”. No fui a ningún lugar.

“Al día siguiente recibí otro radiograma, firmado por el jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde (Camilo) para que me presentara en el Escuadrón 56 del cual era jefe Salazar. Entonces en lugar de irme en un avión, me tuve que ir en una guagua”.

Soto, con 80 años hoy, relató todas las peripecias para localizar a su amigo dentro del barullo en aquel cuartel que estaba en el Puente de La Lisa, actualmente escuela 13 de Marzo; definitivamente lo encontró en un restorán, llamado San Pedro. Comió con él. Después durmieron en una casa de campo y al día siguiente lo llevó a conocer a Camilo.

“Entramos a Columbia sin problemas. Llegamos a una casa donde vivía Camilo. Él entró como Pedro por su casa, era muy querido de la familia de Camilo y por Camilo. Me lo presentó. Todavía estaba descansando y conversamos. Me dijo que quería que trabajara con ellos y le manifesté, que quería un trabajo para terminar mi carrera. Me respondió: sí, sí, tú vas a terminar tu carrera, pero trabaja con nosotros”

Pablo años antes de incorporarse al Frente Guerrillero del Escambray del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, bajo el mando del Comandante Faure Chomón, había iniciado la carrera de derecho en la Universidad de La Habana.
“Me comí la tusa al decirle al jefe del Ejército que tenía que llamar a Santa Clara para decir que yo tenía que ir para La Habana. En definitiva lo que quería era volver a Las Villas. Retorné a La Habana como segundo jefe del Escuadrón 56 con Salazar. Al poco tiempo empecé a trabajar en la oficina de Camilo”.

Fue tan sencillo aparentemente, exclamé al hacer una pausa en la conversación.
“Pasaron muchas cosas, muchas cosas. Imagínate tú, en definitiva, yo no se como hay gente por ahí que pueden recordar los días y las horas en que hizo algo en aquella época, en que uno no sabía en qué día vivía, eran tantas las cosas a la que uno estaba acostumbrado”.

Después de aquello tuvo el honor también de viajar a Camagüey para una misión, encabezada por Camilo para neutralizar la sedición, mejor dicho la traición, fraguada por Hubert Matos.

“La noche del 20 de octubre hubo una reunión muy importante en el Estado Mayor. Salazar y yo siempre estábamos juntos y él era una persona muy apegada a Camilo. Éste salió y dijo: váyanse que esto va a durar mucho.
“Yo dormía junto con otros compañeros en la pagaduría de la División de Infantería de Columbia, quedaba en pié porque se venía tumbando lo otro para convertirlo en escuela.

“Salazar me dejó allí y siguió para el Estado Mayor. Después de acostarme, al poco rato él otra vez llamándome, me asomo y dice: Sal con el arma larga. Los demás querían irse, me monté con él y allá el rollo que había, preparándose para venir para Camagüey.

“Se había citado a un grupo de oficiales, gente mayormente de la columna de Camilo. Llegué al despacho de él. No era tan difícil entrar. Recuerdo que estaba detrás del buró, había un montón de oficiales y cogió una granada y me la tiró. Eran cosas de él. La eché en el bolsillo. Recuerdo que estaba en camiseta.
“Tenía una 38 situada en la sobaquera y de allí se organizó la partida. Se mandaron a buscar armas a los almacenes de la retaguardia en San Ambrosio, pero que no pudieron utilizarse, había que quitarle toda la grasa de preservación.
“Nos pertrechamos mejor en la misma armería del Estado Mayor y Camilo se montó en el camión con nosotros, al menos en el que yo iba, hasta el aeropuerto de Columbia. Había dos aviones. Allí se bajó y no lo vi más hasta después en que llegamos a Camagüey.

“Él apenas bajó preguntó por la situación, la cual estaba controlada. El jefe de la Policía que era Arsenio García estaba allí y Mendoza con una serie de compañeros. Prácticamente todos los compañeros que vinimos en los dos aviones, nos quedamos en el aeropuerto y él salió solo con dos o tres compañeros en un yipi Willy descapotado para Camagüey.

“La mayoría de los que llegamos tuvimos que esperar para entrar a Camagüey. Momentos después se aparecieron en el aeropuerto con Hubert Matos y otros oficiales, a los que, en definitiva, con otros compañeros, ayudé a llevarlos hasta el avión DC3 viejo que los condujo para La Habana”.

Después del acontecimiento del 21 de octubre ¿volvió a ver a Camilo?

“Esa misma noche, Salazar y yo dormimos en la misma cama de Hubert Matos en el cuartel Agramonte y al otro día, por la mañana, Camilo hizo una reunión en la oficina del traidor al lado del balcón y empezó a designar los cargos y demás.
“A Salazar y a mi nos mandó para Morón urgente con la misión de verificar como estaba todo aquello. Imagínate tú, no se sabía bien cual era la situación en los escuadrones. Estuvimos dos o tres días.
“Según hablé con Manolo Espinosa (Cabeza) el me dijo que estuvimos el 25 de octubre en Ciego de Ávila con el mismo objetivo, de comprobar como andaban las cosas. De ahí vinimos a Camagüey y Camilo nombró a Pancho Parra, jefe de Escuadrón.

“Independientemente de que El Chino Figueredo estaba en Ciego de Ávila y él lo nombró inspector territorial del Regimiento.

“Estuvimos en Ciego. Allí recibí recibí una lección de calidad humana de Camilo, de la sensibilidad suya. Es una anécdota que viví.

“Pocos días antes del 21 de octubre, Camilo me había mandado a San Ambrosio a buscar dos cajas de pistolas Rawlins y como faltaba una le dije al capitán que había que hacer el recibo como es.

“Al entrar en la oficina de Camilo se las dejo encima del buró, pero en su oficina siempre había un grupo de compañeros. Y de aquella que estaba abierta empezó a dar pistolas a todas las personas que estaban allí.

“Cuando se enteraron llegaron un poco más y me retiré, me dio pena quedarme allí para que no se pensara de que quería que me diera una pistola. El objetivo era que me firmara el vale. ¿Quién te dice a ti que según Manolo Espinosa, a quien vi hace como tres años en que fui a verlo en la Víbora, me dijo fue el 25 de octubre en que él me dijo: dame la pistola, era una pistola colt con escacha de plata y de oro.

“Digo: coño Manolo, no me la quite. No, si te traigo una nueva, aquí te la manda Camilo. ¿Qué te parece? Como ese hombre con todos los problemas que había se acordó de mi en aquel momento. ¿Qué te dice de la personalidad de Camilo?. Eso lo viví yo, esa grandeza, ese respeto a él mismo y a los demás, ese reconocimiento que yo no merecía naturalmente.

“Eso me marcó no por el regalo físico sino por el gesto, por la acción, por el recuerdo”.

--Fue un momento difícil cuando se da por desaparecido a Camilo. ¿Cómo recibiste esa mala noticia?

“Imagínate tú, estábamos en Ciego de Ávila todavía. Allí había varios particulares que tenían aviones propios. Recuerdo que había un teniente del Ejército Rebelde que reparaba máquinas de escribir, era piloto.

Todos los días estuvimos saliendo en un avión particular buscando a Camilo, incluso, recuerdo que, desde La Habana de la oficina del abogado de Camilo, que después fue Secretario de Obras Pública en Cuba vinieron unos abogados con una santera que decía saber donde estaba Camilo.

Aquella gente con el deseo de encontrarlo nos vieron en Ciego de Ávila y nos hicieron venir a Florida para llegar por una línea de ferrocarril a la costa y buscar en un cayo. Lo viramos de arriba a abajo y regresamos decepcionados por no haber tenido éxito.

“Tu me preguntas cómo me sentí yo. ¡Eso se lo puedes preguntar a cualquier cubano por la desaparición de Camilo. Todavía lo estamos sintiendo.
Pablo Soto después inició nuevamente la carrera en la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte. No le convalidaron ninguna asignatura, pero se recibió como abogado.

La mayor parte de su vida, transcurrida en esta ciudad, donde vive como uno más en el edificio multifamiliar de la calle Lugareño, la dedicó al Tribunal Revolucionario, al trabajo de la Fiscalía y antes de retirarse como letrado de la defensa quedó en su mente la idea de que nació para hacer justicia con la vocación humanista enseñada por Camilo y aprendida también de Fidel, el abogado del pueblo.

Camilo un hombe excepcional

Miguel Peña Maceo

Miguel Peña Maceo mantiene intacto en su memoria el momento en que ordenaron a la Compañía de la Policía Militar, asentada en La Cabaña, desplegarse Camagüey.

Él combatió en la columna del Ejército Rebelde bajo las órdenes del Comandante Juan Almeida Bosque. El testimoniante cuenta que muchas de las veces que fue al Estado Mayor en funciones de trabajo vio a Camilo, pero que la oportunidad de conversar con él se originó en Camagüey en dos ocasiones, precisamente, una de ellas el 22 de octubre.

"En la parte anterior de la oficina donde él estaba había teléfono y dirigiéndose a mi dijo: "Ese teléfono nadie puede cogerlo, a no ser yo" y según Peña era lógico, quizás los vestigios de las tropas de Matos quisieran tomar el aparato para cualquier acto contrario a la Revolución.

"Nadie sabía la hora en que llegaba Camilo. A veces cuando estabas en la posta principal por donde debía de entrar, sí, no en la última o en la microonda", sostiene el entrevistado antes de hablar sobre la vez en que Camilo se apareció en horas de la madrugada.

"Me cuadré delante de él, mandó a ponerme cómodo y acto seguido preguntó: "¿Desayunó? ¿Le dieron café?. Respondí: el café y el desayuno es cuando uno sale de la posta. Lo noté molesto y salió rumbo a la cocina. A los diez o quince minutos estaba el cocinero con una jarra de leche y café, no solo para mi si no para todos los que estábamos de guardia".

--¿Cómo recuerdas a Camilo?
--"Como un hombre alegre, noble, humilde y de buen corazón. Leal a Fidel que ni en la pelota jugaba contra él. Nunca lo vi ofender a nadie".

--¿Cómo lo definiría?
--"Como un cubano y revolucionario de verdad. No se me olvida cuando el 26 de octubre en La Habana dijo que esta Revolución es más verde que las palmas y los poemas de Bonifacio Byrne: si desecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día, nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía".

En estos días de octubre de 1959 Miguel conoció a Gladys Alonso Álvarez, su esposa. Son ya casi 55 años de casados. Tienen dos hijos. Ella vivía en la calle Primera, frente a la posta del cuartel Agramonte cuando acaecieron aquellos hechos.

"Subida en el techo de mi casa me asomé a la posta. Vi a Camilo y a Hubert Matos. Por suerte no hubo derramamiento de sangre".

Miguel echó raíces en Camagüey, lejos de su Palma Soriano natal, escenario principal de sus acciones clandestinas antes de tomar los picos de la Sierra Maestra. Nunca ha olvidado a Camilo, el Señor de la Vanguardia, condición que volvió a ratificar aquí en los tenebrosos días de la traición.