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Enrique…

Enrique Núñez Rodríguez.

Enrique Núñez Rodríguez.

Acudí a la UNEAC donde se lanzaba un libro —“El vecino de los bajos”— con 99 crónicas de las publicadas por Enrique Núñez Rodríguez en el diario Juventud Rebelde. La lluvia de esa tarde no impidió que en una sala totalmente abarrotada de personas, con un calor intenso y extenso, hiciéramos silencio absoluto para oír a esa otra grande de la cultura cubana, Graziella Pogolotti, quien hizo la presentación del volumen.

Abel Prieto, presente en el acto, escribió en el prólogo del texto que “domingo tras domingo, sus fieles comulgaban con su humorismo diáfano y de sensibilidad de juglar moderno”.

En lo personal, creo que más por suerte que por méritos, estuve, según Enrique Núñez Rodríguez, entre los que él llamaba “verdaderos amigos”. Una vez, compartiendo una jornada de dominó, se me ocurrió preguntarle el por qué de “verdadero” cuando se refería a los amigos. Y me contestó, con sus ojos pícaros y su voz pausada: “Verdaderos son pocos, los muchos son falsificados”.

Confieso que me quedé con la duda de quienes podrían ser amigos falsificados, pero no le pregunté más porque en ese momento había perdido una data de dominó, y ya su sonrisa no era la misma.

Pero la vida me permitió conocer a ese Enrique que --coincido totalmente con Graziella Pogolotti-- me parece presente y necesario en las actuales circunstancias en que vive nuestro país.

Durante varios años, trabajando en la dirección de la Unión de Periodistas de Cuba, cuando “inventamos junto a Enrique y a René de la Nuez” los festivales del humor y otras actividades llevadas a casi todas las provincias y con una gran aceptación del público, pude conocer a aquel Núñez Rodríguez cuya bondad, sentido de lo humano, amistad, y ética profesional, rebasan cualquiera de sus grandes obras, no solo las escritas para prensa plana, sino todos los guiones de radio y televisión donde lo humorístico compartió espacio con lo histórico y lo científico.

A Enrique una vez le propuse, en nombre de la UPEC, viajar a Bulgaria a un Festival de Humor gráfico. Cuando hablé con él me dijo textualmente: "Si tú y la UPEC se atreven a desenterrarme, yo voy".

Luego supe que se refería, con ironía, pesar y razón, a momentos en que casi nadie pensaba en él para que hiciera un viaje al exterior, por temor a que se quedara. Eran años donde afloraban algunos extremistas, sectarios y oportunistas, funcionarios incapaces de captar hasta dónde podía llegar la luz de una persona como Enrique Núñez Rodríguez.

La osadía de proponerlo y el resultado de su viaje, dieron prestigio no solo a la UPEC y al periodismo y humorismo cubanos, sino también a la Patria que años después lo vio asumir su escaño en el Parlamento cubano, o los que, en el mismo lugar donde se presentó el libro que les comento, en la sala Villena de la UNEAC, compartimos con él aquel momento en que le fue entregado el carnet de militante del Partido Comunista de Cuba. Carné —no condición porque siempre la tuvo— que se merecía desde mucho antes pero que, también a causa de incomprensiones y “dudas” se le había postergado.

Enrique brilló ese día y sin ningún maquillaje en sus breves palabras, simplemente comentó: "Mucho agradezco a los que han confiado en mí".

En otro de los frecuentes encuentros me dijo que ya podía ir para Colón —se refería al cementerio—. Cuando le reproché con aquello de que aún eres joven y tienes mucho que escribir para hacer reír a nuestro pueblo, me aclaró: "No me refiero a eso, sino a que tengo lo más grande de mi vida". Cuando insistí en la pregunta con “te refieres al carné del Partido o a lo de Diputado, me dijo: "En primer lugar la amistad de Fidel, eso sí que nunca me lo imaginé…"

Cuando estaba ingresado en el hospital, unos días antes de morir, fui a visitarlo junto a otros de los que él llamó sus files amigos. Allí aun conservaba su fina picardía humana y recuerdo que me dijo: no habrás venido a despedirte porque me han dicho que vas a Ecuador con la delegación que asistirá a la inauguración de la Capilla del Hombre; cuando regrese nos volvemos a ver…

En Quito, precisamente el día en que Fidel asistía a la inauguración de esa gran obra de Oswaldo Guayasamín que llamó la Capilla del Hombre, se recibió la noticia del fallecimiento de Enrique Núñez Rodríguez, el humorista, el escritor, el guionista de la televisión, el fiel cubano y revolucionario que nunca traicionó, que nunca “se quedó” en el extranjero donde le ofrecían grandes sumas de dinero, el fiel amigo de millones de cubanos, el amigo de Fidel.