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Vendrá la muerte ¿y tendrá tus ojos?

Por Olga Elena Suárez

''...declarándonos hombres

ante la sombra de un tigre

que entre los árboles es tan solo la amenaza más simple.''


''...cualquier pájaro puede morir puede morir

ahora

puede morir y basta.''

Félix Hangelini

Félix Hangelini

Me rehúso a escribir cualquier cosa sobre la muerte. Porque no tengo nada que decir. O que escribir. Porque hablar, lo que se dice hablar, podría como ustedes, como todos, aunque al cabo termine hablando de cualquier cosa. De cosas, incluso, que con seguridad la desconocen. Si esto último fuese posible. Y porque la escritura, abundantemente sucia, roza lo terrible cuando emana de las arterias del dolor. Del dolor ajeno. De la muerte de un hijo que no es de uno sino de otro.

Hay dos cosas, entonces, que quiero dejar aclaradas de antemano. En primer lugar yo no sé si la salvación, si tiene forma y existe en algún punto, en algún momento, en alguna superficie (lo anterior debería ir entre paréntesis), venga trepada en los ojos de un muerto. Tengo, en cambio, una certeza. A los 24 años no me he agenciado aún mi propio muerto.

Segunda aclaración. Yo no sé si pueda encarar la muerte cuando me sobrevenga o se me venga encima. Yo no sé si preferiré o tendré que ladear el rostro con una sonrisa socarrona. Patéticamente ensayada en algún preludio infame. Como cualquiera, como todos los preludios de la muerte. Yo no sé, si entra por la puerta dando voces, si me asombre o haga como que me asombre.

Dicho esto tengo que revelar que, en suma, yo no sé nada de México. Nada del DF. Solo las páginas blancas y hundidas de Mantra. Una novela escrita por encargo. Una novela encargada. Lo cual, obviamente y a estas alturas, no quiere decir nada. Esas y otras páginas de otra novela mucho más visceral. Los detectives salvajes. Que no va arrancando trozos del cerebro pero que los arranca, inequívocamente, de alguna parte más despoblada. Por eso el DF de Fresán y de Bolaño se me hacen ciudades lejanísimas y extrañas entre sí. Por eso, me pareció decir ya, yo aún no sé nada de México. Un país por el cual está circulando, desde hace tres días, el rostro confusamente alerta de un joven asesinado. De un poeta. De un joven poeta cubano. Que no vivía en Cuba. Y que no vivía en el DF.

Yo solo conozco La devastación: La imaginación de la bestia. Un libro de poemas. Y me alcanza. Un libro lleno de caminos y de ojos y de animales y de ojos de animales y de Virgilio. Lleno de interrogatorios y de certidumbres, y de interrogatorios que juegan a ser certidumbres como la poesía toda, como la poesía siempre. Y viceversa.

Recostada de este lado del teléfono, escucho el lamento de la madre y del hermano en el poyo de la casa. Y me pregunto si ella, la madre, perdone alguna vez a la vida desatenta o perdone, tal vez, a la muerte enamorada. Porque cuando viene así, por detrás y en la hoja de un puñal, la muerte viene, no lo duden, siempre enamorada.

Lo curioso y lo nuevo es que no lo mataron ni en Tepito ni en ningún otro barrio de mala muerte, y disculpen la ironía. Lo mataron en un condominio. Un perímetro residencial. Por eso, creo yo, anda el rostro de un cubano circulando en tantos televisores mexicanos. Lejos de La Habana y lejos de Madrid. Y lo mató un muchacho que venía una década atrás, y que quizás por eso no aguantó y se clavó el mismo puñal en el centro del estómago.

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Yo también quisiera creer que, desde arriba, es más un país que un continente. Y que el hermano ahora muerto de un amigo trazó desde su avión, con muchísimo cuidado y con muchísimo miedo, un Mictlán preciso y propio. Y a esas alturas, además, ineludible. Y que esperó a que la noche, bocarriba, se le metiera por los ojos o por la espalda. Ancha o estrecha. Yo no sé. Pero poco importa ahora, si la muerte, de cualquier modo, se quiso cobijar ahí.

Hoy llega el cuerpo a La Habana y llega con los ojos cerrados. Y la madre, digo yo, lo agradece. Porque ya se sabe, sin saberlo, que no hay momento más sombrío que el de mirarle los ojos a un hijo muerto. Aunque ahí venga trepada la mismísima salvación de uno. Aunque vengan trepadas diez salvaciones juntas, todas de uno. Voy buscando por ahí el dichoso hilo de sangre. Pero la literatura completica, se los juro, se escurre en el blanco anochecido de los ojos de un poeta muerto. De un poeta desgarrado. Muerto y joven. Porque el desgarramiento a los 50 o los 60 años, voy cayendo, no sirve de mucho. No le sirve ni siquiera a la muerte, que sigue, si puede, de paso.

Yo no lo conocí. Pero da igual. O no. Porque un muerto sin conocer -no desconocido- llega a ser en algún punto más cercano que cualquier otra cosa. Dejo de escribir y me voy casi corriendo por las calles de Santos Suárez a buscar un jabón. Es tarde y se me había olvidado, y escribir tanto me ha provocado un deseo repentino de lavarme el cuerpo, que es lo más que puede lavar la noche, contrario a lo que se piense. Y aprieto los diez pesos en la mano izquierda porque en la otra llevo enfundada la llave. Que es el único escudo que se me ocurre a esta hora. Y me digo apurando el paso que si la muerte llega a aparecérseme en alguna de estas esquinas curvas, yo tengo la seguridad risible de que voy, cómo no, a darle la cara. Y me digo también que es en sus ojos donde único pueden escribirse palabras reales, despojadas de todo lo que, ya sabemos, no se pueden despojar las palabras. O quizás solo las leamos. Por eso quiero pensar que el mejor poema de Félix, leído o escrito, se lo llevó la muerte en los ojos, o en la boca, o enredado en los pelos. Un poema largo y triste y otra vez largo. Un poema, está claro, de una línea. O de menos. Un poema que orinara su noche como a una alcancía de eternidades. Un poema que terminara en la palabra devastación, o en la palabra simplemente. Un poema, intuyo, del que no sabremos nada.

El pasado 11 de junio murió asesinado en México DF el poeta cubano Félix Hangelini (su verdadero nombre era Félix Ernesto Chávez López), quien residía en España y se encontraba impartiedo clases en México.

Hangelini recibió los premios de ensayo Temas 2000 y Calendario 2002, este último por La construcción de las olas (2003). En 2006 apareció su poemario La devastación; la imaginación de la bestia, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 2006, 62 págs. Premio de la Academia Castellano-Leonesa de la Poesía 2005, destinado a jóvenes creadores. Fue primer Finalista del Premio Internacional Sant Jordi de Poesía 2007 con su libro Restauración de la luz. Cursó el doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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A la noticia de su fallecimiento una amiga de la familia escribió esta crónica.

Ya no hay cuerpo. Lo cremaron el 14 de junio al mediodía. Unas horas después de escribir estas palabras. Ya no hay nada. Ahora solo queda la cantera del verso.