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Antonia... o si será inútil la rabia

Un enorme mural recuerda a Antonia en el edificio de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico

Un enorme mural recuerda a Antonia en el edificio de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico

Por Roberto Ramos-Perea, dramaturgo puertorriqueño

Carta a Antonia Martínez Lagares, a los 42 años de su vil asesinato impune

Queridísima Antonia:

Ayer andaba por Río Piedras y me detuve justo frente a tu hospedaje de hace 42 años. Miré largamente tu balcón, el del segundo piso de la Ponce de León, allí, por las librerías, y un amigo con quien siempre comparto cuando voy por ese barrio, me dice, "ahí mataron a Antonia".

Yo no le había hablado del tema, pero salió de su boca con una brillosa certeza inesperada. Es que él trabaja por allí, y todos los días, cada vez que ve el balcón, se acuerda. Y yo por ende también. Es ese balcón, sí, justo allí. Deberían poner una placa o algo. Sé que hay murales en tu nombre, con tu bello rostro reluciente de juventud, que acompaña versos de poetas guerreros. Pero allí donde caíste, no hay nada que te recuerde.

Cerré los ojos un instante, pretendiendo, como hago a veces, reconstruir en mi oscuridad, las emociones de algún pasado importante que no haya vivido. Pretendo oír las voces de ese mismo pasado resucitando en el presente, como una vieja película que se torna de pronto reluciente, o una obra de teatro en la que me siento en primera fila. Y desde mis lecturas, mis imágenes, mis sentimientos más íntimos de puertorriqueño... escuché.

Escuché el calor pesado de aquellas 6:15 de la tarde, cuando las hordas policíacas perseguían a tiros a cientos de estudiantes que durante ese día, el 4 de marzo de 1970, se habían levantado en armas, gritos y furia contra el militarismo en la Universidad de Puerto Rico.

Escucho los disparos a lo lejos, las patadas en el suelo de los que corren y gritan, siento el picor agrio del gas lacrimógeno que me irrita y me enfurece. Siento también el sordo golpe de la macana en una espalda, el furioso ¡ay!, el coño, el cabrón... el grito salvaje del que oprime, del que mata.

Allí, en tu balcón, estás hablando furiosa con tus amigos, con Celestino, con las demás muchachas... Hay en tu dulce rostro transfigurado una rabia de siglos que se va retorciendo en tu gesto, como un espasmo cósmico de ira, como si fuese el estruendo de un astro en llamas, el grito de un semidios enbravecido por la injustica... porque allí justo frente a tus ojos, un bárbaro macanea sin piedad a un estudiante, en medio de la calle, otros más patean sus testículos, le gritan, le pegan duro con las macanas y las botas con puntas de acero... te agarras de la baranda del balcón, con aquellas delicadas manos convertidas ahora en garras... te inclinas hacia el frente, como si tu mirada fuese una llamarada, y tu pequeñita voz estruendea en huracán de rabia... ¡ASESINOS!!! ¡ASESINOS!!!

Luego acompañaste esas dos saetas de fuego con otras frases rabiosas, para que no golpearan más al pobre compañero que yacía sangrante en medio de la calle.

El bárbaro mira rápido; es tan magna la fuerza de tu grito, tan magnificiente el estentóreo gemir de tu dolor de mujer y de patriota, que el salvaje no puede evitar en reflejo cobarde, llevarse la mano al cinto, sacar la pistola y disparar intencionalmente contra tí, como si el estruendo de aquella bala te pudiese haber callado.

La sucia bala atraviesa tu cabeza de un lado a otro, y también hiere en su cuello a Celestino Santiago Díaz, que estaba junto a ti. Los pétalos de sangre derramada, como dice El Topo... hicieron que este pueblo no perdonara.

Lo demás ya lo sabemos. Aunque yo no estuve allí, todavía lo escucho en mi cabeza. La gente que te llevó al Auxilio Mutuo, tu muerte decretada al filo de la medianoche. Tu entierro doloroso, acudido por miles que cantaban La Borinqueña. Escuché entre balbuceos el duelo de Florencio Merced, de Rubén Berríos y del Comandante Mari Brás. Tu paso a la inmortalidad. Y esas tantas canciones a ti... ¡debe ser lindo eso de que te canten!

Yo no sé cómo es el sitio donde tú estás ahora, pero hasta allá deben llegar esos versos tan luminosos que te ha escrito El Topo... ese que dice, "Antonia, tu nombre es una historia de un pueblo que se busca y se ha encontrado en ti", uf, ¡me gusta tanto esa canción!, porque con ella sé quién eres; y cantándola te amamos, Antonia.

De cómo te convertiste en un signo de esperanza, podemos dar fe todos los que hemos participado en los movimientos estudiantiles universitarios. Aquel militante que no sepa quién tú eres, debe remediar esa carencia ahora mismo, punto. Todos los que saben de ti, saben lo que es el valor y la rabia. Y cuando acepté hablar de ti, pensé, ¿que decir de Antonia que no sepamos ya?

Los datos de tu vida, que naciste aquí en Arecibo en abril del año 1949; que cuando te mataron, apenas te faltaban dos meses para graduarte de Maestra. Que tu crimen quedó impune porque quisieron culpar a un policía de plantón, de nombre Marcos A. Ramos, para ocultar el envolvimiento de otras agencias represivas que laboraban con la Policía de Puerto Rico. Y esto se supo en medio de las Vistas de Maravilla. Que el Policía que haló el gatillo anda por las calles, y aunque ya hoy deba estar viejo, enfermo o muerto, sigue impune y la impunidad no prescribe.

Que los verdaderos responsables de tu muerte lo fueron el Superintendente de la Policía, Luis Torres Massa, que ordenó la entrada de la Policía en el Recinto y protegió a tu asesino; el Dr. Jaime Benítez, Rector de la UPR que pidió la entrada de la Polícía para macanear a los estudiantes y el Gobernador de entonces, el anexionista Luis Antonio Ferré Aguayo que condonó y permitó todo esto. Todos con sus manos tintas de tu sangre, Antonia.

Si fue la rabia la que llevó tu corazón a abrir tu pecho de redención, es a lo que quisiera dedicar la reflexión que me impongo hoy. Yo siempre he querido saber si la rabia es inútil.

Y para averiguarlo necesito tu rabia, Antonia. Resucitar la fuerza de tu voz, tu gesto, tu contrita ira embravecida de tus 21 años de ilusiones y utopías. El valor, el coraje, los ovarios bien puestos para que aún a costa de tu vida, apostaras a una extraña rabia que nos ofreció la crudeza de la injusticia en toda su vergüenza. Ah, descubro algo importante. Un hondo sentido de justicia puede provocar una rabia iluminada. ¿Que puede costarnos la vida la expresión de esa rabia, como te la costó a ti? Tu vida de 21 años...

Imaginemos tu vida entonces, si esa bala no hubiese atravesado tus sueños... los desórdenes de la Universidad se hubieran calmado, tu coraje indómito habría encontrado una pausa. Te hubieras graduado, hubieses encontrado un trabajo de maestra aquí en tu Arecibo natal. Hoy tendrías 63 años. Creo que siempre hubieras sido independentista, pipiola, hostosiana o socialista, eso a la larga importa poco. Los que son independentistas de verdad, no cambian su sentir por estar en esta o aquella izquierda. Descubro otra cosa... tu rabia, motivada por la injusticia, supera las pequeñas parcelas de nuestras ideas políticas.

¿Cómo fue tu rabia? ¿La habías reprimido en palabras y gestos hasta ese día? O como la de muchos, fue creciendo, echando raíces, y a veces flores, soltándose en las conversaciones de la cafetería, en el hospedaje, mientras lees el periódico, o vas a clase con tus amigos...

Se dice que marchabas y militabas y lo hacías con una profunda convicción de la necesidad de un Puerto Rico libre, de nuestra ansiada República.

La rabia es también sorpresiva; vemos algo que nos aprieta el alma, vemos el sin sentido, el abuso, la violencia y allí sale, llena de su natural color humano; una rabia, que de pequeña, en un trino se vuelve rayo... y estalla sobre las cosas para que nunca más vuelvan a ser iguales. Esa rabia que nos cambia, que nos alerta, que nos agobia, rabia insomne que día a día nos despierta prestos a una nueva lucha.

De algún lado nació esa rabia tuya, Antonia. Del hastío de ver un mundo donde las cosas cambiaban tan lento, de ver tanto valor y coraje reprimido. En tu época, la República no era tan ilusa y elusiva como lo es ahora. En tu momento la República era algo tangible, real, algo que podía llegar mañana mismo. Hoy casi nadie usa esa palabra... República. Y a mí me place mucho como suena: la República de Puerto Rico. Porque es la frase sencilla, real y justa del destino de este pueblo nuestro y de todos los pueblos oprimidos y colonizados por un imperio.

Y esa frase, cuando se duerme en los intereses de unos pocos, cuando se mancha con la política sucia y electorera que vivimos, cuando las bravías acciones del pasado, se someten a la "revisión" de programas de partido y a "nuevas visiones" de la lucha... no sé; me da miedo pensar que tambien esa frase -República de Puerto Rico- pueda perder sentido, como me parece que a veces le quieren hacer perder el sentido a la rabia. Yo como buen anarquista, creo en ella. Me la cuestiono, pero creo en ella.

Mucha gente cuestiona la rabia y la indignación. No le ven posibilidades electoreras o de triunfo. La rabia no produce votos, porque todo el mundo ahora es muy mesurado, muy imparcial, muy balanceado y moderado, cosa de no ofender a nadie. Como si para la ofensa, el ataque, la disidencia... hubiese que pedir permiso. Tú no pediste permiso para gritarle al asesino, él no pidió permiso para matarte.

Tú, amada Antonia, que con tu rabia te jugaste la vida, si hicieras hoy lo que hiciste hace 42 años, te ganarías muchos epítetos de parte de esa caterva de cobardes que solo buscan la mínima oportunidad de aparentar que luchan. Incluso te ganarías que te llamaran a capítulo algunos compañeros de la izquierda -como si no fuera suficiente la jodedera de la derecha-, y te dirían, "oye, baja el tono que te enajenas, que nos separamos del pueblo, que los que expresan su rabia son tomados por locos, desorganizados y anarquistas".

¿Cuál es el miedo de nuestro pueblo a expresar indignación como lo hiciste tú? ¿Qué cosa se rompió en nuestro corazón que nos volvió a todos cobardes medidores de cada palabra que decimos? Ahora no ofender al enemigo es casi una consigna. Entre la misma izquierda, ¡cuestionar una injusticia de algún compañero, o la irracional estrategia de algún partido, es un pecado supramortal!

Incluso somos tan educaditos y civilizados a la hora de hablar de la dictadura. Mira tú, la cantidad de gente que me pide que no use esa palabra cuando hable de este gobierno, porque les parece que estoy "exagerando". Lo siento, soy anarquista, me fastidia que me den órdenes.

Y yo no hablo de tomar armas. Creo que esa discusión nos ha dividido más de lo que nos ha unido. Y el mismo Comandante Filiberto Ojeda Ríos, antes de que lo mataran a tiros los salvajes del FBI, nos había pedido Unidad independentista. Y esa unidad no llega, y como van las cosas, creo que no llegará nunca.

Entonces me pregunto, ¿puede unirnos la rabia? ¿Puede volver a juntarnos la indignación contra la injusticia? Esa fuerza sobrehumana, sencilla y directa, que tú y tantos otros nos enseñaron, de gritarle asesino al que mata, corrupto al que roba, hipócrita al que condena lo que él mismo hace, buscón al que engaña... gritarlo, sí. Bien duro, señalarlo, directamente, sin temor, a riesgo de que te disparen o te golpeen, o te boten de algún programa de radio. Esto último lo digo con conocimiento de causa.

¿Es útil gritar la indignación si luego de ella serás un perseguido, un marcado, que puedes quedarte sin trabajo, sin el sustento de tus hijos, sin casa, sin nada...? Que incluso por gritar tu indignación pueden sencillamente matarte o desaparecerte? Porque si eso pasa, Antonia, es humano e inevitable preguntarse si valió la pena gritar la rabia para con ella perder todo lo que se había ganado.

Oye, pero tampoco podemos vivir una rabia "light", "posmoderna", esas rabias de café, a medias, sin calorías, edulcoradas con farragosa intelectualidad o peor aún, llena de complicidades y eufemismos. Eso y el silencio es casi lo mismo.

La pregunta es, antes de la rabia... ¿qué realmente hemos ganado con nuestro silencio? ¿Acaso no hemos aprendido que todo silencio es cómplice?

Oye este cuento: En junio de 1867, en la Hacienda El Cacao, Betances se reúne con los tres comisionados que habían estado en las Cortes de España pidiendo reformas para Ultramar. Con él, y de su lado, Segundo Ruiz Belvis y muchos otros puertorriqueños deseosos de saber cuál era el verdadero panorama para una reforma en Puerto Rico. José Julián Acosta explica como puede, que las cosas no salieron bien, que había que buscar otras estrategias para que la reforma se pudiera negociar, pero que no había ambiente para ello. Betances, enfurecido, en rabia, irreductible, se levanta y pide que los que están reunidos allí, hagan el solemne compromiso de luchar por la independencia del país. Que ya bastaba, que era suficiente eso de andar mendigando reformas a España y que era hora de que se trabajara por la República, antes de tener que seguir soportando impuestos, persecuciones, leyes omnímodas e injustas contra nuestro pueblo. Luego del violento exabrupto de su rabia, un silencio se apoderó de todos. José Julián Acosta toma la palabra y se distancia de Betances de medio a medio. La reunión se divide entre reformistas y separatistas: fue un momento complicadísimo en la historia de este pueblo nuestro. Los reformistas quieren negociar. Los separatistas quieren la revolución. Fue entonces que aprendimos de Betances que la libertad no se negocia, se toma. Y de Acosta aprendimos que no puedes confiar en lo que te promete quien te esclaviza. A los reformistas los metieron presos por el Motín de los Astilleros con el que nada tuvieron que ver. Betances y Segundo se lanzan al clandestinaje. Segundo a Chile y Betances a armar la revolución desde San Thomas.

¿Qué habría pasado si Betances no hubiese hablado desde su rabia?

La rabia tiene en su corazón de furia un sentido, una dirección y sobretodo una causa. Mira, Antonia, otra palabra limpia: causa. ¿Tienen una justa causa todas las rabias que nos aguantamos hoy? El joven por quien gritaste... ¿qué fue de él? ¿Acaso cambió su segura muerte por la tuya? ¿Fue tu intención y tu causa de justicia y libertad, tan grande y suficiente para que tu hermosa vida valiera tanto como la hermosa de él, abatido y sangrante en medio de la calle? O acaso... y esto me conmueve mucho pensarlo.... ¡Ambos dolores se hicieron uno en el dolor de la Patria!

Tú, oprimida, gritaste para salvar a otro oprimido. A ti te mataron, pero tu muerte le salvó la vida a ese estudiante que no conocemos, cuyo nombre es cualquiera, cuyo nombre es pueblo. Ah, ¿ves Antonia? ¿Cómo empieza a ser útil la rabia?

Y tras perderte, al perder la tersa mano tuya que les daba cariño, la mirada tierna y amorosa de una hija sacrificada y dedicada... ¿qué ganó tu familia? Y alguien me contó que tenías un novio. No sé si es cierto ni pude saber como se llamaba, ni cuánto lo querías... pero ¿qué ganó él? ¿Le fue útil tu rabia? Tal vez, en la limpieza del amor, se preguntaron, ¿por qué le gritaste a ese maldito policía? ¿Por qué no te metiste dentro del hospedaje a esperar que pasaran los tiros... ¿por qué a ti, si con tu muerte se perdieron tantas esperanzas? ¿Qué ganó tu familia con tu muerte?

Yo no lo sé. Pero son preguntas tan dolorosas, tan directas... pero tan necesarias para calmar el alma. Considerar y aceptar que el ser amado tiene su propias elecciones, sus propios rumbos, sus propias rabias que lo llevan a hacer esto o aquello, es una tarea de desapego enorme, pero aún más, de respeto por lo que cada quien decide hacer con su vida.

Yo tengo historias de éstas. Mi tío, Ulpiano Perea, desobedeciendo la orden seca de mi abuelo- se fue a Ponce el 21 de marzo de 1937. Se puso su uniforme de Cadete de la República y allí lo sorprendió la muerte a manos de un vengativo policía puertorriqueño que lo partió en dos con una metralla. Desde ese día, a mi familia materna le dio mucho trabajo levantarse de su miseria -Ulpiano era el único sostén económico- y con su muerte se instaló para siempre en nuestra casa una continua evaluación del patriotismo.

No es consuelo tampoco decir que tu familia te perdió, pero que nosotros te ganamos. No me parecería noble ni justo, sino utilitario. El héroe de la Patria es útil, ante todo, a los que le aman.

Estas preguntas podría contestarlas con poesía... a veces la poesía es mucho mejor que cualquier argumento de último minuto.

Concluyo que tu rabia fue útil. Es la rabia que marca las bofetadas de la historia, la que mueve las montañas, la que preña los vientres de la revolución.

Es difícil pensarte solo como una jovencita de 21 años que fue asesinada por el tiro de un vil. Que estaba en el sitio equivocado a la hora equivocada, allí, sin responsabilidad alguna... o que te mataron por inocente.

No, Antonia, gritaste aquel día porque eras mujer, porque eras puertorriqueña, porque eras maestra, porque habías venido al mundo a construir y a mejorar, porque eras libertaria y justa, gritaste porque no hay espacio en la bondad del ser para la vileza. Gritaste Antonia, porque en tu voz, gritó tu pueblo.

Y además, ¡basta ya de eufemismos cobardes! Gritaste por que la rabia no es inocente. Y tú, Antonia Martínez Lagares, tú con tu acto nos enseñaste que la rabia que sale de la entraña de la Patria SIEMPRE ES JUSTA y SIEMPRE ES ÚTIL.

La pregunta es ahora para nosotros, puertorriqueños que vemos el carnaval de asesinos de la justicia gobernándonos. La pregunta es para los que nos encogemos de hombros cada vez que sale una nueva noticia del robo de millones del pueblo, del chantaje de las religiones, del maldito chisme político banal, de las atrocidades de nuestra actual dictadura... ante todo este desastre, ¿qué hacemos con nuestra rabia?

¿Podemos desde nuestros balcones gritar ¡¡¡ASESINOS!!!, como gritaste tú? Y los que lo hemos hecho ya, ¿de qué nos ha servido?

Entonces nos piden que nos organicemos, que hagamos partidos y movimientos para dar canal a esa rabia diaria que nos agobia... pero nuestros partidos también tienen que moderar sus lenguajes para no enajenar. Las organizaciones políticas tienen que hacer estrategias, concesiones, alimentar líderes que den guía y dirección a esta rabia alocada y anarquista. No sé... entre tanta condición impuesta, la rabia se congela en mueca triste y vacía.

A mí, mi querida Antonia, déjame tu rabia útil y pura. Déjame tu rostro en los murales, déjame tu pequeña pero vital hazaña en los libros... abrázame con ella, enséñame a deletrear esa palabra- ¡¡¡ASESINOS!!!- para poder decirla siempre en furia vengadora. Haz mi rabia útil como la tuya. Porque la tuya fue útil. No solo te sembró frondosa en la historia de esta Nación nuestra, no solo te ganó el merecido espacio de mártir de la República soñada, me dio a mi, a los míos, a los niños del futuro, esa dulce y susurrada pregunta... "¿Quién fue Antonia?".

Antonia fue la que nos enseñó a gritar la rabia. Antonia nos enseñó que los pueblos no perdonan ni olvidan. Antonia es una historia de un pueblo que busca y se haya en su finos labios que nos besan en huracán. Antonia es tantas cosas del alma ungida de revolución, que recordarla todos los años, más que una obligación, será un privilegio para el alma. Bella mujer puertorriqueña, patriota entera, ovario fuerte y generoso, que da a luz al retoño de la esperanza, tú, querida amiga y compañera, me quedo con tu imagen reluciente, me quedo con tu grito, me quedo con tu savia, porque sí, tu rabia es útil. Ha sido útil porque nos trae aquí a recordarte. A recordarte la falta que hoy nos hacen puertorriqueños como tú.

Por favor, guerrera, renace en los vientres de nuestra nación, sigue gritando tan alto como pueda tu memoria, porque esa rabia, querida mía, ¡es santa!

Y si la República ha de vivir en el corazón del grito, que sea tuyo el grito en furia la que la proclame. ¡Viva la República, abajo los asesinos!

Quedo de ti, siempre tuyo.

Un enorme mural recuerda a Antonia en el edificio de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico

Un enorme mural recuerda a Antonia en el edificio de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico

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