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Juan de los muertos

juan_de_los_muertos-1Por Rolando Perez Betancourt
Diario Granma

Superada la expectativa propagandística que tanto ha hablado de una historia de zombis invadiendo La Habana, Juan de los muertos (Alejandro Brugués) deja el sabor de una película ingeniosa hasta cierto punto, pero atrapada en la trampa de los excesos.

Los zombis se han tratado tanto en el cine que ya, en lugar de espantar como en tiempos de nuestros padres y abuelos, mueven a la risa. Y por la risa apuesta esta producción hispano-cubana. Se apoya en referencias del género de terror (La noche de muertos vivientes y otras más), y también en el cine de artes marciales, en planos agigantados que hicieron época con el western spaghetti, en los tonos de la comedia gruesa, en referencias satíricas vinculadas con la vida del país, en recursos del cómic, en efectos especiales cristalizados con mayor o menor tino, en un carretón de malas palabras, que en sus intenciones de conformar ¿una semántica de la cubanía? terminan por fracturar algún que otro tímpano y en unas plausibles visualidad y banda sonora.

No hay duda de que Brugués es mucho mejor componiendo imágenes hilarantes que armando la risa mediante las palabras. Así como Hollywood fabrica no pocas películas con un tratamiento perfectamente reiterado (y detectado) en su estructura dramática -cada cierto tiempo una escena de violencia, una escena amorosa, una de suspenso--, el director de Juan de los muertos se nota como impelido a resultar simpático en lo verbal cada cierta cantidad de minutos.

Una falta de freno, que le hace perder en armonía.

Este exceso en la planificación de los gags, a ratos con lecturas dobles sobre las problemáticas más diversas del país, hace que algunos chistes, además de carecer de gracia, resulten forzados. Y allí donde debió prevalecer el tino de la selección, terminó por imponerse la palabrota o altisonancia dramática de los actores (a veces improvisando) en función de lograr una risa fácil, que ya se sabe que en eso de reír ante la menor provocación estamos entre los primeros.

Todo lo cual no niega que haya situaciones realmente hilarantes en esta película hecha para divertir.

En su connotación de thriller, Juan de los muertos es una sucesión de altibajos.

El personaje protagónico y su simpática tropa de buscavidas (con actuaciones irregulares), reparten mamporrazos a diestra y siniestra para librar a la ciudad de los extraños seres que la invaden. Lo hacen como un nuevo negocio que se les presenta, ellos tan dados a la subsistencia. Pero llega un momento en que hasta esas mismas acciones se consumen en sí mismas, dan vuelta en redondo y la trama pierde aire hasta llegar al final apoteósico en un malecón repleto de seres dispuestos a tragarse a los protagonistas, que no tienen más remedio que escapar por el mar, rumbo Norte, menos Juan (Alexis Díaz de Villegas, en un papel a su medida) dispuesto a quedarse y enfrentar lo que sea.

En la intención reiterada por el cine cubano de abordar asuntos de nuestra realidad, Juan de los muertos es una posibilidad más enfocada desde un ángulo creativo diferente. El género asumido se presta a la demasía, a la hipérbole, porque en fin de cuentas una película nunca será un tratado justo de sociología ni de política y la exageración puede ser tan grande como el arte mismo. Pero así como los realizadores son libres de expresar lo que quieran, el espectador es igualmente libre (y debe estar en disposición) de calibrar todas aquellas partes del filme que, aún amparadas bajo el bendito manto del Arte, pecan por exceso.