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El lobby judío o el miedo a la muerte en el establishment norteamericano

Por Omar Olazábal Rodríguez

I parte: La Política

Hacer un análisis sobre la política exterior de los Estados Unidos se convierte en un verdadero dolor de cabeza. Tantas incongruencias, una desenfrenada y constante búsqueda de enemigos para justificar acciones, un extraño amasijo de aliados de diferentes características, en fin, pudiera parecer un verdadero caos.

No soy experto en ese país. Pero me resulta intrigante saber cuáles son los hilos que verdaderamente mueven el espectro político en Washington. ¿Quiénes realmente ponen y quitan presidentes y definen los cargos más importantes en las administraciones norteamericanas?

Mucho se habla del Complejo Militar Industrial y de su impacto en la política de los Estados Unidos. No obstante: ¿es ese el verdadero factor de poder? Realmente, ¿quién o quienes están detrás de ese Complejo?

Para poder llegar a alguna conclusión, debemos revisar el Gran Capital. Y ese, ha estado dominado desde hace más  de 150 años por una estructura bien definida que tiene sus bases en el denominado Movimiento Sionista. Cuando se analiza con profundidad el trasfondo de las grandes fortunas norteamericanas, siempre, de una u otra manera, nos lleva al mismo lugar.

Si a ello se le agrega que, a partir de 1948, el sionismo cobró forma de Estado con la creación de Israel, el camino del análisis se va haciendo más claro. La incongruencia entre los postulados verbales de la política exterior norteamericana y la práctica diaria en contra de esos postulados por parte de los gobiernos israelíes se nos antoja digno de destaque. Máxime cuando un hecho tan sangriento como el ocurrido hace unos días contra la flotilla de la paz, en la cual, por órdenes del Primer Ministro Netanyahu, decenas de personas fueron masacradas de manera desalmada cuando intentaban hacer llegar ayuda humanitaria a los palestinos en la Franja de Gaza, no ha recibido condena alguna por parte de la Administración Obama.

Si tomamos en consideración los últimos "preceptos" de la política exterior norteamericana, resulta absolutamente confusa la no aplicación de los mismos en el caso de Israel. Por ejemplo:

  1. Terrorismo: desde el año 2001, a partir de la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York, los Estados Unidos le han declarado la guerra al terrorismo. No obstante, en ese concepto no está contemplada la política oficial israelí de atentados fuera de su territorio contra ciudadanos de otros países, el más reciente el asesinato del dirigente de Hamas Mahmud Al- Mabhuh en un hotel de Dubai, por un comando de los servicios secretos israelitas.
  2. Derechos Humanos: Todos, sobre todo nosotros los cubanos, conocemos el doble rasero de la llamada defensa de los derechos humanos por parte del establisment norteamericano. Sin embargo, en el caso de Israel, es absolutamente incongruente el tratamiento que le dan los Estados Unidos cuando se trata de los derechos del pueblo palestino. De eso no se habla, no hay condena ni la más mínima crítica.
  3. Genocidio o limpieza étnica:  Forma parte de la política del sionismo, incluso desde antes de la creación del Estado de Israel. Con el apoyo primero de la Gran Bretaña y luego de los Estados Unidos, el movimiento sionista fue desplazando de sus lugares de origen a millones de palestinos, forzándolos a la emigración masiva, y asesinándolos cuando se negaban. Aunque han salido a la luz pública algunas de esas historias, un día se sabrá realmente el escalofriante saldo de una política permanente de limpieza étnica, que arrasó con aldeas enteras de palestinos desde una fecha tan temprana como las tres primeras décadas del pasado siglo.  Si tomamos en cuenta que las últimas administraciones norteamericanas han usado ese argumento para algunas de las mal llamadas "intervenciones humanitarias" en África, Medio Oriente y en la antigua Yugoslavia, ¿cómo es posible que no se aplique para las nefastas prácticas de Israel?
  4. Armas atómicas/nucleares: Es archiconocido el hecho de Israel posee armas de destrucción masiva. En 1973, la entonces Primer Ministro Golda Meir amenazó abiertamente con utilizarlas cuando las tropas árabes se acercaban a Tel Aviv. Del peligro que entraña que un país como Israel posea armas nucleares los Gobiernos norteamericanos ni hablan. Forma parte de los secretos que, dentro del Acuerdo de Confidencialidad que tiene que jurar cada mandatario estadounidense a la hora de asumir su mandato, pasa de mano en mano y no puede ser develado.

Tan tenebrosa como es la actuación del imperialismo, lo es la propia historia de la influencia del lobby judío en los EEUU. Comienza a contabilizarse a partir de la primera mitad del siglo XIX, cuando los primeros representantes de esa comunidad fueron elegidos al Congreso y al Senado respectivamente: Lewis Charles Levin y David Levy Yulee.

Desde ese momento, y con la conformación del Movimiento Sionista Mundial a finales del siglo XIX (un siglo definitorio para los diferentes movimientos políticos y sociales de la actualidad), la preparación y puesta en práctica de una política bien definida de inserción en las redes de poder de los Estados Unidos se convirtió en un hecho. Soy un fiel lector y espectador de las teorías de conspiración, esas que nos han regalado grandes escritores o cineastas de la talla de George Orwell y Oliver Stone. Para mí, la más grande conspiración para detentar el poder en el mundo es la protagonizada por ese movimiento sionista, desarrollada a marchas forzadas desde el propio territorio de la Unión Americana.

Con una estrategia bien estructurada de apropiarse del capital, los medios masivos de información y los cargos de decisión en los pasillos de la política, el lobby judío se ha hecho del poder en los Estados Unidos, y en la medida que ese poder crece, más inmunes e impenetrables se hacen sus nefastas redes.

A partir de la denominada Década de Reagan en la política norteamericana, la estrategia trazada desde tiempos tan lejanos como finales del siglo XIX comienza a alcanzar los límites más intrincados del establishment. Los nombres cambian, pero su tenaz persistencia y arraigo dentro del poder, son de trascendencia prácticamente inagotable.

Ya en estos momentos, y según valientes y sagaces investigadores, han llevado su impronta a la más alta investidura de la nación norteamericana. Es tanta la prepotencia de ese lobby, que, en varios análisis muy detallados, algunos articulistas han citado al excongresista Abner Mikvner, importante portavoz sionista , juez federal , consejero del Presidente Clinton durante su época en la Casa Blanca y uno de los primeros patrocinadores de Obama, cuando declaró: "Barack Obama es el primer Presidente judío" .

Sin dudas, para llegar a la Presidencia, como cualquier otro pretendiente, Obama tuvo que hacer concesiones a los diferentes grupos de poder en su país. Entre ellos, el más fuerte es el Comité Americano-Judío de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus síglas en inglés). Su influencia en el quehacer diario de la política de los Estados Unidos es tan poderosa, que el senador demócrata por Carolina del Sur Ernest Hollines al dejar su cargo dijo: "No se puede tener una política con Israel que no sea la marcada por el AIPAC". De la misma forma, en una ocasión, el ex Primer Ministro israelí Ariel Sharon declaró públicamente en Estados Unidos: "Si quieren ayudar a Israel, ayuden a AIPAC".

En la Administración Clinton (1992-2000) varias figuras del Gobierno fueron impuestas por el AIPAC. Recordemos a Martin Indyk, Dennis Ross y Aaron Miller, por solo citar a tres de los que definían la política exterior de los EEUU en esa Administración.

En la de Bush, esa influencia fue mayor. Los nombres de John Bolton, I. Lewis Libby, Paul Wolfowitz y Richard Perle, con su poder sobre ese nefasto ex Presidente norteamericano, salieron de las filas de la mencionada organización sionista.

Como una bien montada operación de inteligencia, el AIPAC, utilizando todas las redes del poder sionista, reelaboró la biografía política de Obama. Según el Chicago Jewish News, a Obama se le empezó a calibrar desde Harvard, a través del análisis de la profesora Martha Minow, destacada académica de la Escuela de Derecho, famosa por su afiliación política al sionismo. A fines de la década del 90, Obama, gracias a los contactos iniciados por Minow, comienza una relación política muy estrecha con David Axelrod, destacada personalidad de los círculos proisraelíes del Partido Demócrata. Otra figura que se vanagloria de su relación con Obama es Ira Silverstein, conocido judío ortodoxo, que fue su vecino de oficina durante el tiempo en que el actual Presidente fue Senador en Illinois.

El apoyo financiero a la campaña de Obama tuvo un impulso muy favorable a partir del espaldarazo de uno de los judíos más ricos de los Estados Unidos, Lester Crown. Este, quien puso a su hijo al frente del manejo de las finanzas de la campaña, jugó un papel preponderante posteriormente en la designación de importantes figuras del lobby sionista a puestos muy importantes de la Administración del primer Presidente negro en la historia de la Unión Americana.

Es así como aparecen en la lista de designados:

  1. Rahm Emmanuel- Jefe de Personal o de Gabinete, como también se le denomina al traducirse.
  2. David Axelrod- Asesor Principal del Presidente.
  3. Lawrence Summers- Asesor Jefe para Asuntos Económicos de la Presidencia.
  4. Dennis Ross- Asesor Especial del Departamento de Estado para los asuntos del Golfo Pérsico.

Estas son solo algunas de las caras visibles. Pero está claro que no son las únicas. En análisis posteriores, tocaremos la presencia del sionismo en los medios y la economía. Lo que sí es inobjetable es que los objetivos trazados hace más de un siglo se están cumpliendo a la perfección en nuestra época. Y para ello, se está utilizando a la más alta investidura de los Estados Unidos, quien, y como nos recuerda el diario israelí Ha´aretz el 17 de noviembre de 2008, le preguntó al Presidente del estado Sionista Simon Peres: "¿Qué puedo hacer por Israel?"

Los compromisos pactados son difíciles de romper. Cualquier mínima decisión que afecte el espíritu de esos compromisos pueden llevar al enojo de los que apoyaron a la figura política a llegar a la cima. Y no solo es el temor a la muerte política, sino a la muerte física ante tan todopoderoso adversario el que puede frenar cualquier deseo de hacer un mínimo de justicia en la política norteamericana. Ejemplos hay en la historia de esa gran nación. En este caso, el Presidente no puede jugar ni con la cadena, pues la bestia es tan formidable que no se lo permite.