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¿Dónde está la bola?

Por Lorenzo Gonzalo

La existencia de una emigración que quiere a su país, muchos de los cuales sueñan con regresar o retirarse en esa tierra, no los hace impermeables a las múltiples y novedosas manipulaciones a las que puede recurrir el sempiterno enemigo de Cuba, Estados Unidos. Todo lo contrario, sus deseos sentimentales, de legítimo sentido de pertenencia, los convierte en sujetos vulnerables a la mejor esperanza de alcanzar ese propósito.

Estados Unidos ha recurrido a los procedimientos más diversos violando leyes internacionales, para impulsar el derrocamiento del gobierno cubano que surgió a partir del triunfo de la insurrección revolucionaria contra la dictadura de Batista.

En la estrategia seguida, no podemos culpar solamente los rezagos de pensamiento existente en la mentalidad de los principales actores que dieron al traste con la dominación inglesa en ese territorio continental del Norte de América.

Si bien es cierto que desde Bejamin Frankliyn Cuba era considerada por los notables y hombres influyentes de la época, como un punto estratégico, y existieron recomendaciones, del propio Franklyn de apoderarse de esa Isla, también hay otros elementos que influyen en los criterios que se siguen respecto a ese país. La política del bloqueo, algo paradójico que semeja más bien un capricho impensable en el ánimo de un país tan poderoso, es algo que llama la atención de la mayoría de las personas y de todos los países del planeta tierra. Sólo Israel y las Islas Marshalls, que están bajo la administración de Estados Unidos, lo acompañan en esta infamia. Sin embargo, transcurridos unos años del derrumbamiento del bloque soviético, el bloqueo vuelve a tener hoy un ingrediente estratégico.

Para establecer las políticas de dominio, el "establishment" estadounidense tiene la facilidad de poder recurrir a sentimientos que aún prevalecen en amplios sectores de su población. Se trata de grupos, la mayoría de origen religioso, que comparten los criterios surgidos con las primeras poblaciones que ocuparon primero y colonizaron después, algunos territorios de Norteamérica. Aquellas personas interpretaron que habían llegado a la "tierra prometida", y asumieron que ellos eran los "escogidos" de la Biblia.

Aunque esta creencia por sí sola ya no tiene peso en la política internacional estadounidense, como grupos que entienden como normal las ocupaciones territoriales, son manipulables por el "establisment", en sus fines de controlar el Continente, especialmente aquellos puntos cercanos como las islas del Caribe.

Cuando comienza el desenvolvimiento del proceso revolucionario, al triunfo de la insurrección motivada por el Golpe de Estado perpetrado por el General Fulgencio Batista, Estados Unidos se negó de plano a considerar los planteamientos reformistas inmediatos y los planes perspectivos que pudieran tener, los nuevos protagonistas de la historia cubana. Las relaciones se volvieron tensas en los mismos comienzos, porque el acercamiento buscado por los nuevos líderes de Cuba, fue burdamente evadido por la Administración del Presidente Eisenhower. Fidel Castro visitó personalmente Washington en los primeros meses de aquel triunfo y a pesar de ser aquello un acontecimiento de gran trascendencia para las relaciones hemisféricas, el gobierno estadounidense no procedió a la altura de las circunstancias.

A partir de ese momento surgieron todos los enredos y Estados Unidos intentó hacer uso de sus prácticas intimidatorios, usuales en esa época, recurriendo a procedimientos violatorios de las leyes internacionales en el mejor de los casos y a acciones amorales, carentes de sentido ético, con fines terroristas y alentando el asesinato de líderes que nunca habían sido agresores de Estados Unidos, pero con quienes no comulgaba en sus ideas.

En el transcurso de cinco años, Washington facilitó el desarrollo de una colonia migratoria de origen cubano que fue su punta de lanza para sus operaciones espurias en Latinoamérica durante la llamada Guerra Fría. Mencionamos esto reiteradamente porque sólo si lo contemplamos en todas sus facetas y desde diversos ángulos, podremos establecer conclusiones válidas que sirvan para establecer políticas puntuales y efectivas, tanto por parte de Estados Unidos como de Cuba.

Esa colonia migratoria de origen cubano, ha sido el instrumento de Washington para la elaboración de sus políticas respecto a Cuba. Hoy, todavía utiliza a quienes están vinculados a la herencia de la dictadura de Batista y algunos renegados del proceso, pero mañana pudiera utilizar a quienes de verdad desean las mejores relaciones entre ambos países, aprovechándose entre otras cosas, del deseo de la mayoría de tener acceso a su país, en condiciones normales, como cualquier emigrado lo tiene respecto al suyo, incluyendo a chinos y vietnamitas.

El proceso de tensas relaciones entre ambos países, extendido ya por más de cincuenta años, comienza a veces a dar la impresión de que tiende a su fin. El problema es que aún no es totalmente predecible cómo será el mismo. Es de suponer que, dadas las características del proceso cubano, la poca dogmatización de criterios entre intelectuales, militantes comunistas y jóvenes y por la asimilación de la experiencia soviética, los cambios para la consolidación del proceso se puedan dar sin enfrentamientos y garantizarse así su continuidad. También habría que añadir el apoyo que representaría la consolidación de un verdadero proceso de cambio en Latinoamérica, el cual sólo podría perderse si no se traspasan barreras de radicalización, que ya dieron pruebas de ser fallidas.

Cuba es un ejemplo de entereza y de identidad popular alrededor de una idea de cambio, pero no estará consolidada hasta que no rinda eficientemente en la producción, el aprovechamiento de recurso, la administración participativa, una  legislación popular combativa y un partido que asuma la disidencia crítica y una consistente elaboración de lineamientos generales que salven la dirección del proceso, sin interferir en la participación institucional y privada.

Estados Unidos no tiene mucho más que hacer para manipular unas relaciones que carecen de sentido a los ojos del mundo. El último movimiento, escogiendo a gente de la farándula como Emilio Estefan, para continuar justificando la política en funciones, con cualquiera de las variantes que se les antoje, busca garantizar su inversión de todos estos años, la cual se pierde si Cuba consolida el proceso. Perdería además un importante territorio estratégico en momentos que es necesario, si nuevos derroteros se consolidaran en Latinoamérica. Estados Unidos perdería el juego si Cuba demuestra que se puede organizar un Estado con instituciones y gobierno eficiente, donde el mercado funcione sin que la ganancia constituya su motivación esencial y el crecimiento no esté dado por la estimulación de un consumo innecesario. Esa es la principal razón para que Estados Unidos insista en una estrategia de aislamiento, la cual Washington pueda ganar a través de dos caminos: con la presencia de una Cuba despedazada, en deterioro, donde su única divisa de victoria consista en una resistencia que el mundo no vislumbraría más allá de los escombros o con un cambio que coloque a la Isla en sintonía con el liberalismo defendido por el "establishment" estadounidense.

En ese empeño, entre otras cosas, buscará el mejor uso que pueda darle a los emigrados cubanos que habitan su territorio y el de otros países.

A Cuba sólo le queda definir los lineamientos del debate interno, terminar la conformación de un partido que sirva de guía y no de gobierno, capaz de asumir el papel de verdadera disidencia y reconocer en esencia y práctica la nacionalidad de una emigración que, como ninguna otra, sin temor y con sincero sentimiento hacia su tierra, ha defendido el derecho de que, quienes viven en el país, son quienes tienen que buscar el gobierno y el Estado que deseen.

En estos momentos Estados Unidos no sabe qué hacer. La bola está perdida y posiblemente sea Cuba quien la tiene a su alcance.