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Neoliberalismo, medios de comunicación y democracia

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Ricardo Forster
Página 12

"El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice nada más que esto: 'lo que aparece es bueno, lo bueno es lo que aparece'. La actitud que por principio exige es esa aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho gracias a su manera de aparecer sin réplica, gracias a su monopolio de las apariencias." Guy Debord
1 En el mismo momento histórico en el que caía el Muro de Berlín y se desplomaba como un castillo de naipes el sistema soviético, cuando casi atónitos contemplamos la apertura de una época que de un modo arrollador se deshacía de imágenes, lenguajes políticos, ideologías y prácticas que habían convulsionado y apasionado durante más de un siglo a hombres y mujeres de las geografías más diversas y distantes, lo que emergió como exponente de una nueva época del mundo fue la forma neoliberal del capitalismo tardío.

Las últimas décadas del siglo XX estuvieron atravesadas por la hegemonía de un discurso que se ufanaba de haber concluido, de una vez y para siempre, con las disputas ideológicas, al mismo tiempo que afirmaba la llegada de un tiempo articulado alrededor de la economía de mercado y de la democracia liberal. Fin de la historia y muerte de las ideologías para desplazarse, ahora, por los espacios rutilantes del consumo, el reino de las mercancías y el goce hedonista. Los escenarios, ya antiguos, de las conflictividades políticas y sociales serían pacientemente reconstruidos en los nuevos museos temáticos, sitios interactivos en los que el visitante de estos tiempos poshistóricos podría contemplar aquello que sucedía en los días ideologizados. La paz del mercado desplazó, eso se anunció a los cuatro vientos, las oscuras turbulencias de una historia dominada por el conflicto y la intransigencia de los incontables, de esas masas anónimas, oscuras y resentidas que regresarían a ese sitio del que nunca debieron haber salido. Las tradiciones del igualitarismo fueron a parar al vertedero de la historia. Hizo su aparición triunfal el nuevo ciudadano-consumidor, figura arquetípica de un clivaje hiperindividualista en el interior de la sociedad, ese que se desplazaría con fervor de iniciado por los santuarios de las metrópolis contemporáneas: los shopping centers.

Pero lo que también comenzó a ser desmontado, junto con el vertiginoso giro de la economía de producción a la economía de especulación, fue el imaginario social que acompañó el tiempo del capitalismo bienestarista, aquel que hizo, a partir de la segunda posguerra, del Estado un referente insustituible a la hora de articular las relaciones entre el capital y el trabajo (del New Deal rooseveltiano, pasando por nuestra experiencia de un Estado de Bienestar bajo el primer peronismo hasta llegar a la edad de oro del bienestarismo socialdemócrata europeo, ese modelo fue lo propio de un largo período de la historia del siglo XX que sería brutalmente desmontado por el neoliberalismo allí donde inició su derrumbe el modelo, ya fracasado desde tiempo antes, del socialismo autoritario de la URSS, dejándole al capital, de todos modos, las manos libres para convertirse en el amo de la nueva situación mundial). El pasaje de la metáfora fabril a la metáfora financiera (adiós a las chimeneas y a los sindicatos, bienvenidos los yuppies de Wall Street, las carteras de inversores, la flexibilización laboral y el trabajo basura) vino a expresar la bancarrota de prácticas que remitían a una época esclerosada; puso en evidencia que estábamos en presencia de una mutación fundamental del capitalismo, y que esa mutación no iba a detenerse hasta resemantizar la totalidad de los lenguajes sociales, económicos, políticos y culturales.

Dicho de otra manera: el neoliberalismo, su lógica más profunda y decisiva, se dirigía hacia una transformación revolucionaria del conjunto de la vida social. En esa tarea de desmontaje de las viejas formas de vida y de representación, seguida de la construcción de una nueva subjetividad entramada con las demandas de la economía global de mercado, ocuparían un lugar central y privilegiado los grandes medios de comunicación. Pensar el neoliberalismo es interrogar por ese maridaje extraordinario entre mercancía e imagen, entre mercado y lenguaje mediático; es tratar de comprender el fenomenal proceso de culturalización de la política y de estetización de todas las esferas de la vida. Una de las derivaciones de este proceso ha sido la expropiación de la política, y su consiguiente vaciamiento, por el lenguaje de los medios de comunicación.

2 Lo que el filósofo francés Guy Debord, con anticipación genial -allá por los años '60-, había denominado la "sociedad del espectáculo", aquella que se desplazaba hacia el dominio pleno y escenográfico de la pasión consumista y de sus "paraísos artificiales", transformando a los seres humanos en espectadores cada vez más pasivos del verdadero sujeto de la época, la mercancía, constituyó lo propio de la travesía neoliberal. Se trató de una apropiación, por parte del capitalismo, de las fantasías y los deseos al mismo tiempo que se expandía planetariamente la industria del espectáculo, y la cultura, adecuada a los lenguajes audiovisuales y a su enorme capacidad de penetración, se convertía en una mercancía clave para la producción de una nueva humanidad. Lo que había prefigurado Hollywood desde los años '30 y '40, mostrándose como la avanzada brillante, innovadora y compleja de la americanización del mundo, señalando la importancia decisiva de la industria del espectáculo como vanguardia en la construcción de los nuevos imaginarios sociales, terminó siendo la materia prima a partir de la que el neoliberalismo logró naturalizar sus valores y sus intereses. Es inimaginable el despliegue planetario, global, del capitalismo financiero-especulativo, su capacidad para volverse hegemónico, sin ese rol decisivo de los medios de comunicación.

Por esas paradojas de la historia, los primeros que se dieron cuenta de la monumental importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación y su relación directa con la política fueron los regímenes fascistas. Mussolini en Italia y Hitler y Goebbels en Alemania capturaron con maestría mefistofélica los poderes que emergían de la radiofonía. Con el giro de los acontecimientos, y una vez derrotado el totalitarismo, las triunfantes democracias occidentales se apropiarían con igual fervor de los potenciales propagandísticos y generadores de imaginarios social-culturales, que se guardan en los medios de comunicación de masas. La política quedó atrapada en esa lógica discursiva e iconográfica al mismo tiempo que la estetización y espectacularización emanados de los recursos propios de esos lenguajes contaminaban casi todas las esferas de la vida cotidiana. La astucia genial del sistema fue proyectar en la compleja trama a la que llamamos sociedad (transformada, por los mismos medios, en "opinión pública") la imagen de que la corporación mediática era portadora de independencia, autonomía y capacidad crítica al mismo tiempo que garantizaba la libertad de expresión. Lo que se logró fue invisibilizar los lazos esenciales que vinculaban y vinculan a estas empresas con los intereses económicos dominantes. El neoliberalismo, como ideología del capitalismo tardío, comprendió que no era posible garantizar una profunda transformación económica si, al mismo tiempo, no se cambiaba la manera de mirar el mundo y de comprender la realidad. De lo que se trató es de la intensiva producción de un nuevo sentido común.

Más allá de la sobrevaloración, siempre discutible, que se pueda hacer del papel de las corporaciones mediáticas como definidoras de la opinión pública y como constructoras decisivas del sentido común, lo cierto es que ocupan un lugar destacadísimo en la estrategia de dominación del neoliberalismo. Son un factor sin el cual le sería muy difícil, a esa ideología, transformar sus intereses particulares en intereses del conjunto de la sociedad, mutando prácticas egoístas y exclusivamente ligadas al lucro y la rentabilidad en valores naturalizados en el interior de las conciencias. La proliferación de los lenguajes audiovisuales, su profundo arraigo en la intimidad de la vida cotidiana exigen, de la misma sociedad, una indispensable herramienta que le permita legislar adecuadamente impidiendo que la tendencia a la concentración y a la monopolización hagan del espectro comunicacional una incansable repetición del sentido común neoliberal. Entre la ideología y el mito, los lenguajes emanados de la corporación mediática apuntalaron el despliegue de nuevas formas de la subjetividad adheridas al reino de valores de un capitalismo que se leyó a sí mismo como la estación final y consumada de la historia.

De ahí, entonces, la crucial importancia que adquiere, en términos de una ampliación de la circulación democrática de la comunicación y la información, el debate que se está llevando a cabo en el Congreso de la Nación en torno del proyecto de una nueva ley de servicios audiovisuales. Lo medular de la disputa político-cultural se juega en estas discusiones, no porque una ley vaya a garantizar una espontánea transformación de los valores reinantes sino porque, al menos, logrará impedir que sigan proliferando los monopolios y abrirá el juego para que otros actores entren en la conversación. De eso se trata, entre otras cosas, la democracia. Dicho de otro modo: en una sociedad atravesada de lado a lado por los lenguajes de la comunicación y la información resulta inimaginable que ese campo abrumador y decisivo permanezca al margen de las grandes disputas político-culturales. En el interior de ese mundo en el mundo se despliegan imágenes, ideas, proyectos, lenguajes, formas de la sensibilidad, mitos que se entraman capilarmente en la cotidianidad de nuestras vidas. Leerlos desde la inocencia o creyendo que en su interior se privilegian centralmente los modos de la diversidad y la pluralidad constituye, a estas alturas de la travesía argentina y mundial, un desplazamiento del eje de la discusión hacia la más crasa complicidad con los factores de poder que se manifiestan en los núcleos duros y concentrados de los medios masivos de comunicación. La búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafío de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra un proyecto de servicios audiovisuales que viene a amenazar su hegemonía.

* Doctor en Filosofía, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

Se han publicado 2 comentarios



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  • Olimpio Rodriguez Santos dijo:

    El artículo del Dr. Ricardo Forster me resulta muy interesante y lo veo desde la óptica lejana de un médico que permanece en comunicación diaria con otros colegas argentinos, mejicanos, ecuatorianos, etc. , a través de redes de medicina.
    Refiere Forster “…búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafío de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra un proyecto de servicios audiovisuales que viene a amenazar su hegemonía”
    Hace muchos años que se viene polemizando sobre democracia (del griego, demos, ‘pueblo’ y kratein, ‘gobernar’), y como dice un viejo refrán “cada cual hala la braza para su sardina”. Para muchos el neo-liberalismo es democracia. La democracia de los ricos que pretenden engañar con un término que alude a la “no” intervención del estado.
    El Dr. Mbuyi Kabunda señalaba que “Los expertos, Gobiernos y agencias de cooperación occidentales para el desarrollo suelen atri-buir las causas del subdesarrollo…, a los factores internos tales co-mo: la explosión demográfica, el retraso de mentalidades, la ausen-cia de o escasez de espíritu empresarial, las condiciones naturales desfavorables, la falta de capitales nacionales y el intervencionismo del Estado”.
    De esta manera viene el pensamiento del neoliberalismo a justificar el neocolonialismo liberal, basado en el "pensamiento único" o la in-ternacionalización de la política económica homogeneizada en la que prima lo material sobre lo humano. Un solo imperio se abroga el de-recho de pisotear y asesinar a los pueblos de NUESTRA AMÉRICA en nombre de la libertad. Es su democracia y los medios masivos de comunicación son del poder y saben hasta donde pueden llegar sin mojarse. Se vio muy claro y reciente cuando el golpe en Honduras.
    La manera en que quieren reproducir su modo de vida a los países del sur con la complicidad de gobiernos satélites es un peligro. Nunca han planteado los problemas de desarrollo en términos de ruptura; siendo incapaces de identificar objetivos, estrategias; los obstáculos externos y los beneficiarios. Han entregado sus pueblos al orden neoliberal dominante, con graves consecuencias sociales, medioambientales, políticas y económicas como las que estamos viendo resurgir. Y, los medios, en su mayoría ajenos.
    En los propios Estados Unidos las consecuencias del neoliberalismo, son desastrosas, pero “ojo que no ve corazón que no siente”. Se aprecia las consecuencias en el aumento de la pobreza, en la elimi-nación de la clase media. Los norteamericanos se ven forzados a trabajar más horas o en ocasiones a tener dos trabajos para poder vivir adecuadamente y como consecuencia le dedican menos tiempo a estar con la familia.
    Las “enseñanzas” del neoliberalismo nos llevan a retomar las ideas del marxismo; con un profundo análisis de las experiencias de la construcción del socialismo, tanto las fracasadas en Europa del Este y la Unión Soviética, como las de éxito en la republica popular China y en Viet Nam.
    Hay que señalar que los antiguos países socialistas no pudieron adaptarse a los cambios operados en el mundo en la esfera de la re-volución científico-técnica, y perdieron la batalla tecnológica con el capitalismo. Los medios masivos no decían la verdad completa a las masas de lo que estaba pasando. Formaron parte inseparable de su derrumbe.
    Fidel apuntaba: “hay desde luego problemas de política, porque la cuestión de la ciencia y de la técnica es lo más importante de la política de cualquier gobierno, capitalista o socialista, y la cuestión de la aplicación de la ciencia y la técnica a la economía, a la producción, sencillamente fue algo que no recibió toda la atención que debía haber recibido. Hay ramas enteras que se quedaron rezagadas como por ejemplo, la electrónica, la computación y la automatización… y esto influye tremendamente en la productividad y la calidad del traba-jo… y desde luego los grandes logros alcanzados en la producción de materiales, combustibles, se despilfarraban en grado considerable como consecuencia de los atrasos en la aplicación de los logros de la ciencia y la técnica”.
    De estos errores se aprovecharon los ideólogos capitalistas, que también superaron a los ideólogos del campo socialista. Mientras exista capitalismo hay que tener la mente muy abierta.
    ¿Se democratizarán las tecnologías de la comunicación incluyendo INTERNET? La comunicación y la unión entre los pueblos dirá la úl-tima palabra que será hacia la plena liberación de la humanidad por el camino de la democracia (del griego, demos, ‘pueblo’ y kratein, ‘gobernar’) y no del neoliberalismo.

    Dr. Olimpio Rodríguez Santos
    Especialista II Grado Alergología
    olimpiors@finlay.cmw.sld.cu

  • Florencia dijo:

    Sñolo quiero compartir lo siguiente:
    Extracto de "LA LIBERTAD DE PRENSA" de George Orwell, que figura como prólogo a REBELION EN LA GRANJA.
    "(...) Pues bien, estas mismas noticias son eludidas por la prensa británica, no porque el gobierno las prohíba, sino porque existe un acuerdo generalizado y tácito sobre ciertos hechos que "no deben" mencionarse. Esto es fácil de entender mientras la prensa británica siga tal y como está: muy centralizada y propiedad, en su mayor parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos motivos para no ser demasiado honestos al tratar ciertos temas importantes. Pero esta clase de censura velada actúa también sobre los libros y las publicaciones en general, así como sobre el cine, el teatro y la radio. Su origen está claro: en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que se prohíba concretamente decir "esto" o "aquello", es que "no está bien" decir ciertas cosas, del mismo modo que en la época victoriana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia. De ahí que casi nunca se haga caso a una opinión realmente independiente ni en la prensa popular ni en las publicaciones minoritarias e intelectuales. (...)".-

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