Chile vive un verdadero estallido social tras el aumento del precio de los pasajes del Metro de Santiago, del que el presidente Sebastián Piñera, informó que su gobierno decidió suspender, medida que había desatado una ola de protestas en la capital, donde miles de chilenos desafiaron a la autoridad militar. (Fuente: Sputnik, agencia EFE)
Guillermo Tell
Una manifestantes dialoga con un soldado en la calles de la capital chilena. Foto: AFP.
Pocos parecen creer a Piñera cuando dijo que “he escuchado con humildad la voz de mis compatriotas, y no tendré miedo en seguir escuchando” cuando antes no le tembló la mano para imponer duras medidas de corte neoliberal.
Solo que esta vez al acaudalado empresario le faltó calcular las consecuencias pese a que el desenlace de algo equivalente ocurrido hace tan poco en Ecuador le debió indicar que gobernar aplicando paquetazos de ajustes del tipo de los que impone el Fondo Monetario Internacional equivale a sentarse sobre una olla de presión, que estalla con brotes de liberada indignación.
Más allá de destrozos indeseables registrados al calor de las protestas, analistas del país ven a ciudadanos de clase media golpeados por el coste de la vida y dificultades para llegar a fin de mes, que hacen transgredir masivamente la norma y logran colapsar el sistema policial y legal.
Para Pablo Sepúlveda Allende, nieto del presidente Salvador Allende (1970-1973), Chile despertó y las protestas de estos días son una rebelión contra el robo, el abuso y el saqueo al pueblo.
Los juramentos de presunta humildad del mandatario no le inhibieron de prometer mano dura, que ya dejó un saldo preliminar de ocho muertes, por lo menos 22 heridos graves y denuncias de abusos a unos 140 detenidos, de acuerdo con el Instituto de Derechos Humanos de Chile. .