Los casos de corrupción que implican o salpican a Benjamín Netanyahu se cuentan de mil en mil. Tras la acusación presentada la semana pasada por la policía al fiscal general de Israel -por el caso 1.000 (supuestos sobornos) y el caso 2.000 (presunto tráfico de influencia)-, llega ahora el caso 4.000 por proporcionar información privilegiada a un gigante israelí audiovisual. (Fuente: El País)
Guillermo Tell
Benjamín Netanyahu. Foto: Archivo.
Medios informativos nacionales y foráneos siguen al pendiente de todos estos procesos tal como si de un culebrón por entrega se tratara, pese a las connotaciones escandalosas y que merecen el rigor de la justicia ante demostrados sobornos a la familia del primer ministro, tráfico de comisiones ilegales por la compra de tres submarinos a beneficiados astilleros, y por último el más reciente y explosivo asunto de filtración.
Pero a contrapelo de la gravedad de los hechos, el imperturbable Netanyahu intervino en la denominada conferencia de seguridad de Munich para lanzar una pieza más de su permanente amenazadora diatriba antiraní, y aún más recibió después una cálida acogida en la Casa Blanca, donde desde luego nada se mencionó de las tres investigaciones en curso y mucho menos de los negocios del presidente Donald Trump en Israel, sobre todo de su yerno Jared Kuschner, paradójicamente encargado de la paz en Oriente medio.
Tampoco se espera que los socios del gobierno israelí de coalición facilite el curso de los citados procesos, puesto que al igual que en Washington, mientras Netanyahu aplique a sangre y fuego la política expansionista de cercar y aniquilar al pueblo palestino, cualquier acto de corrupción por grave que sea al parecer carece de importancia.