Dieciséis ejecutivos, incluyendo la mujer más rica de Europa, la heredera de L'Oreal, Liliane Bettencourt, se ofrecieron en una carta abierta a pagar una "contribución especial" con un espíritu de "solidaridad". (Fuente: BBC Mundo)
Guillermo Tell
Liliane Bettencourt
Tras esta declaración, sorprendente por lo que siempre debe esperarse de las altas clases adineradas, en cuestión de horas el gobierno francés dispuso de un aumento de impuestos a los que reciben mayores ingresos. Y ante tan inusual agilidad en responder a la oferta de los permanentemente protegidos magnates, lo menos que puede hacerse es desconfiar, y tratar de correr los entretelones de lo que asemeja una puesta en escena.
En primer lugar los firmantes de la oferta que se dicen conscientes del déficit de las finanzas que amenaza a Francia y a toda Europa invocan que el gobierno "nos pide a todos un esfuerzo de solidaridad", con lo que convalida el precio devastador que le tocará a los sectores populares, colocados en esa totalidad. A su vez, esos privilegiados se ocuparon de aclarar con sutil amenaza que la contribución que les toque "no debe ser tan severa como para provocar un éxodo de los ricos o un aumento de la evasión fiscal".
Y no tienen porque preocuparse, ya que su primer ministro, François Fillon, les acaba de garantizar que se trata de una imposición excepcional "cuya duración fijamos hasta que se alcance el tres por ciento del déficit", más bien un gesto "simbólico" que en nada se parecerá a una justa distribución de obligaciones para sanear una economía de la que ellos, junto a los bancos, han sido los únicos beneficiarios y al mismo tiempo sus depredadores.
Pero no se le pueden pedir peras al olmo, ni tampoco dejarse confundir mansamente.