El Ministerio de Agricultura egipcio ha negado que las semillas de fenogreco egipcias estén infectadas y sean la causa del contagio de la bacteria E.coli en algunos países europeos, que han retirado del mercado este producto. (Fuente: agencia EFE)
Guillermo Tell
Al rigor de la investigación científica debe corresponder en toda ley determinar el verdadero origen de la infección que se propagó principalmente en Alemania y otros países europeos próximos, con un saldo de muertes. Pero de ese principio a proclamar con precipitación a que fuente a culpar, median evidentes dosis de prepotencia y de subestimación hacia los menos desarrollados.
Recordemos como al inicio del brote, la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel, prácticamente arruinó a los cultivadores de pepinos españoles, al atribuirle sin ningún fundamento las cepas de la bacteria, y cuando se retractó disculpándose, ya el daño económico estaba hecho.
Ahora la propia Unión Europea ha preferido desplazar hacia Egipto un oportuno y más propicio chivo expiatorio pese a que los análisis efectuados a las semillas allí, en sus laboratorios, no han confirmado las repentinas alegaciones. Y así y todo ya se ha comenzado a establecer un cordón sanitario que perjudicará también a ese país.
En tanto dejó de aludirse a otros sólidos hallazgos en sembradíos de soya en Alemania, que la colocan como probable vórtice de la E.coli transmitida. Al parecer sería inoportuno admitirlo, si se puede descargar el problema en miembros de segunda de la UE, o mejor aún en cualquier punto del llamado tercer mundo, que para eso funcionan los estereotipos.